jueves, 29 de junio de 2023

Las fugitivas

 


LAS FUGITIVAS

"Déjennos aquí. ¡Gracias!"

          Hace ya algunos años, en un lluvioso día domingo por la tarde, iba yo saliendo del Hotel Cumanagoto de Cumaná hacia Cumanacoa a visitar a mi amigo Elvio, y en ese instante me encontré a Soraya, a quien había conocido hacía pocos años en la época de cuando pagué mi noviciado como ingeniero civil, que la empresa donde estaba recién empleado me mandó al Guri para hacerle unas casitas a los trabajadores. Allá conocí a Elvio y a Soraya, a Soraya en el comedor que da a la represa, con su vista excepcional y con ella adentro, una mesonera atenta y encantadora. La emoción del reencuentro nos permitió desechar al taxi que ella tenía reservado para devolverse a Puerto La Cruz y nos fuimos a Cumanacoa, poco a poco y oyendo música. 


        Íbamos felices rememorando los días, cuando, en un instante, el trayecto le hizo recordar a su hija Yumiris, hoy ya casada y con hijos, que la tuvo interna por aquellos tiempos en un colegio de monjas de Cumanacoa precisamente por su trabajo, que no le permitía atenderla. Resulta que a Yumiris, de 14 años de edad en la época, la expulsaron porque se había jubilado con otras cinco compañeras de mayor edad, que lo hacían con frecuencia para irse a Cumaná a las discotecas con los novios, pero para ella era su primera vez con la mala suerte de que las agarraron y las botaron a todas. 


        Me cuenta Soraya que el grupo que la tentó a irse lo hacía los viernes de todas las semanas a casi las once de la noche, que se salían de sus dormitorios, le abrían la puerta a un salón, y por la ventana se escapaban al patio trasero, el cual recorrían y al final del trayecto estaba la cerca donde había un hueco que tenían camuflado con ramas y monte crecido para que las monjas no se dieran cuenta. De allí caminaban hasta la carretera para pedir cola y llegarse hasta Cumaná donde se encontraban con los novios y se iban a bailar y a beber, cosa que Yumiris no sabía hasta que se lo dijo un joven esa misma noche, amigo de todas, que se la llevó al traspatio y la sentó en un banco apiadándose de ella, al verla risueña y sorprendida. 


        Esa noche, ya entradas las 3 de la madrugada, se regresaron con los novios en sus carros que las dejaron a una cuadra del colegio. Al llegar, oyeron unos murmullos en la Iglesia como si fuesen ánimas rezando y se metieron corriendo todas asustadas y cuando brincaron la ventana del salón se encontraron con la madre superiora y dos monjas más que las estaban esperando. Todas las monjas estaban despiertas arrodilladas rezando ante el Santo Cristo. Al día siguiente todas las fugitivas estaban recogiendo su ropa y haciendo maletas para un inesperado viaje de regreso a sus hogares. 


     Sorprendido me preguntaba que qué suerte tuvieron esas niñas para que a esas altas horas de la noche no hubiesen sido raptadas y violadas, con tanta juventud aventurera, alcohólica y drogadicta por esas carreteras, en noches de fines de semana, y me cuenta Soraya que ese riesgo lo tenían dominado porque al montarse en el carro que les daba la cola sacaban picos de botella que tenían en los bolsos y viajaban todo el trayecto con eso empuñado, apoyado en sus piernas y apuntando hacia arriba, una sorprendente coincidencia que yo había vivido hacía cuatro años de nuestro reencuentro, cuando estaba en ese trayecto a altas horas de la noche con Elvio, mi maestro de obras, quien vivía en Cumanacoa y lo llevaba a Cumaná a pernoctar para salir al día siguiente hacia Puerto Ordaz. 


       Aquella noche nos abordó un grupo de niñas rogándonos la cola y al poco rato nos quedamos congelados Elvio y yo ya con las seis niñas adentro. Las tres que estaban adelante efectivamente sacaron picos de botella, mas no las de atrás. Todas estaban serias y calladas. Las de adelante habían pedido la ventana al montarse por lo que Elvio tuvo que arrimarse al centro y sentarse a mi lado. Ante tamaña sorpresa yo coloqué las dos manos en el volante y Elvio cruzó los brazos. Nadie dijo una sola palabra hasta que llegamos a Cumaná y en un momento dado una de ellas rompió el silencio: “déjennos aquí. ¡Gracias!”