jueves, 26 de marzo de 2015

El destino existe

Todas las noticias internacionales relacionadas con el accidente aéreo ocurrido en los alpes franceses reseñan que allí murió el venezolano Norberto Ariza, ingeniero, un asunto por confirmar. Ariza fue asignado a Paraguay a una agencia de la Corporación para la cual trabajaba. De allí renunció para hacer vida en ese país, dedicándose a emprendimientos propios, situación que lo vio progresar y que lo llevó a Barcelona, España, con su socio argentino en asuntos inherentes a su proyecto, encontrando la muerte en este viaje a Düsseldorf, una ruta totalmente fuera de itinerario e inimaginable para él cuando estaba sentado en su escritorio en la ciudad de Caracas, por allá por el año de 2008. Supe de él en vida, ya que, por razones del destino, me le fui atrás, en emprendimientos parecidos. No tuve el placer de conocerlo personalmente pero me impresiona que un hombre sencillo, un técnico al servicio del país se haya ido tan lejos a buscar la muerte, y tras una decisión de irse primero al Paraguay, decisión que no fue de él, sino de sus supervisores, pero que él aceptó ilusionado. 

Mis respetos a quienes dicen que el destino existe.

sábado, 14 de marzo de 2015

La Caracas heredada

(Especial para Últimas Noticias)
Nuestra bella ciudad capital le debe ese adjetivo a dos cosas: al clima, templado con pequeñas variantes, y al paraje donde está enclavada, un hermoso valle longitudinal que se encuentra entre dos hileras de cerros y colinas: hacia el norte la Cordillera de la Costa con sus cerros El Ávila, Naiguatá y la Silla de Caracas y hacia el sur unas colinas en derivación, donde se encuentran los urbanismos Cumbres de Curumo, Colinas de Santa Mónica y Colinas de Bello Monte. No hay otra referencia para calificarla con ese adjetivo de “bella” pues por lo demás es una ciudad atosigada de gente y de vehículos, además de improvisada desde el inicio de su crecimiento a partir de Puente Anauco hacia el este, el cual obedeció a la disponibilidad de haciendas, una al lado de la otra. Tan caprichoso fue el crecimiento que empezó por Los Chorros, unos parajes lejanos y aislados, al libre albedrío de sus promotores, un zapatero y un boticario, admirables por su emprendimiento pero desconectados de la ciudad y de los conceptos.

Avanzamos medio siglo, y mientras se improvisaba hacia el este, en el mero centro unos franceses nos tumbaban inéditos testigos de los siglos XVIII y XIX para atravesar el centro de la Ciudad con las avenidas Urdaneta, Baralt, Fuerzas Armadas y Bolívar, un Plan por articular y “modernizar” pero que derribó a genuinos testigos arquitectónicos en un cercenamiento a la historia sin precedentes.

Y así el crecimiento urbano capital siempre se fue empeñando en quebrar al adjetivo “bello”, y nuestra generación no escapa de ello con su aporte al construir edificios residenciales a ambos lados de la Avenida Bolívar, quebrando los sueños de ver el nacimiento del gran pulmón del centro de la Ciudad que viniendo desde la Plaza Venezuela culminaría en el Parque El Calvario, integrado al Parque Los Caobos, al Teatro Teresa Carreño y al Parque Vargas.

Entre emprendimientos e improvisaciones no nos dimos cuenta de que la ciudad se nos estaba viniendo encima; de que este pírrico e improvisado urbanismo que tenemos  ya iba muriendo ante la avalancha del crecimiento poblacional desordenado que en apenas cincuenta años se adueñó de la Ciudad, si es que todavía podemos llamar “ciudad” a un asentamiento humano dominado por el desorden que significa que el ochenta por ciento (80%) de su desproporcionada población viva en zonas espontáneas, esos suburbios inmensos que se han formado a su alrededor, donde vive mucha gente honesta, pero que lo que traen es delincuencia que la acechan, que la amenazan con tragársela.

No hay nada qué agradecer a quienes permitieron la consolidación de esta situación, iniciada en la agonía gomecista, galopante desde la última dictadura, y ya una realidad al final de la democracia representativa, imperdonable, siendo Venezuela un País que ha dado ciudadanos ilustres en la materia urbanística, con mística y brillantes propuestas, pero que fueron desoídos por los poderosos durante medio siglo, ocupados en la diatriba política que ocasionó que al País se le haya pasado el tiempo en la esterilidad del verbo mediante el discurso perenne, cundido de promesas, en detrimento de lo vital, como lo es la calidad del hábitat, esa calidad que pudimos haber heredado para esta descuidada Ciudad capital.

José Durabio Moros
Ingeniero Civil
Primer Consejo de Lectores ÚN