domingo, 12 de enero de 2025

El masón rebelde


 EL MASÓN REBELDE
“Lo que uno ama en la infancia, se queda en el corazón para siempre”. Rousseau

           Por allá por los inicios de los años veinte llegó a Montalbán un solitario inmigrante, solamente con una maleta, su profesión de médico, y unos cuantos papiermarks, la moneda alemana de aquellos tiempos, en el bolsillo. Julio Demmer, un médico judío, le huía a las secuelas que había dejado la primera guerra mundial en Alemania, donde se sucedían atentados frecuentes contra judíos, y donde comenzaba una hiperinflación inédita.

Demmer comenzó a buscar alojamiento hasta que le informaron que había una señora llamada Carmen Tortolero de Núñez, quien vivía en la Casa de La Virgen, una casa grande y que podría ofrecerle hospedaje. La localizó, conversó con ella y logró que Doña Carmen le cediera un cuarto.

          Julio Demmer era un hombre de suaves modales, muy blanco, de ojos azules y tez rosada. Comenzó a darse a conocer en el pueblo ofreciendo sus servicios a domicilio, ya que no tenía consultorio. Entre sus ofrecimientos estaba el de médico tratante de mujeres embarazadas y el de partero, para atenderlas en sus casas en el momento que fueran a dar a luz.

          Doña Carmen era la mamá de mi abuela, Natividad Núñez Tortolero, quien tenía 27 años para el momento. Ya estaba casada y tenía siete hijos en su haber, todos traídos al mundo por Hortensia Madroño o por Juliana Mendoza, las dos comadronas del pueblo para el momento. Para la fecha de estar ya asentado el Dr. Demmer, mi abuela estaba nuevamente embarazada.

          Mi bisabuela habló con Demmer para que le atendiera el parto a mi abuela, y es así como el 29 de diciembre de ese año de 1921, en una casa de la calle Carabobo de Montalbán, nació mi mamá, el primer hijo de mi abuela no atendido por comadrona; sino por las cálidas manos de Julio Demmer, médico partero.

          A partir de esta experiencia, los tocayos Julio Demmer y mi abuelo Julio Torcuato Manzo hicieron una estrecha amistad, abultada de admiración y cariño mutuo.

          La debacle en los precios del café debido a la Primera Guerra Mundial hizo que mi abuelo abandonara la agricultura y se fuera de Montalbán para Valencia con toda la familia y luego de allí, entusiasmado con un buen cargo que le asignaron en la Gobernación, se fue a Caracas.

Demmer continuó en Montalbán, pero al poco tiempo le siguió los pasos a su amigo Julio Manzo. Se mudó también para Caracas y se convirtió en el médico de la familia Manzo y hasta de la mascota de mi abuela, un perro pequeño, blanco de manchas negras que se llamaba Fiat, quien lloraba de alegría cada vez que Demmer llegaba a la casa.

          Mi abuelo murió años después, pero Demmer llegó a hacerse tan familiar que no dejaba de visitar a mi abuela una y hasta dos veces a la semana. Y si mi abuela no le salía por alguna razón, se quedaba en el recibo, solo, jugando con Fiat o leyendo periódico, hasta que se le hacía de noche tarde, y se iba, cerrando la puerta silenciosamente.

          Así fue durante mucho tiempo, hasta que mi abuela también murió, año de 1957. Luego de ella fallecida, Demmer iba a visitar a Fiat, y se quedaban los dos en el recibo, Fiat montado en el sofá a su lado y él leyendo el periódico, hasta que se hacía muy de noche y se iba sigilosamente, cerrando la puerta sin hacer bulla.

La última vez que fue, hizo lo mismo.

Recuerdo que me encariñé con Demmer por su amor al perro de mi abuela, y todavía sin saber que la había atendido cuando dio a luz a mi mamá.

Su definitiva ausencia me hizo entender que lo que le pasaba es que estaba extremadamente agradecido de mis abuelos por su acogida en Montalbán que hasta lo querían como a uno más de la familia. A pesar de tanto tiempo de pasados aquellos años, Demmer seguía yendo a la casa de los Manzo en Caracas. Intuí que lo que pasaba era que no sabía cómo desprenderse del cariño que le tenía a mis abuelos, y que un día entendió que tenía que desaparecer, pues ellos se habían ido para siempre y que era hora de desprenderse de todo lo que se los recordara.

          Al cabo de varios años supe, por una información que me dio mi mamá, que había salido en el periódico una noticia sobre un alemán llamado Demmer, quien se hizo un viaje desde Caracas hasta el Campo de Carabobo, a pie, teniendo más de ochenta años.

Luego de esa noticia, no supimos más de Demmer.