EL MASÓN REBELDE
Por allá por los inicios de los años
veinte llegó a Montalbán un solitario inmigrante, solamente con una maleta, su
profesión de médico, y unos cuantos papiermarks, la moneda alemana
de aquellos tiempos, en el bolsillo. Julio Demmer, un médico judío, le huía a
las secuelas que había dejado la primera guerra mundial en Alemania, donde se sucedían
atentados frecuentes contra judíos, y donde comenzaba una hiperinflación
inédita.
Demmer comenzó a buscar alojamiento hasta que le informaron
que había una señora llamada Carmen Tortolero de Núñez, quien vivía en la Casa
de La Virgen, una casa grande y que podría ofrecerle hospedaje. La localizó,
conversó con ella y logró que Doña Carmen le cediera un cuarto.
Julio Demmer era un hombre de suaves modales, muy
blanco, de ojos azules y tez rosada. Comenzó a darse a conocer en el pueblo ofreciendo
sus servicios a domicilio, ya que no tenía consultorio. Entre sus ofrecimientos
estaba el de médico tratante de mujeres embarazadas y el de partero, para
atenderlas en sus casas en el momento que fueran a dar a luz.
Doña Carmen era la mamá de mi abuela, Natividad Núñez
Tortolero, quien tenía 27 años para el momento. Ya estaba casada y tenía siete
hijos en su haber, todos traídos al mundo por Hortensia Madroño o por Juliana
Mendoza, las dos comadronas del pueblo para el momento. Para la fecha de estar
ya asentado el Dr. Demmer, mi abuela estaba nuevamente embarazada.
Mi bisabuela habló con Demmer para que le atendiera
el parto a mi abuela, y es así como el 29 de diciembre de ese año de 1921, en
una casa de la calle Carabobo de Montalbán, nació mi mamá, el primer hijo de mi
abuela no atendido por comadrona; sino por las cálidas manos de Julio Demmer,
médico partero.
A partir de esta experiencia, los tocayos Julio
Demmer y mi abuelo Julio Torcuato Manzo hicieron una estrecha amistad, abultada
de admiración y cariño mutuo.
La debacle en los precios del café debido a la
Primera Guerra Mundial hizo que mi abuelo abandonara la agricultura y se fuera
de Montalbán para Valencia con toda la familia y luego de allí, entusiasmado
con un buen cargo que le asignaron en la Gobernación, se fue a Caracas.
Demmer continuó en Montalbán, pero al poco tiempo le siguió
los pasos a su amigo Julio Manzo. Se mudó también para Caracas y se convirtió
en el médico de la familia Manzo y hasta de la mascota de mi abuela, un perro
pequeño, blanco de manchas negras que se llamaba Fiat, quien lloraba de alegría
cada vez que Demmer llegaba a la casa.
Mi abuelo murió años después, pero Demmer llegó a
hacerse tan familiar que no dejaba de visitar a mi abuela una y hasta dos veces
a la semana. Y si mi abuela no le salía por alguna razón, se quedaba en el
recibo, solo, jugando con Fiat o leyendo periódico, hasta que se le hacía de
noche tarde, y se iba, cerrando la puerta silenciosamente.
Así fue durante mucho tiempo, hasta que mi abuela
también murió, año de 1957. Luego de ella fallecida, Demmer iba a visitar a
Fiat, y se quedaban los dos en el recibo, Fiat montado en el sofá a su lado y
él leyendo el periódico, hasta que se hacía muy de noche y se iba
sigilosamente, cerrando la puerta sin hacer bulla.
La última vez que fue, hizo lo mismo.
Recuerdo que me encariñé con Demmer por su amor al perro de
mi abuela, y todavía sin saber que la había atendido cuando dio a luz a mi mamá.
Su definitiva ausencia me hizo entender que lo que le pasaba es
que estaba extremadamente agradecido de mis abuelos por su acogida en Montalbán
que hasta lo querían como a uno más de la familia. A pesar de tanto tiempo de
pasados aquellos años, Demmer seguía yendo a la casa de los Manzo en Caracas.
Intuí que lo que pasaba era que no sabía cómo desprenderse del cariño que le
tenía a mis abuelos, y que un día entendió que tenía que desaparecer, pues ellos
se habían ido para siempre y que era hora de desprenderse de todo lo que se los
recordara.
Al cabo de varios años supe, por una información
que me dio mi mamá, que había salido en el periódico una noticia sobre un alemán
llamado Demmer, quien se hizo un viaje desde Caracas hasta el Campo de Carabobo,
a pie, teniendo más de ochenta años.
Luego de esa
noticia, no supimos más de Demmer.
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