miércoles, 16 de mayo de 2018

Aragüita



Aragüita
Tanta alegría sucedida

Yo no olvido la imagen de mi tío Sergio sentado en una especie de corredor que era como el lobby de su casa, al que se le llegaba por una puerta de reja metálica situada en uno de los extremos. Me parece verlo sentado en una silla de mimbre, con su sombrero de pelo de guama y su camisa manga larga de cuadros azules y blancos, siempre sonriente, rodeado de pajareras llenas de cantidad de pajaritos de diversas especies, que las tenía allí mismo en ese corredor. Cuando llegábamos a esa casa, siendo niños, primero nos recibía el bullicio de los pájaros, inolvidable, hasta que se oía la voz lenta y suave de mi tío Sergio saludándonos.

Desde que lo conocí hasta que murió él vivía en su Finca, la Finca Aragüita de Montalbán de Carabobo, en una casa centenaria, modesta, típica de la colonia, de tapias y tejas, con un largo corredor al frente y allí mismo las entradas para los cuartos, separadas del corredor por cortinas de tela, y aquel olor a tierra mezclado con el de la comida de los pájaros, que se contaban por docenas.

Al frente de esa casa había otra construcción de fachada similar pero que estaba dedicada al depósito de una gran variedad de cosas, desde utensilios para la agricultura hasta el producto de las cosechas.

Para llegar a la casa había que transcurrir por una trocha de tierra que comenzaba desde la entrada de la Finca hasta la entrada de la casa, un largo trecho, pero no había polvareda alguna pues estaba tan transitada que se le había formado un engranzonado natural de piedras redondas o de cantos redondos que hacían sonar los cauchos de nuestro carro como si estuviera circulando sobre una gran cantidad de metras hasta que parábamos al frente de la casa del tío Sergio.

Mi tío Sergio estaba al frente de su Finca en compañía de sus dos hijos, produciendo caña de azúcar, naranjas, y otros productos de la tierra, y en la casa era fijo encontrarse a Carmen su esposa, quien siempre insistía que le tomáramos su café, al apenas saludarnos, y apenas pasábamos el umbral de la entrada a aquel magnífico corredor, que además de las pajareras, tenía chinchorros, cuadros sin enmarcar de pintura al óleo y uno de la Última Cena hecho con la técnica del repujado, de color plata, sobrepuesto en una tabla de madera pulida, colocado en todo el centro de la pared del espacio donde estaba la mesa del comedor, que era de madera oscura y con un mantel blanco encima y cantidad de potecitos con cosas adentro para comer, la mayoría especias y condimentos.

Antes de embarcarse en esa Finca, mi tío Sergio tenía una bodega en el pueblo, la cual atendía con un hermano menor que él, y además era jornalero en otra finca.

La Finca Aragüita se la había comprado mi tío Antonio, a mediados de los años ’40, a sus dos tías solteras que la habían heredado a la vez de sus padres, y se las pagaba a razón de doscientos bolívares mensuales. Antonio entonces le propuso a Sergio ir a medias en los negocios que produjera la Finca, que para la época tenia vocación de cafetalera, pero que estaba en un estado de abandono tal que hubo que empezar todo de nuevo, y se decidieron a hacerlo con otro rublo: la caña. Sergio ya había vivido en esa casa de la Finca desde que había nacido, pues sus padres se fueron a vivir allí apenas se casaron, y él era el segundo de la camada. Antonio le propuso el negocio y Sergio se mudó a esa casa y se quedó viviendo allí por el resto de su vida.

Esta Finca Aragüita era mucho más grande antes de que la comprara mi tío Antonio, pues además de lo que le vendieron sus tías existía otro sector que era perteneciente nada menos que a su propio padre, mi abuelo, hermano de sus tías, parte a su vez heredada de su padre Miguel María, pero que la tuvo que vender dadas las grandes deudas que había adquirido a raíz de la baja de la demanda de café en la época, entre otras cosas debido a la Primera Guerra Mundial. Esa debacle significó el adiós de mi abuelo a toda actividad agrícola.

En la época anterior de Aragüita, la misma era administrada por mi bisabuelo Miguel María, quien se había casado a principios del siglo XX con la hija menor de Doña Chepa, dueña y señora originaria de la Finca desde los tiempos de Antonio Guzmán Blanco, nieta de un fundador de Montalbán,  y quien fue esposa del Comandante Andrés Pérez Blanco, gran amigo de Simón Bolívar y a quien el Gobierno de Bogotá le confirió la Condecoración de los Libertadores.

Acompañado de mis primos, quienes fueron de los mejores anfitriones que he tenido en mi vida, a Aragüita la recorrí muchas veces a caballo, en tractor y a pie. Jugué al escondido en las montañas del bagazo de la caña de azúcar, pesqué bagres y me bañé en las aguas del río que la bordea, de aguas tan claras que se le veían los peces.

Pasaron los años y nunca volví más. Posiblemente Aragüita siga allí, administrada por mi primo Julio, el hijo mayor de mi tío Sergio y que ojalá encadene con su familia esa continuidad que ha habido desde los días de Doña Chepa. Sería tierra buena de mano en mano dentro de la familia, y así podría uno seguir sin perder las esperanzas de volver a caminar por allí y de volverse a bañar en ese fabuloso río que lleva su mismo nombre, bordeado de bambúes y bambucillos, un río que resguarda tanta alegría sucedida en la finca Aragüita.