martes, 31 de agosto de 2021

Dolor y lluvia

Dolor y lluvia
Los buenos momentos se convierten en buenos recuerdos; los malos momentos, en buenas lecciones. –

Un familiar muy querido tenía un dolor que ya no podía soportar, y no sabía cómo quitárselo. Entonces vi en una red social a personas pidiendo a Dios que se lo quitara, en una especie de velada virtual, pero no vi nada materializado para ayudarla a quitárselo. Tal información me llegó en plena lluvia intensa, hace poco, en la mañana.

Dolor y lluvia me llevaron a La Guaira, hacia donde ya estaba más o menos enrumbado con mi mente, pues llovía y llovía desde que me había levantado, muy temprano ese día, y ya estaba cayendo la tarde, y no cesaba de llover en La Guaira, una lluvia densa y constante.

Por ahí cerca está Macuto, pensaba, y en toda esa zona ocurrió la denominada vaguada hace ya varios años, y a Macuto se deslizó el piedemonte del cerro el Ávila, sus capas superiores, y recorrieron la extensa explanada previa a la playa, llevándose por delante todo lo construido desde que sucedió aquella primera vaguada en los años ‘50.

Entre esas casas estaba la de mi hermana, una bella construcción de dos plantas, límpida, acogedora, que quedó solo para ser observada por quién sabe qué seres que pudieran haber estado entre las arenas que bajaron de la montaña, porque los que estaban en esa casa en ese momento y en todas las demás, tuvieron que salir corriendo para subirse a los techos, y de allí caminar desesperadamente por sobre las otras casas, aguas abajo, hasta que, luego de la penosa trayectoria, lograr ponerse a salvo en las terrazas de la iglesia del pueblo.

Todo sucedió muy rápido, y en ese pequeño lapso, se les movió la basa, les cambió la vida. Mi hermana salió de allí al poco tiempo para irse a vivir donde uno de sus hijos, a otra ciudad, lejana, tanto, que más nunca pudo volver a Macuto ni de visita. Allí quedaron tapiadas, además, todas sus enjundias, en sus closets, en sus gavetas.

A los pocos años murió. Y la casa de Macuto también desapareció bajo la tierra para siempre, y allí debe estar. No fueron personas ni enfermedades. Fue la lluvia la que ocasionó el inesperado cambio de rumbo, y quién sabe si ese cambio la acercó a la meta, y quién sabe si tenía que ser así, o eso fue un accidente.

La verdad es que no sabemos dónde ni cuándo vamos a llegar a la meta. Solo sabemos dónde estamos, pues la vida solo da para eso. Ya no es la vida que fue, ni la que será. Es la que es hoy, y no solo eso; es solo el momento que estamos viviendo hoy, por lo que debemos vivirlo intensamente, no bebiendo a cántaros, comiendo a rabiar, teniendo sexo exacerbado o robando para disfrutar. Vivirla intensamente es ser honestos cada minuto en todo. Allí están las lecciones de nuestro pasado para convencernos. De nuestro pasado solo debemos tomar los buenos recuerdos y las lecciones, porque nuestro pasado fue un aprendizaje. Nos daremos cuenta que de él solo nos sirve lo que aprendimos. No hay nada como aprender todos los días.

Y del futuro no sabemos nada. No debemos esperar nada de él, porque el futuro es una utopía, un acertijo, un bombo de lotería. Nunca estaremos lo suficientemente preparados para enfrentarlo, pero mientras mejor apertrechados nos encuentre, mejor congeniará con nosotros. Es ineludible que debemos prepararnos para el futuro, y ayudar a los demás a prepararse, pero no solamente a nuestros hijos, a nuestra familia, sino a todo el que tengamos cerca, escalonando por los motivos por los que los tenemos cerca.

Ocupémonos entonces, en nuestra vida, en nuestro hoy, en nuestro momento, de vivir intensamente. De armar, de crear, de inventar, pero para enseñar, colaborar, y ser útiles. Y así, en esa intensidad, cultivaremos cada vez más nuestro espíritu, y, sin querer, seremos felices, algo que es meramente espiritual, un estado interior que llegará automáticamente gracias a ese modelo de vida, un estado que, para que suceda, solo necesitamos vivir intensamente.

En la vida, el dolor y los cambios de rumbo son momentos muy probables, que deben encontrarnos preparados, lo cual es muy fácil si vivimos intensamente. Después de resentirme por lo que le pasó a mi hermana con su casa en aquella inolvidable vaguada, celebro que haya sido una mujer de vida intensa, alegre, optimista, emprendedora y con una sonrisa todo el tiempo. Ella forma parte de mis recuerdos, porque, del pasado, solo las lecciones y los buenos recuerdos.