EL SUEÑO DE JOSÉ
Vivir para vivir siempre
Vivir para vivir siempre
Cuando sucedió el terremoto de Caracas, los habitantes de la
Urbanización Los Palos Grandes vivimos una experiencia inolvidable por lo
inédita e impresionante. A mí me tomó en el estacionamiento del edificio donde
vivíamos, que era al descubierto. Yo abría la maleta del carro para sacar la
esterilla que utilizaba para manejar y empezó el movimiento de vaivén junto con
un sonido profundo, como el de un contrabajo. Solté la esterilla y me trepé a
un muro que dividía a mi edificio de uno vecino por la parte de atrás, que se
estaba terminando de construir. Detrás de mi venía otro muchacho algo mayor que
yo, y los dos nos lanzamos desde el muro al terreno de ese edificio y caímos casi
que encima de los integrantes de una familia muy humilde que estaban allí arrodillados
en círculo, rezando en pleno terremoto. Allí fuimos a parar José y yo, que
después supe que se llamaba así, este compañero del pánico, un portugués.
A los meses de este impactante suceso, en uno de los locales
comerciales del edificio donde fuimos a parar en aquella oportunidad, abrieron un
negocio que se dedicaba a la venta de víveres, y en una oportunidad que fui a
comprar algo allí, me encontré nuevamente con José. Resulta que él se había
montado en el muro proveniente del edificio de al lado, y no del de donde yo
vivía. En realidad este muro era lindero del edificio donde él vivía con el de
donde yo vivía, lo que pasaba era que al caminarlo por arriba fuimos a parar al
otro edificio de atrás que fue donde él alquiló el local para montar su
negocio.
Pasaron seis años del terremoto y José ya era un próspero comerciante.
Su negocio pasó a ser un supermercado con tres cajeras al frente, y ya no
ofrecía solamente víveres, sino cualquier cantidad de otros artículos. Yo me
casé por esa época de la prosperidad de José y casualmente nos mudamos para el
edificio donde él vivía, y caimos además en el piso siete, el mismo piso donde
él estaba. Esta particularidad nos obligaba a vernos con mucha frecuencia, y
por supuesto a saludarnos.
José se levantaba muy temprano para abrir él mismo las
puertas de su supermercado, que le quedaba en el edificio de al lado.
Un día José fue a abrir bien temprano su negocio, como
siempre, y al llegar a las puertas fue abordado por unos delincuentes que lo
conminaron a entrar y ellos también se metieron. No pude enterarme qué pudo
haber pasado allí adentro, pero lo cierto es que a José lo encontraron muerto
como a las dos horas.
Fue un suceso que conmovió a todo el vecindario, habiendo sido José
un hombre disciplinado con su trabajo, muy tranquilo y amable.
A raíz de este suceso, al supermercado lo cerraron, y lo
volvieron a abrir a los meses del asesinato de José. Ahora lo atendía su
hermano, quien le mantuvo el mismo esquema de funcionamiento y el mismo nombre.
Al automercado José le había puesto como nombre Excelsior, que era el nombre
del edificio donde él vivía cuando llegó a Venezuela por primera vez, el mismo
edificio donde éramos vecinos. Se trajo de Portugal un dinero en el bolsillo
para dedicárselo a lo que sabía hacer: el comercio con víveres.
En el término de unos seis o siete años desde que José montó
su negocio de víveres, el automercado Excelsior se asocío con una familia Da
Gama, cuya cabeza era el señor Manuel Da Gama, también inmigrante portugués y
desde allí comenzaron a llamarse Excelsior Gama, y hoy en día son lo que son,
después de un poco más de medio siglo de aquella hazaña de José, de cruzar el
océano Atlántico para venir a Venezuela a realizar su sueño, una realidad que debe
estar viendo orgulloso desde algún lugar del Universo.