lunes, 29 de abril de 2024

Nadie me quita lo bailao


 NADIE ME QUITA LO BAILAO

"Esa hermosa época que se nos presenta en una etapa de nuestras vidas, que hay que saber cómo entrarle y cómo aprovecharla, pero también cómo salirse". Espartaco Santoni

          Para hacerle honor a este blog en cuanto a lo vivido, en este post voy a recordar algunas visitas a locales de comida gourmet de calidad y a locales de diversión en la vida nocturna, a los que en algún momento tuve la suerte de ir, donde me sucedieron algunas particularidades que me ayudan a hacerlos inolvidables.

          Seguramente una buena cantidad de mis contemporáneos recordarán algunos de estos sitios, Muchos de estos locales y sus personajes, entre ellos sus dueños, o artistas, o personas en ellos conocidas, y otras que por diferentes motivos se me cruzaron durante esos menesteres, dejaron, por alguna razón, huella imborrable en mi persona.

         En La Castellana, a media cuadra de la plaza, funcionaba la discoteca Víctor's, que recuerdo que era de Víctor Salicetti, a quien conocía pues sus hijos Harry y Orson estudiaron conmigo en un internado que quedaba en Los Teques. Con el paso de los años ese señor fundó una discoteca en La Castellana y cuando lo supe me fui a curiosear. Primera vez en mi vida que iba a una discoteca. Fue un reencuentro de mucha alegría. Le pregunté por Orson y me contó que lo ayudaba en la administración hasta que emigró a Nueva York, y hoy en día es un especialista reconocido en la escena de la coctelería y dueño de un restaurant en Miami, y por allá se quedó. Una grata noticia pero fui esa única vez a la discoteca Victor's.

         También a un señor llamado Héctor, del Restaurant Héctor's, que quedaba en la Av. Casanova. Este señor no recibía al hombre como recibía a las damas cuando uno llegaba a la mesa. Nos daba a ambos, eso sí, un apretón de manos, pero a ella le obsequiaba una rosa roja, y luego, en su idioma francés, le recitaba el menú a ella, de memoria. Después venían sus amables aclaratorias en español. Un personaje inolvidable.

         Héctor también montó un Héctor’s en Parque Central, al cual visité a pocos días de su inauguración, pues yo tenía mis oficinas en ese Complejo, el cual tenía de todo, y de calidad: desde viviendas y oficinas hasta comercios, restaurantes, bares, cine. Hasta un gran museo de arte contemporáneo tenía. Este Héctors de Parque Central no duró mucho por el pequeño detalle de que él iba mucho más era al de la avenida Casanova.

         En Parque Central también estaba el Restaurant El Parque, donde se concentraron los ojos de sibaritas caraqueños. Allí se hicieron famosas Floria Márquez y Nancy toro, insignes cantantes venezolanas. Era un lugar de gran calidad en las comidas y en la atención, y en el ambiente. Tanto así que provocaba quedarse toda la tarde después de almorzar. Qué de recuerdos en el restaurant El Parque.

         Otro lugar espectacular para bailar y cenar era El Sarao, localizado en Bello Campo. Allí conocí a Armando Biart, quien cantaba para los visitantes, pero él lo hacía como una especie de cortesía pues realmente él era el administrador de ese local. Fui a El Sarao con inversionistas de un proyecto de edificios que yo atendía como ingeniero, de los cuales uno era socio allí. Este señor me invitó esa noche, junto con otros ejecutivos de su empresa, y me presentó a Armando. Allí conversamos un rato. Fue cuando supe que se había iniciado en El Club del Clan, pasando luego por varios grupos musicales hasta que lo entusiasmaron para que administrara El Sarao.

          De allí en adelante mantuvimos una buena amistad, dada su relación con los dueños de la empresa donde yo trabajaba, por donde lo vi pasearse varias veces y compartimos en varias oportunidades, entre ellas una ida a la Isla de Margarita, donde fuimos a ver unos terrenos y nos alojamos en el Hotel Bella Vista.

          Qué me iba a imaginar yo que aquel Armando, persona amable, galán, dicharachero, buen cantante de voz recia y potente, y a quien perdí de vista, había cruzado de nuevo el mar hacia la bella Isla de Margarita, pero esta vez fue para quedarse por allá y desde allá volar a la eternidad.

          Hubo una época en la que canté boleros en Mi Vaca y Yo con el trío Los Henry. Este lugar era de Henri Charriére, el francés que escapó de la Isla del Diablo, de la Guayana Francesa. Este restaurant quedaba en la carretera vieja de Baruta y tenía el atractivo de una vaca amarrada en la entrada, con una campana guindando del cuello, a la que paseaban por dentro del restaurant a la media noche. Fue la primera inversión de Charriére en Caracas. Yo vine a conocer a Charriére muchos años después en Le Garaje, un bar acogedor que quedaba en Chacaíto, y allí le perdí la pista porque una vez fui con su libro en mi mano para que me lo firmara, pero ya había vendido el local.

          Una discoteca espectacular era La Lechuga, ubicada en el centro comercial Los Cedros, de la avenida Libertador, la cual tenía un portero argentino que era estricto para dejar entrar. Allí fui una vez con Carmen Victoria Pérez, actriz, animadora y locutora venezolana, unos años mayor que yo, pero era tan atractiva que no me le negué cuando me invitó a salir a bailar, luego de la segunda vez de tomarnos un café en la panadería de la esquina de nuestras casas, pues éramos vecinos. Nos fuimos a La Lechuga en su Camaro amarillo. La Lechuga era un lugar de vanguardia. Para sentarse había como una especie de gradas forradas de una tela azul brillante, gradas que estaban ubicadas alrededor de la pista de baile, toda una novedad. La música era muy variada y la mejor de la época.

          En el centro comercial Chacaíto estaba la discoteca Eva, de grata recordación. Su dueño era el amable español Miguel Ángel Martínez, quien recibía a los clientes personalmente en la puerta del local, dando la mano y una palmada en el hombro. En ese local conocí a Hilda Carrero, en circunstancias muy particulares, con quien luego tuve una corta amistad y un pequeño flirt, pues terminó casándose con el portugués Juan Fernandes, quien era el dueño de la discoteca City Hall del centro comercial Ciudad Tamanaco (CCCT). Casualmente yo tenía una oficina de proyectos en el CCCT y allí se presentaron Hilda y él a solicitar que les hiciéramos una casa en un terreno que tenían en Prados del Este. Yo no estaba en ese momento, pero luego de la noticia de mis socios, fuimos al terreno el maestro de obras y yo para conocerlo, y para mi sorpresa allí estaba Hilda con su esposo. Nos saludamos con mucho cariño, y luego, en las conversaciones con mis socios, se mostró muy entusiasmada con la idea de que les hiciéramos la casa.

          En el mismo Centro Comercial Chacaíto quedaba el L'Club, del Catire Fonseca, donde tuve oportunidad de ir unas tres veces con unas amigas colegas del hoy extinto INAVI, y una de ellas era amiga de Oscar Bertil, quien era uno de los dueños de ese local y tenía negocios en la construcción. Bertil nos regaló a cada uno un pase al L'Club, creo que por tres meses. A ese local solo fui un par de veces más. Allí me topé con Miguel Ángel Martínez nuevamente, quien me saludó, a pesar de que apenas habíamos cruzado palabra en su local, y me presentó a María Antonieta Cámpoli, ya arquitecta, y a su esposo, y a Mirla Castellanos, esposa de Miguel Ángel, con quien ya tenía varios años de casado. Era un lugar muy acogedor donde asistía gente muy agradable.

          En La Castellana hay que hablar del Sunset, donde cantaba Mateo, de buen repertorio, y enfrente estaba el Number Two con la música de Julio Profeta, quien permitía que gente del público cantara. Allí canté por primera vez en un piano bar, azuzado por el grupo con el que estaba, y luego de cantar se me acercó un señor a la mesa para ofrecerme contrato para que cantara allí todos los viernes, lo cual me sorprendió y por eso mismo, de entrada no acepté. pues, aunque me gusta cantar, siempre lo he hecho como un hobby y nunca he tenido infraestructura como la tienen quienes están en eso, y yo tenía mis compromisos en el mundo de la construcción.

          Frente a la autopista del Este, calle de por medio, en Bello Monte, funcionaba La Peña Tanguera, Este local trajo una vez a un cantante de tangos argentino que se llamaba Rubén Juárez, de muy buena presencia y además buen ejecutante del bandoneón. Luego de oirlo cantar, me gustó tanto su estilo, su voz, sus canciones, que me aprendí las canciones que promocionaba en esa época, que era la de sus inicios. Me puse a buscarlo por Internet y logré su correo electrónico, al que le escribí con la suerte de que me contestó con mucha amabilidad. A la larga hice amistad con él, y en Buenos Aires lo fui a visitar a su dancing, el Café Homero, donde cantaba el que quisiera, y él no cantaba. Allí canté el único tango que me sé bien de memoria pero que no es de él, y dos de él, que me los sabía todos de memoria: Una piba como vos y Canilla. Fue una noche inolvidable. Don Rubén era muy receptivo y me presentaba como su amigo venezolano.

           No quiero hacerlo más largo, pero podría seguir recordando hermosos capítulos de esa hermosa época que se nos presenta en una etapa de nuestras vidas, y que hay que saber cómo entrarle, cómo aprovecharla, y cómo salirse, como decía Espartaco Santoni. Si lo hacemos sin excesos, nos puede durar mucho, y así, muchos serán nuestros gratos recuerdos, y podremos decir: "nadie me quita lo bailao".