martes, 23 de febrero de 2021

Mi tío El Tigre


Walt Whitman por Gabriel Harrison (1818-1902).
Daguerrotipo de 1854. (original perdido)
Morgan Library & Museum

Mi tío El Tigre

Rectitud y valentía en pasta

          Yo tenía un tío, al que nunca conocí pues murió antes de que yo naciera, que su legado me comenzó a ser tan atractivo que me tomé la tarea de estudiarlo a fondo con evidencias que tenía mi papá entre sus papeles, y otras que logré en Capacho Nuevo del Táchira y en San Fernando de Apure, cuando buscaba los orígenes de mi familia paterna con la intención de completar el libro que hice sobre la vida de mamá, hace ya algunos años. Me fui a San Fernando de Apure porque allí llegó mi abuelo en 1910 a criar ganado, y allí fue a parar mi tío muy joven en búsqueda de su papá a quien no veía desde que él tenía 15 años, cuando ya le decían “El Tigre” en los alrededores de la finca de la familia, allá en Lomas Altas del Táchira.

          La manera de cómo llegó mi admirable tío a San Fernando fue épica. Hay que tener en cuenta que la distancia entre Capacho Nuevo y San Fernando es de casi quinientos kilómetros, y que estamos hablando de principios del siglo XX, inicios de la época gomera o gomecista, cuando había huestes en Apure y las carreteras eran solamente para caballos, mulas y carretas.

          Mi tío llegó allá y con el paso del tiempo mi abuelo se transformó en un ganadero descollante, y ahí estaba mi tío a su lado, como artífice de ese éxito ya que administraba el Hato que resultó ser el origen del bienestar de mi paciente abuela en Caracas, y de toda la familia, pues mi abuelo les enviaba buenas mesadas, lo que les permitía una vida desahogada a todos, incluyendo a mi papá, soltero en el momento.

          Pasó el tiempo y mi abuelo murió improvisadamente, y de manera automática se terminaron las mesadas, que expresaban el nivel de vida de todo el mundo. Enseguida se armó La Sucesión y le encargaron a un abogado la redacción de un poder para mandárselo a mi tío allá en San Fernando, de manera de que, entre otras cosas, pudiera habilitar lo más pronto la cuenta que mi abuelo tenía en el Banco de Venezuela y así mi tío continuara el envío de las mesadas. Mientras tanto, toda la familia, relativamente recién llegada de Los Andes y todavía tratando de hacerse de un lugar en la capital, tuvo que “apretarse el cinturón”. 

          Mi abuela era cliente importante de la Joyería Esmeralda, la más prestigiosa de Caracas, y el dueño le guardaba un gran respeto, tanto así que hasta un crédito abierto le tenía. A mi papá se le ocurrió decirle al joyero que diera las mesadas, que en poco tiempo la Sucesión le repondría todo lo que él hubiese pagado, y le enseñó la lista de los bienes dejados por mi abuelo. Cuando el joyero vio aquello, no puso inconveniente para dar las mesadas, y fijó unos intereses bastante usureros durante un año, y mi papá se los aceptó.

          Pasó un poco más de un año. Se había vencido el convenio con el joyero y este, en vista de que no le pagaban, suspendió las mesadas. Al suceder esto, una hermana de mi papá y él se ocuparon de agilizar el descuidado poder que, por alguna razón, no le había llegado a mi tío.

          Cuando le llegó el poder a mi tío, se fue al banco y resulta que la cuenta de mi abuelo estaba vacía. No tenía ni un bolívar, y no era que él no hubiese dejado plata. Además, los depósitos del dinero proveniente de la venta de ganado desde que murió mi abuelo tampoco aparecían en la cuenta.

          Se denunció el asunto como un robo del personal del banco, y mientras eso lo resolvía la policía del Estado, hubo una crisis económica fuerte en toda la familia. En plena efervescencia de esa crisis, mi tío le escribió una carta desde San Fernando a mi tía la mayor, la cual era su hermana más querida, carta que tenía mi papá en el cofre de sus enjundias. Desempolvé la carta, y dice, entre otras cosas:

“…en vista de las circunstancias y de la necesidad del dinero, he decidido vender lo más rápido que pueda la finca Los Malabares. Ya Ascanio sabe que ustedes me mandaron el poder y también sabe que encontré la cuenta vacía, por lo que no tengo manera de pagarle lo que le debo a él. Ustedes van a tener que seguir esperando, a menos que la venta de Los Malabares sea pronto y me alcance también para empezar a mandarles mesadas. 

Tomen en cuenta que los culpables de que mi deuda personal con Ascanio se abultara fueron ustedes, pues el documento del poder tardó casi dos años en llegarme, y eso hizo que me endeudara más de lo debido y que me diera cuenta tarde de lo del robo. La tardanza en el envío de ese documento fue un descuido de ustedes, no tanto de usted, porque usted no estaba encargada de eso, pero sí de su hermano menor, pues él fue el que inventó el convenio con ese joyero, aunque no lo estoy culpando de esta calamidad. Estaban mal acostumbrados a recibir esas mesadas sin tener conciencia de que ese convenio era por tiempo limitado, y que después había que contar con lo que supuestamente iba a seguir saliendo de aquí, y eso dependía del poder que me tenían que mandar, pero se deslumbraron con las mesadas del joyero y se descuidaron con el poder.

Por lo tanto, quiero que sepan que primero tengo que ocuparme de pagarle a Ascanio, que ha sido un hombre muy decente conmigo. Las mesadas van a tener que esperar, a menos que, repito, la venta de Los Malabares dé también para eso. La irresponsabilidad tiene sus efectos, y, para mí, aquí, ahora solo como estoy, la palabra y el prestigio son importantes.

Ustedes son varios y pueden ayudarse. Yo aquí estoy solo. 

Reciba un abrazo bien apretado, que ahora más que nunca la necesito bien.

Su hermano que la quiere” …

          El desenlace de la situación con el banco es todo un tema, pero lo que vale la pena mencionar es que mi tío tenía cuarenta y tres años en el momento que redactó esta carta, y él llegó hasta un equivalente al cuarto grado, es decir, lo que antes llamaban la primaria elemental, donde solamente enseñaban las cuatro operaciones básicas de las matemáticas y enseñaban a leer y escribir. Sin embargo, desarrolló una capacidad de redacción que a mí me parece admirable, cosa que le permitía expresarse eficientemente, y delataba además su rectitud, que, aparte de su valentía, ha sido lo mejor que le he sabido.