domingo, 23 de abril de 2017

Los Nouel Couput, precursores.

(Fuente: el libro "El Arca de los Nouel", de Bernardo Nouel Perera)

La casa de la familia Nouel (Don Augusto, dentista, y Doña Isabel), de Madrices a Marrón, era una vieja mansión de antiguos mantuanos, grandísima, de tres cuartos de cuadra, dos pisos, una gigantesca sala de 13 por 4 metros, alojaba la clínica del Dr. Augusto Nouel y el negocio “El Depósito Dental”; antesala con escritorio, además del dormitorio principal, cuatro cuartos más para los muchachos. Había tres cuartos para la servidumbre, patio cubierto y el corral, con abrevadero para los caballos (ya en desuso, pero que lo usaban los muchachos para bañarse). Dos baños grandísimos: el de la “gente decente” y el de la servidumbre. La cocina gigantesca y un cuarto al que se le llegaba por una escalerita, el cual siempre estaba cerrado y se decía que conducía a una red de túneles que llegaban al camino viejo hacia La Guaira.

En esta casa había más personal de servicio que de la familia. De los que vivían fijo en la casa estaban la cocinera, dos mujeres de servicio de adentro, que hacían la limpieza, una o dos niñeras (o cargadoras), dependiendo de cuantos niños estaban pequeños, el mayordomo y el chofer. Del personal itinerante que venía a diario, o varias veces por semana, estaban la lavandera, la planchadora, la costurera y la sombrerera.

Doña Isabel, dependiendo de la época, tenía a un hijo preferido, a quien defendía a capa y espada, en desmedro de los demás. Primero fue a Jacinto, a quien le apoyó su matrimonio con Leticia, pero luego que se casaron apareció una rivalidad entre ellas que recaló en distanciamiento. Luego fue a Gustavo, hasta que se casó y se agriaron las relaciones con la esposa Maritza. De seguidas fue a María Luisa, que por excepción la mantuvo como favorita hasta su muerte. Y finalmente a Bernardo (Tito) que también gozó de su beneplácito hasta el fin.

Las mujeres de esa época no intervenían en los negocios de su marido; no votaban y estaba hasta mal visto que trabajaran. Haya quizá contribuido a este aislamiento el mismo Dr. Nouel, quien mantuvo a su familia a la raya, para evitar que fuera absorbida por el sórdido mundo de la política en que le tocaba a él desenvolverse. El moralismo en exceso y la religiosidad mal entendida fueron fuente de innumerables desgracias y de vidas arruinadas. 
La familia quedó muy acontecida luego de la muerte del Dr. Nouel. Todos distanciados de Jacinto, Andrés perdido por el interior del país, Gustavo sin haber sentado cabeza, y solo Juan Vicente, aun menor de edad, quedó para hacer frente a la casa.

Poco a poco se fue erosionando la fortuna que dejó el Dr. Nouel. Primeramente vendieron esta casa, ubicada de Madrices a Marrón, y se fueron a vivir a la casa de campo “Villa Isabel”, en Chacao.

El primero de Julio de 1.933 murió Rafael Valera, muy viejo pero de edad incierta, pues nunca supo cuando nació ni dónde. Era un sirviente fiel que había acompañado a Doña Isabel desde que se casó en Barquisimeto en 1896; acompañó en su exilio a los recién casados en la ciudad de Cúcuta. Vendía por las calles los sobres que fabricaba el Dr. Nouel para sobrevivir durante ese destierro. Cuando regresaron a Venezuela les ayudó a cargar sus “tereques” en los burros de carga. Recordemos que antes de Gómez existían pocas carreteras y que el transporte se hacía en bestias. En la casa de Madrices a Marrón Rafael Valera era Mayordomo y luego se fue a trabajar con Jacinto, hasta su muerte. Tenía un gran parecido con el Gral. López Contreras, quien luego llegaría a ser presidente de la República. En consideración a su fidelidad fue enterrado en el panteón de la familia Nouel en el Cementerio General del Sur.

Otros de los sirvientes de Chacao que merecen recordarse son la cocinera Isabel Moya, los peones Pedro y José (este último se embriagaba todos los días, después del medio día, pero nunca perdía su compostura), y Paula, que cuidaba 27 gallinas, incluso dormía con ellas. Por último cabe recordar a un chofer francés, quien le manejó el primer automóvil al Dr. Nouel; este señor, de muy bajo estrato social en el antiguo continente, a la hora de comer no tenía muchos refinamientos, se cuenta que el mismo se preparaba suculentos platos a base de ratas.

Para los años cincuenta, cuando la ciudad de Caracas se extendió hacia el este y Chacao pasó a ser zona urbana, la familia pudo vender “Villa Isabel” por buen dinero y construir una casa en la avenida Luis Roche de Altamira. Esta casa se concluyó en 1.954, la llamaron “Bel”, en recuerdo a como el Dr. Nouel llamaba a Doña Isabel.

En una oportunidad Doña Isabel alquiló la Quinta “Bel” por un año y se fue a viajar por Europa en compañía de sus hijas solteras; su hijo Bernardo les administraba el inmueble y les remitía el dinero.

En cada reunión familiar se veía llegar al automóvil Packard de la abuela Isabel, en compañía de sus hijas Isabelita y Laura, ya solteronas, siempre con sus consabidos abrigos de piel de gran lujo, recuerdo de tiempos mejores, y exclamábamos -¡Ya llegaron las “ositas”!

A finales de los años sesenta hubo una bonanza inmobiliaria con la construcción de edificios para la venta en propiedad horizontal. La casa de Doña Isabel en Altamira se hizo apetecible para los constructores y la familia se las vendió. Se mudaron para un apartamento en el Conjunto Las Islas, de Macaracuay. Isabel, junto a sus hijas Laura e Isabelita, vivirá allí hasta el final de sus días, una muerte acaecida el primero de Marzo de 1.975, cuando tenía la edad de 99 años.