martes, 22 de diciembre de 2015

El repoblamiento


La situación actual económica hace creer a muchos venezolanos que el culpable es el gobierno actual. Y eso es ver no más allá de una distancia muy corta. Lo malo es que esa percepción solo beneficia a los que les gusta tener algún tipo de poder político, que se valen de ese status para ganar indulgencias, pero lamentablemente escasean allí el mérito propio y los planes y los proyectos. Incluso, la realidad económica puede hacer que el país caiga en manos de gente disímil pescando en rio revuelto, pero que al lograrlo, pasará como en la Torre de Babel: no se entenderán, y será porque surgirán los intereses de cada uno y entonces las soluciones que interesan pasarán a un segundo plano.

No es el gobierno ni mucho menos el culpable de nuestra coyuntura actual. La realidad es otra, y mucho más amplia. El culpable surge en el momento que fue descubierto el campo Mené Grande en 1914, fecha desde la cual la riqueza petrolera se tornó en el eje de nuestra economía, y eso no ha cambiado hasta nuestros días. Y es nuestra actitud frente a esa riqueza petrolera lo que ha ocasionado la situación actual económica. Los gobiernos que se sucedieron desde aquel evento de Mené Grande  no atendieron la nueva realidad y se quedaron tranquilos, como si el país siguiese siendo rural. No atendieron a la masa humana que cada vez más numerosa se abalanzaba sobre las ciudades provenientes del campo. Resulta que esa masa humana se instaló en los alrededores de las urbes venezolanas hasta que quince años después Juan Vicente Gómez entendió que algo estaba pasando e inventó el Banco Obrero para otorgar créditos y que esa gente adquiriera casas dónde vivir en las ciudades. Pero la avalancha fue tan grande que al poco tiempo ese Instituto tuvo que transformarse en un ente constructor de viviendas.

Pero fue Pérez Jiménez quien le antepuso el pecho al crecimiento vertiginoso de la construcción de ranchos y se dedicó a hacer grandes edificios y numerosas casas en conjunto, iniciándose así en Venezuela una lucha equivocada de otorgar comodidad a quienes llegaron a las ciudades, sin elevar un poco más la mente para más bien regresarlos a sus tierras con incentivos bien planificados.

Ese criterio de hacer viviendas, infelizmente equivocado, era el latente en los quinquenios sucesivos a Pérez Jiménez pero para colmo de males no fue lo suficientemente ejercido, permitiendo que la avalancha humana se encargara ella misma de instalarse y de fabricarse sus casas y de esta manera Caracas terminó siendo, a finales de la década de los noventa, una ciudad donde el 85 % de sus áreas, una cifra patética,  quedaron ocupadas por construcciones espontáneas, o no planificadas.

En este estado de cosas llega el grupo actual al gobierno y en primera instancia dedica un buen tiempo y un buen dinero a desarrollar incentivos para el retorno al campo, otorgando créditos blandos, aportando maquinaria agrícola, creando fundos, expropiando grandes latifundios y otra serie de acciones sin lograr de manera significativa el magno objetivo. Es cuando entonces, vista la patética realidad, se crea la Gran Misión Vivienda Venezuela, la cual construye unidades habitacionales sin precedentes en toda la historia del país, principalmente en sus zonas urbanas, en una búsqueda de dar casa a quien no la tiene o la tiene precaria.

Este par de titánicos planes, encontrados y controversiales, no lograron revertir la urgente realidad y Venezuela sigue siendo hoy en día un país eminentemente urbano cuya población, en un 85% vive en las grandes ciudades de la Cordillera de la Costa, un 10% en las otras ciudades y otras zonas rurales ubicadas al norte del rio Orinoco y un cinco por ciento al sur del rio Orinoco, territorio que constituye por cierto la mitad del territorio nacional.

De esta manera podemos concluir que en base a los esquemas actuales es imposible desarrollar al país, en el sentido de tornarlo multiproductivo, un país donde las grandes mayorías todavía, a pesar de todos los planes, no quieren salir de las grandes ciudades, lo cual le otorga a Venezuela uno de los primeros lugares en el orbe como país urbano, siendo la media mundial 50% urbana y 50% rural.

Lo peor es que esa vida urbana no es en condiciones idóneas, pues la gran mayoría de las personas vive en zonas espontáneas, un desorden que se ha tratado paliar a través de planes que buscan darle orden, lo cual es realmente cuesta arriba, dado el inmenso volumen de obras improvisadas y de personas, una realidad debida a los patéticos descuidos en el pasado y que lo que han traído, entre otras cosas, es una delincuencia sin precedentes, dada la abrupta cantidad de personas sin educación y sin oficio conocido que se han alojado allí, muchas provenientes de latitudes foráneas al país. Tómese en cuenta que alrededor del 20% de la población venezolana está constituida por ciudadanos provenientes de Colombia, algo sin precedentes, y que la inmensa mayoría de esas personas se ha alojado en estas zonas no planificadas.

Se impone un cambio radical de paradigmas, en la búsqueda de equilibrar la población de Venezuela, de depurarla y de elevarle su calidad de vida. Además de urgentes planes de depuración humana, deben diseñarse proyectos de despoblamiento y repoblamiento. Comenzar por impulsar seriamente el poblamiento del Eje Norte Llanero a través de la oferta de empleo en esa zona, una de las de mayor potencial de desarrollo a nivel mundial, poblamiento que va cónsono con el Plan de la Patria. Por otra parte quitarle a Caracas la responsabilidad de seguir siendo la Capital, una decisión que traería como consecuencia la emigración de una gran cantidad de personas hacia el nuevo centro de desarrollo, el cual podría ser Cabruta, que es el centro geográfico del país, o Ciudad Bolívar o alguna otra región pero mirando siempre hacia la tierra adentro, tal y como lo han hecho ya otros países, que es donde se encuentran los mayores recursos naturales tales como los grandes ríos, léase Caroní, Orinoco, y por ende el agua, además de las grandes riquezas minerales como el oro, la bauxita, el hierro, el petróleo, etc.

Se impone dejar a nuestros descendientes un mejor país, y eso pasa obligatoriamente por el repoblamiento.

José Durabio Moros
Ingeniero Civil
Caracas



jueves, 22 de octubre de 2015

La torre IBM de Buenos Aires

Este edificio parece de ahorita, pero fue diseñado en 1978 e inaugurado en 1983. Es uno de los diseños más armoniosos y futuristas que he visto. Lo digo por su altura, su relación ancho alto, su equilibrio con el entorno y su equilibrio con el medio ambiente, además de su belleza, acabado en obra limpia (concreto lijado) y la vision postmodernista. La IBM le encomendó este proyecto al arquitecto Mario Alvarez, una leyenda en este pais. Yo diria el Le Corbusier, o el Kenzo Tange de America Latina. Su historial es muy profuso, y viendo sus diseños uno se impresiona por su amor a los detalles, y a la vez a la simpleza, y a lo práctico. Este edificio no tiene columnas interiores, fue su visión en vista de que era para oficinas. Sus fachadas no son de vidrio, como todos en la zona, sino con aleros con parasoles por los cuatro costados, lo que integra la luz natural al interior.
Me pareció un diseño ejemplar, con el que los propietarios deben haber quedado muy complacidos. De hecho allí están todavía, 30 años después. Vale la pena también leer sobre la vida integral de este arquitecto latinoamericano, un ícono de este país, muerto muy recientemente a edad muy avanzada. El cálculo estructural es de Horacio Fernandez Long, un ingeniero estructural bastante reconocido en Argentina, ex profesor de la Universidad de Buenos Aires.
La foto fue tomada por mi.

martes, 15 de septiembre de 2015

El Edificio Galipán de Chacao, Caracas.


El Edificio Galipán, construido en 1952 por el arquitecto Guinand, era una de las edificaciones más modernas del país y sin embargo en septiembre de 1999, hace hoy 16 años, fue declarada su demolición tras una confabulación inaudita y casi general de prácticamente todos los entes que tienen que ver con el patrimonio arquitectónico de Venezuela y que todavía hoy en día no se han podido conocer las causas que lograron que se derogara su declaratoria como edificio patrimonio histórico.

El Prof. Abner Colmenares, Decano de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Central de Venezuela, indicó sobre él que se trataba de un “Hito arquitectónico caraqueño, emblemático de la tipología de edificio plurifuncional de gran altura de los años 50 y memoria de nuestra primera modernidad".

El edificio era Patrimonio Histórico del Municipio Chacao, y nadie entendió nunca cómo pudieron ponerse de acuerdo todos los concejales de la época para decretar la derogatoria de la declaración de bien patrimonial municipal que tenía el Edificio Galipán. Parece como si un hada madrina les hubiese echado a todos alguna escarcha milagrosa.

Nadie entendió nunca la indiferencia del Alcalde de la época (1999), un señor llamado Cornelio Popesco que no se sabe por dónde anda hoy en día, quien no dudó en ponerle la firma al permiso de demolición solicitado por otro señor llamado Salomón Cohén para construir el edificio existente hoy en día y que además irónicamente lleva el nombre del que fue destruido.

 Lo más asombroso fue la opinión del Colegio de Arquitectos de la época que lo declaró "edificio insalvable". Valdría la pena conocer cuáles fueron los argumentos que tuvieron tan inmenso peso que lograron sacar de dicha institución esa tajante declaración.

Cabe destacar que el INSTITUTO DE PATRIMONIO CULTURAL no emitió tampoco declaración alguna en defensa de la edificación; inclusive hubo arquitectos que escribían en importantes diarios de la capital (Economía Hoy, Diario de Caracas), que dieron su aval a la demolición; el colmo es que hasta el mismo arquitecto que lo diseñó estuvo de acuerdo.

Vaya usted a saber qué hado iluminado preconizó que si no se tumbaba el Edificio Galipán alguna maldición caería sobre todos los que no lo permitieran, o algún otro tipo de "amenaza" contra tanto personaje, una "amenaza" colectiva que fue capaz de lograr la derogatoria de la declaratoria de bien patrimonial, algo inédito en Venezuela y cuyos motivos hasta este momento no he logrado conocer de las tantas fuentes que he consultado y que supuestamente deberían saber sobre este tema tan polémico y tan misterioso.

Con la destrucción de El Edificio Galipán, hace hoy 16 años se demuestra que puede haber ocasiones en las que el culto al arte solo está en la mente. Gracias a ello el movimiento de salvaguardia del patrimonio arquitectónico nacional sufrió el más duro revés en la contemporaneidad, un revés que engrosó la larga lista de edificaciones emblemáticas que han desaparecido debido a ese otro “culto oculto” y misterioso que “sacrifica” en honor al “progreso”.

lunes, 13 de julio de 2015

A propósito de la Copa América


Estadio de Maturín, Venezuela


A PROPÓSITO DE LA COPA AMÉRICA (Especial para Últimas Noticias)

Corea del Norte y La India se llevan el primero y el segundo puesto en aforos para ver fútbol, y en América tenemos al que les sigue: el Azteca de México, el más grande del mundo occidental con sus cien mil asientos, no superado por el Wembley de Inglaterra ni por el Bernabéu de Madrid.

Entre nosotros, el Estadio Monumental de Maturín, con su capacidad para 52 mil espectadores, mete a Venezuela en las referencias y pasa a sentar un precedente al ser el más grande que se ha hecho en toda la historia del país, después de conformarnos durante medio siglo con el Estadio Universitario de Caracas. Maturín supera en calidad y capacidad la oferta de asientos para ver fútbol que tienen otras grandes ciudades de América pertenecientes a países con mayor tradición futbolística como lo son La Paz, Asunción y Santiago de Chile.

Además está dotado muy generosamente de espacios, equipos e instalaciones para operar eficientemente con el aforo copado, incluyendo sus 200 puestos para discapacitados, algo inédito, su centro comercial y sus 110 suites cinco estrellas, todo lo cual lo coloca en calidad por encima de los grandes estadios de Europa.

Solamente en el año 2007 Venezuela aumentó sus asientos para ver juegos de fútbol en la sorprendente cantidad de doscientos treinta mil puestos, repartidos entre estadios nuevos y ampliados lo cual duplica el aforo del de Corea y el de La India, y supera en puestos a cualquier estadio del mundo. Este logro coloca al país en capacidad para celebrar juegos y campeonatos de corte mundial como lo fue la Copa América de 2011, evento imposible de imaginar que se pudiera haber celebrado en nuestro país habida cuenta de la pobre infraestructura existente previo al inmenso esfuerzo, inédito en el sector deportivo del País y del mundo y que la FIFA reporta como la mayor construcción de localidades para el fútbol efectuada en todos los tiempos en el término de un año, un acontecimiento hoy por hoy digno de recordar a los venezolanos que acaban de ver una nueva Copa América, para que se llenen de satisfacción.

Ing. José Durabio Moros

domingo, 5 de julio de 2015

La oportunidad


LA OPORTUNIDAD.

Cuando los europeos llegaron a América, donde ponían el pie ese territorio era una conquista, y así sucedió con la zona que llaman Esequibo, a la que los españoles le pusieron el pie en 1498, durante el tercer viaje de Cristóbal Colón (CC), cuando una avanzada se adentró por allá y descubrieron ese río al que le pusieron Esequibo en honor a Juan de Esquivel, un lugarteniente de uno de los hermanos de CC. En su diario CC relacionó este nuevo descubrimiento y fue así como el Esequibo quedó anexado al imperio español (1550), a la Corona de Castilla, luego Corona de España.

Pasó un siglo pacífico, con colonos españoles estableciéndose en la zona, a orillas del río y haciendo buena liga con los nativos.

Mientras tanto, y desde que Colón descubrió a México en su cuarto viaje, comenzaron a salir de España cualquier cantidad de expediciones hacia estas tierras, alucinados por la aventura de conquistar territorios y descubrir riquezas, y ya para 1550 se habían desparramado en nombre de la Corona desde lo que hoy es México  hasta la parte sur de lo que hoy es Colombia, y por el este hasta el río Esequibo, primer territorio conquistado en tierra firme, días antes de que Colón pisara en Macuro.

Al final de ese siglo de descubrimientos y conquistas, a todo ese vasto territorio la Corona de España le quiso poner orden: lo delimitó, le hizo un mapa y lo llamó Nuevo Reino de Granada (1650), el cual duró 168 años, cuando pasó a ser el Virreinato de Nueva Granada (1718) hasta que en 1819 Bolívar logró la independencia y lo llamó la Gran Colombia, sin contar ya con la Capitanía General de Guatemala, una vasta zona ya conquistada que llegaba hasta la Provincia de Costa Rica y que la Corona de España se la anexó al Virreinato de Nueva España que venía desde el sur de lo que hoy en día es EEUU hasta Costa Rica.

En 1830 hubo la separación de Venezuela de la Gran Colombia, y lo que era el territorio de la Capitanía General de Venezuela pasó a ser el territorio de la República de Venezuela, con Esequibo incluido. Inclusive Holanda y España ratificaron a ese rio como lindero cuando se definió la Capitanía General de Venezuela en 1777.

La tranquilidad reinó hasta 1838 que comenzaron las disputas con los ingleses por la cuestión del Esequibo. Resulta que los holandeses, descubridores, conquistadores y poseedores de las tierras al este del rio, las perdieron a causa de invasiones e imposición de gobiernos de facto, colocados allí a la brava por Inglaterra, la gran potencia militar de la época, y hubo que cederles las colonias de Esequibo, Demerara y Berbice, tras un tratado en 1814. En 1831 los ingleses llamaron a esas tierras Guayana Británica.

A raíz de la Independencia de Venezuela, José Antonio Páez, su primer Presidente, comenzó por "ponerle el ojo" a los linderos, y los ingleses, vista esta reacción, decidieron demarcar sus territorios e impusieron, unilateralmente, al Río Cuyuní y al Venamo como su lindero occidental, y allí comenzaron los problemas, porque ya toda esa región hasta el Río Esequibo era tierra venezolana desde 1550 por el principio de Uti Possidetis Iure (como poseéis, de acuerdo al derecho, así poseeréis), una regla ya aceptada mundialmente. Eran territorios heredados del Reino de España, quien los descubrió, los conquistó, los colonizó y los pobló primero que nadie.

Páez protestó hasta su muerte esa imposición hegemónica y mandó delegados a Inglaterra durante sus tres gobiernos pero todo argumento fue desoído. Durante los gobiernos siguientes hubo la misma actitud de protesta, sin poderse lograr nada hasta que se sucedió el Laudo Arbitral de París (1899), un ardid de los ingleses para quitarse de encima el “fastidio” de los venezolanos; un Laudo que de arbitral no tuvo nada, pues los delegados que correspondían a Venezuela los nombró la misma Inglaterra, y eran estadounidenses, y por supuesto todo quedó como estaba.

Venezuela protestó el Laudo pero no lo denunció por temor a peores represalias de Inglaterra, el gran verdugo, pero esa protesta se mantuvo siempre hasta que en 1948 se descubrió un documento donde se revelaba la negociación secreta que provocó la sentencia despojatoria, lo cual corroboró la certeza de que se trataba de una componenda. Se aclaró así el hecho curioso de que ese “tribunal” tenía tres meses para decidir y lo hizo en apenas seis días.

A raíz del descubrimiento de la farsa, Venezuela denunció el Laudo y reclamó su nulidad ante la Organización de las Naciones Unidas, quien admitió la contensión venezolana y provocó el Acuerdo de Ginebra (1966), el cual invalidó el Laudo y en el que Guyana e Inglaterra reconocieron el reclamo de Venezuela, pero el territorio quedó bajo la administración guyanesa. Ese Acuerdo de Ginebra dice que se buscará una solución práctica y pacífica en el término de cuatro años, lo cual Venezuela trató de hacer directamente con Guyana, quien siempre se negó y siempre pidió terceras instancias, con lo que Venezuela nunca estuvo de acuerdo. Se vencieron los cuatro años y Venezuela solicitó congelar el reclamo por doce años, a través del Protocolo de Puerto España (1970), con la excusa de enfriar los ánimos y de mejorar las relaciones con Guyana. Los 12 años se vencieron en 1982 y Venezuela decidió no prorrogarlos y someterse al Acuerdo de Ginebra que estipula que de no lograrse el Acuerdo en el término de su duración el caso pasaría a manos del Secretario General de las Naciones Unidas.

Pasaron más de 25 años y ninguna de las partes le puso mayor interés al asunto hasta que Guyana, con todo su derecho pero sin dejar de ser una acción temeraria, decidió darle permiso a una transnacional petrolera para hacer exploraciones en esa zona y dicha empresa acaba de declarar que estaban en presencia de grandes yacimientos. Esas declaraciones removieron la polvareda que había y el Presidente de Guyana salió, ahora sí, como un tigre a defender el territorio y a objetar el proceso de negociación, depotricando de gratis al gobierno de Venezuela. Es así como el tema del Esequibo vuelve al tapete y vuelve a caer en la boca de la región y de todos los venezolanos.

Dejaremos pasar esta oportunidad? 


 

jueves, 25 de junio de 2015

El mantenimiento vial en Venezuela

El mantenimiento vial en Venezuela (especial para Últimas Noticias).

Cuando uno tiene la oportunidad de viajar fuera del territorio nacional y observar las carreteras y autopistas de otros países, se da cuenta de un buen estado en general y que efectivamente hay un mantenimiento pero que el mismo es puntual, de menor cuantía y no significa un derroche de asfalto tal y como lo observamos acá. En Venezuela mantenimiento vial significa cambiarle el asfalto a toda la vía, lo cual muchas veces no es necesario y otras veces sí. Y cuando es necesario es porque el asfalto viejo se ha deteriorado de tal manera que realmente requiere ser sustituido totalmente. Lo que no analizamos es que un asfalto bien gradado, bien enriquecido en petróleo, bien colocado y sobre una base bien compactada y de material idóneo no tiene porqué durar menos de 20 años. Resulta que en este país ya a los cinco años o menos le estamos colocando a las vías una carpeta de rodamiento nueva completa, algo que no sucede en ningún país del mundo y que revela una mala calidad del antiguo material, una mala ejecución, o las dos cosas juntas.

Las causas de esos mantenimientos tan grandes y tan frecuentes radica en la baja intervención de las inspecciones técnicas en las obras que a pesar de ser contratadas y bien pagadas, salvo honrosas excepciones se traducen en una figura formal pero poco útil pues brillan por su ausencia en los sitios y no le elaboran ensayos previos a los asfaltos que están siendo colocados pues de otra manera no tuviéramos esos frecuentes gigantescos mantenimientos a los que ya estamos acostumbrados.

Aquí toda la vida se ha visto a los alcaldes, a los gobernadores y hasta a los ministros llenarse la boca con las toneladas de asfalto que están siendo colocadas en un momento dado para recuperar las vías, y resulta que eso lo que revela es la estafa recurrente a la que se somete a este país con el asunto del mantenimiento vial.

El comportamiento pernicioso de estas dos figuras inspección - empresa es muy frecuente, y ha significado la erogación de grandes sumas de dinero que pudieron haberse evitado, y lo peor es que es un dinero que se utiliza en echar las bases para un nuevo mantenimiento dentro de unos pocos años, cuando se tendrá que ejecutar nuevamente y otra vez de baja calidad.

Se impone una reingeniería de esta figura inspección - empresa para la construcción de obras de vialidad, con la intervención de la Contraloría General de la República y del Colegio de Ingenieros de Venezuela con la finalidad de crear mecanismos que garanticen la implementación de las buenas prácticas y el cumplimiento de las normas de calidad y de construcción existentes para así ejecutar obras idóneas que alejen esos mantenimientos tan grandes y tan frecuentes.

José Durabio Moros

martes, 16 de junio de 2015

El apellido Moros en Venezuela





El apellido Moros en Venezuela                                 (Especial para Últimas Noticias)


Los apellidos Moro y Moros tienen el mismo origen. La palabra castellana "Moro" en griego es "Máuris". La primera vez que se oye hablar de los moros es cuando Hércules (edad antigua) se los trajo al occidente del Mediterráneo, junto con persas y armenios, y se establecieron en las tierras de lo que hoy es Marruecos, Argelia y Libia. Toda esa zona llegó a llamarse Mauritania en la edad media, precisamente por la ocupación de los mauros, o moros. Luego formó parte del imperio romano, en la época de Calígula, y de allí en adelante los moros comenzaron a participar en la ampliación del imperio romano, conquistando territorios, entre ellos La Galia (Siglo V). De hecho Mortagne, de Francia, deriva su nombre de Mauritania. Gildo y Lucio Quieto fueron generales romanos de origen moro.

Tras la caída del imperio romano, los moros de Mauritania se animaron a invadir a lo que hoy es España, muy fácil de llegarle a través del Estrecho de Gibraltar, lo cual hicieron en apenas nueve años, y se establecieron allí (Siglo VIII) durante tres siglos, hasta que los cristianos lograron dominarlos y someterlos (Siglo XI) pero a la larga lograron una convivencia bajo ciertas reglas. Toda la influencia árabe en la cultura y arquitectura española se debe a los moros.

Para la era moderna, en la época del descubrimiento de América, a los moros les tenían prohibido participar en esos viajes a territorios que los cristianos españoles creían eran Las Indias. Los cupos se los tenían reservados a los "viejos cristianos", pero hubo pequeños grupos que pudieron evadir los controles y 'colearse' en los viajes. Quiere decir entonces que esos 'poquitos moros' llegaron acá en esa época y se fueron estableciendo en las montañas del occidente de la América nor-occidental, vale decir en lo que hoy es la Cordillera de Los Andes de Colombia y de Venezuela. No hay moros más abajo. Ni en Perú, ni Ecuador, etc.

Desde entonces los moros americanos nos 'pusimos la mayúscula' y nos hemos mantenido en estos territorios o cercanos a ellos. No se sabe el porqué de esa preferencia por las montañas. Quizás sea porque cuando Hércules nos llevó a Marruecos le 'cogimos el gustico' a las Montañas de Marruecos, que fue donde nos establecimos al llegar a esa región.

sábado, 9 de mayo de 2015

Los aromas del petróleo




Los aromas del petróleo (especial para Ultimas Noticias)

Durante el siglo XIX, la Cuarta República fue una época de muerte y atraso que le robó al País 70 años largos; a duras penas se pudieron hacer algunas vías férreas y algunas edificaciones públicas. Llegó Juan Vicente Gómez pero construyó muy poco para tanto tiempo en el poder, aunque pacificó al país, pues no se volvieron a suceder aquellas guerras estériles entre venezolanos que solo dejaron tristeza y miseria. Comenzaba entonces con Gómez una era de paz, excelente ocasión para pensar y visionar futuro que lamentablemente se desperdició entre el tedio y el marasmo, típico de esa época. A pesar de que ya se sabía del potencial petrolero y ya se veía que ese potencial estaba provocando migraciones masivas hacia Valencia, Maracaibo y Caracas tras un evidente abandono del campo, no se hizo nada para evitarlo. Al contrario: se sucedieron otros 70 años (1935-2000) que no sirvieron sino para ir asimilando pasivamente aquella realidad, fabricando urgentes viviendas, ya denominadas de interés social, para albergar a la avalancha de gente, pero sin hacerse ningún esfuerzo por revertir el alud, a excepción de una tímida Reforma Agraria auspiciada por Rómulo Betancourt que no pasó de ser un plan, pues carente de seguimiento, se convirtió en un lamentable fracaso.

Hoy en día vemos con perplejidad que un 85% de los venezolanos se asentó en las grandes ciudades de la Cordillera de La Costa durante esos 70 años, lo cual convirtió a Venezuela en un país radicalmente urbano, superando con creces al promedio mundial, cuya población es 50% urbana y 50% rural.

Quedó para el campo criollo una población realmente pírrica; y para las ciudades, un alboroto. Solamente pensar que en la ciudad de Caracas, el 80% de sus habitantes vive en zonas no planificadas, amerita realmente un Consejo de Estado. Tómese solamente en cuenta que en sus alrededores existe un suburbio conocido como Barrio José Félix Ribas, que es nada más y nada menos que el segundo barrio marginal espontáneo más grande del mundo (marginal porque se encuentra en las “márgenes” de la ciudad y espontáneo porque se fue haciendo al libre albedrío de sus ocupantes).

Hemos heredado a una República descuidada, con sus campos abandonados y sus ciudades colapsadas, desvirtuadas, atrasadas en servicios de infraestructura comunitaria pero claro: quién puede hacerlos en tal desorden y en cuál espacio, si todos están desbordados por tantos ciudadanos, todos ejerciendo ese espíritu creado por los “aromas” del petróleo.

No será fácil equilibrar al territorio y a su gente. Se requerirá esfuerzo verdadero y muchos años de vida. Basta ver los ingentes recursos dedicados en los últimos quince años al desarrollo del poblador, de la producción agrícola y del campo en general, con resultados que no se corresponden con el esfuerzo, dada la cultura heredada, ese algo tan difícil de doblegar.

Cuando decretemos otra ciudad capital orientada hacia el equilibrio del poblamiento; cuando logremos el retorno al campo, y cuando consolidemos el Plan de la Patria con el poblamiento del eje Norte Llanero, bajaremos ostensiblemente los embates de la inflación y de la delincuencia, la primera producto de esa dura dependencia unívoca del petróleo y la segunda producto de esa exagerada y explosiva marginalidad alrededor de nuestras ciudades.

José Durabio Moros
Ingeniero Civil CIV
josedurabio@gmail.com
Primer Consejo de Lectores ÚN

jueves, 26 de marzo de 2015

El destino existe

Todas las noticias internacionales relacionadas con el accidente aéreo ocurrido en los alpes franceses reseñan que allí murió el venezolano Norberto Ariza, ingeniero, un asunto por confirmar. Ariza fue asignado a Paraguay a una agencia de la Corporación para la cual trabajaba. De allí renunció para hacer vida en ese país, dedicándose a emprendimientos propios, situación que lo vio progresar y que lo llevó a Barcelona, España, con su socio argentino en asuntos inherentes a su proyecto, encontrando la muerte en este viaje a Düsseldorf, una ruta totalmente fuera de itinerario e inimaginable para él cuando estaba sentado en su escritorio en la ciudad de Caracas, por allá por el año de 2008. Supe de él en vida, ya que, por razones del destino, me le fui atrás, en emprendimientos parecidos. No tuve el placer de conocerlo personalmente pero me impresiona que un hombre sencillo, un técnico al servicio del país se haya ido tan lejos a buscar la muerte, y tras una decisión de irse primero al Paraguay, decisión que no fue de él, sino de sus supervisores, pero que él aceptó ilusionado. 

Mis respetos a quienes dicen que el destino existe.

sábado, 14 de marzo de 2015

La Caracas heredada

(Especial para Últimas Noticias)
Nuestra bella ciudad capital le debe ese adjetivo a dos cosas: al clima, templado con pequeñas variantes, y al paraje donde está enclavada, un hermoso valle longitudinal que se encuentra entre dos hileras de cerros y colinas: hacia el norte la Cordillera de la Costa con sus cerros El Ávila, Naiguatá y la Silla de Caracas y hacia el sur unas colinas en derivación, donde se encuentran los urbanismos Cumbres de Curumo, Colinas de Santa Mónica y Colinas de Bello Monte. No hay otra referencia para calificarla con ese adjetivo de “bella” pues por lo demás es una ciudad atosigada de gente y de vehículos, además de improvisada desde el inicio de su crecimiento a partir de Puente Anauco hacia el este, el cual obedeció a la disponibilidad de haciendas, una al lado de la otra. Tan caprichoso fue el crecimiento que empezó por Los Chorros, unos parajes lejanos y aislados, al libre albedrío de sus promotores, un zapatero y un boticario, admirables por su emprendimiento pero desconectados de la ciudad y de los conceptos.

Avanzamos medio siglo, y mientras se improvisaba hacia el este, en el mero centro unos franceses nos tumbaban inéditos testigos de los siglos XVIII y XIX para atravesar el centro de la Ciudad con las avenidas Urdaneta, Baralt, Fuerzas Armadas y Bolívar, un Plan por articular y “modernizar” pero que derribó a genuinos testigos arquitectónicos en un cercenamiento a la historia sin precedentes.

Y así el crecimiento urbano capital siempre se fue empeñando en quebrar al adjetivo “bello”, y nuestra generación no escapa de ello con su aporte al construir edificios residenciales a ambos lados de la Avenida Bolívar, quebrando los sueños de ver el nacimiento del gran pulmón del centro de la Ciudad que viniendo desde la Plaza Venezuela culminaría en el Parque El Calvario, integrado al Parque Los Caobos, al Teatro Teresa Carreño y al Parque Vargas.

Entre emprendimientos e improvisaciones no nos dimos cuenta de que la ciudad se nos estaba viniendo encima; de que este pírrico e improvisado urbanismo que tenemos  ya iba muriendo ante la avalancha del crecimiento poblacional desordenado que en apenas cincuenta años se adueñó de la Ciudad, si es que todavía podemos llamar “ciudad” a un asentamiento humano dominado por el desorden que significa que el ochenta por ciento (80%) de su desproporcionada población viva en zonas espontáneas, esos suburbios inmensos que se han formado a su alrededor, donde vive mucha gente honesta, pero que lo que traen es delincuencia que la acechan, que la amenazan con tragársela.

No hay nada qué agradecer a quienes permitieron la consolidación de esta situación, iniciada en la agonía gomecista, galopante desde la última dictadura, y ya una realidad al final de la democracia representativa, imperdonable, siendo Venezuela un País que ha dado ciudadanos ilustres en la materia urbanística, con mística y brillantes propuestas, pero que fueron desoídos por los poderosos durante medio siglo, ocupados en la diatriba política que ocasionó que al País se le haya pasado el tiempo en la esterilidad del verbo mediante el discurso perenne, cundido de promesas, en detrimento de lo vital, como lo es la calidad del hábitat, esa calidad que pudimos haber heredado para esta descuidada Ciudad capital.

José Durabio Moros
Ingeniero Civil
Primer Consejo de Lectores ÚN

martes, 17 de febrero de 2015

Vacaciones albóreas



VACACIONES ALBÓREAS
“Blanco, ceñido de luz blanca desde los pies a la cabeza. Vienen de lejos hasta mí, se alzan, me embisten, me rodean.” José Hierro.

Mamá me llevaba a Montalbán, su pueblo natal, todos los años en vacaciones de agosto. Se quedaba con sus otros dos hijos más pequeños a quienes dejaba con la muchacha de servicio, cuando la tenía, en nuestra casa de Coche mientras ella iba a su trabajo durante ese largo periodo sin clases. Cuando no tenía a la muchacha de servicio, simplemente cargaba con ellos para su trabajo, y hacerlo con tres ya era algo inmanejable. Estas vacaciones largas eran además la ocasión para ella relacionarme con su familia, vale decir sus hermanos y sus sobrinos, y que yo conviviera con ellos, lo cual a su vez le permitía frecuentarlos, pues casi todos estaban en Montalbán. Era además una manera de hacerse sentir, y de recordarles que estaba sola en su lucha por un destino, estacionada allá lejos en Caracas, allá lejos de ellos, limitada y todavía en la búsqueda del equilibrio, acompañada solamente por nosotros y con su arraigado afán de vivir y de llevarnos por la calle del medio.

A mí era al que llevaba a Montalbán; al menos una vez al año y era en estas vacaciones del Colegio. Yo no iba para ningún otro lado en mis vacaciones largas sino a Montalbán, y siempre a donde tío Torcuato, quien contaba con más espacio para recibirme que los otros, que estaban más comprometidos y con menos posibilidades en este sentido, por lo que no le abrían las compuertas a mamá. Además tío Torcuato era su padrino de bautizo. Eran unos padrinazgos que se asumían con un sentido de paternidad y que eran como una encomienda del que los otorgaba.

Me dejaba no tanto con él, sino en su casa, bajo su tutela, la cual él ejercía muy lejano, ocupado siempre en sus cosas, en sus responsabilidades y además en el desarrollo de su intelectos, de sus inquietudes literarias que solícito frecuentaba, más que de las otras cosas, que tampoco era que las descuidaba.

Me dejaba allá para pasarme bastantes días, tantos como las vacaciones enteras. La primera vez fue en la Hacienda Montero, que era de Ricardo y Carlos Manuel Bello, junto a sus tres hermanas, donde mi tío era el administrador. Luego él dejó ese trabajo y se mudó a La Quinta, que era como llamaban a una casa inmensa que pertenecía a Francisco Ramón y Ana, los esposos Henríquez, los padres de Carmen Filomena su esposa, una casa con techo a dos aguas que quedaba en un rincón del pueblo, donde empezaba la selva. Allí vivió un tiempo hasta que se compró una finca que se llamaba Santa Ana, que siempre creí que era Santana, donde fui tantas veces a compartir mi niñez con mis primos, sobre todo con Carlos Enrique, a quien llamaban Like.

En la época que Tío Torcuato estaba en la Hacienda Montero, vivía en una casa blanca, de larga fachada que estaba al frente de un enorme patio de losas de arcilla que usaban para secar el café. Allí me dejó mamá la primera vez, con una pequeña maleta de cuero y con mis seis años, a buen resguardo, la primera vez que se zafó, sin más opciones para mí, de mi mano, siempre agarrada de su falda. Se devolvió a Caracas porque tenía que ir a su trabajo.

Mis primos ni siquiera se me acercaban. Transcurría mis días allí con ellos, sentado en el piso o en los brocales del patio de secar café viéndolos jugar con otros muchachitos hijos de empleados de la Hacienda. Un buen día me desperté con una fiebre muy alta la cual me mantuvo en cama bastante tiempo, más de una semana. Ya venía yo sufriendo de fiebrones súbitos, frecuentes. Una vez postrado, nadie tenía que ver conmigo. Solamente Carmen, la esposa de mi tío Torcuato, que fue la que me dijo que me acostara y no me levantara más hasta que se me quitara la calentura. La cama que me dieron estaba sola, en un cuarto enorme, de techos y puertas muy altas, oscuro, sin nada en las paredes. Apenas un perchero con un sombrero muy usado, oxidado y arrugado. Era un sitio tan solitario que parecía abandonado. Carmen, una vez al día, entraba velozmente y me dejaba sopa, plátano sancochado y pan. Salía de igual manera, sin decir palabra, estrujándose las manos en la falda que llevaba hasta que alcanzaba la puerta, la cual cerraba rápidamente. Una tarde de mi postramiento, sumido en mi sopor, sentí por primera vez que alguien abría la puerta con lentitud pues la luz entraba muy poco a poco. No era a lo que yo estaba acostumbrado. Me estremecí por lo diferente y en mi letargo volteé lleno de curiosidad hasta posar mis ojos en una silueta menuda que fue apareciendo y que recibía desde arriba el haz de luz que se iba formando, con infinidad de partículas de polvo que flotaban. Al terminar de entreabrir, la figura se recostó de la pared que le quedaba atrás, y fue cuando pude verla en todo su esplendor. Se trataba de Yolanda, una primita linda a la que yo le huía falto de argumentos debido a la admiración que le tenía. Con sus brazos escondidos detrás de su pequeño cuerpo y su grácil sonrisa, me dijo que no me preocupara que pronto me pondría bien. Me miró en silencio apenas unos instantes más hasta que bajó sus ojos y se fue por donde entró, y tras ella se esfumó la luz que le manaba. Me quedé en silencio viendo hacia esa enorme puerta de dos hojas cubierta por el negro de la habitación neutralizado por el gesto de La Yola, quien así me hablaba por primera vez.

Después de esta etapa de Montero, me dejaban era en aquella casa que mi tío ocupó al salirse de esta Hacienda, una casa azul con zócalos rojos muy altos, que llamaban La Quinta, ubicada en un rincón del pueblo, al pié de la montaña El Peñón, donde él tenía además un rancho casi en la cima a donde se iba a pie a escribir y a meditar. Acá abajo La Quinta estaba enclavada en el medio de un gran terreno, y al frente tenía construida una cancha de basquetbol completa.

Mis primas Carmen Cecilia (La Nena) y Yolanda (La Yola), las dos hijas de tío Torcuato, me consentían mucho. Ese año, el día de mi cumpleaños, me hicieron una piñata con sus manos que consistía en un número ocho, a base de cartón, que forraron con papel crepé de color rojo y le guindaron unos mediecitos, que eran de plata y valían la cuarta parte de un bolívar, en tiras entorchadas del mismo papel crepé. La piñata la colgaron en uno de los aros de la cancha. No tenía ni media hora de haber sido guindada cuando se apareció mi primo Miguel Eduardo y se encaramó en la estructura que sostiene el aro donde estaba la piñata y se dedicó a quitarle uno por uno todos los mediecitos que tenía de adorno. Yo vi aquello incrédulo, y no dije ni una palabra. En la noche, Miguel Eduardo, un poco mayor que yo, estaba arrodillado en el corredor de la casa, castigado por tío Torcuato.

Cuando mi tío se compró la finca Santa Ana, entonces era allá donde yo iba a parar. Me acercaba al río a pescar y montaba a caballo. Like era el de los hijos de mi tío con el que más andaba. Era muy amigo de los muñequitos de vaquero. Los tenía a todos en una caja de zapatos dentro de su closet. Cuando yo estaba nos poníamos a jugar al pie de una mata de mango inmensa que había al lado de la entrada de su casa, cuyas grandes raíces sobresalían del suelo haciendo pequeñas cimas que utilizábamos como guaridas y cuarteles. Like era un experto en el manejo de los muñequitos, que eran simples, hechos de molde, pero que se tornaban sumamente atractivos a raíz del trabajo que les hacía, consistente en pintarlos con gran minuciosidad y ponerles ropa. Tenía sus favoritos, que se los reservaba para él. Yo participaba con los menos arreglados y que requerían menos de su atención. Nos divertíamos mucho. Sobre todo él. Yo más que nada simulaba el manipuleo de los vaqueritos pero era para observar su emoción, sus ademanes y su destreza, la cual reflejaba sobre todo en las peleas entre el vaquero bueno y el bandido, cuando él solo entablaba una simulada conversación entre ellos hasta que el supuesto diálogo terminaba en la consabida pelea. Hacía ruidos con la boca simulando los puñetazos, las caídas al piso, las quejas tras el golpe. Los tiros eran de un realismo increíble. Cuando montaba a un vaquerito en un caballo, lo lanzaba a correr agarrado entre sus dedos y el sonido que emitía con la boca simulando el de un galope era para quedarse absorto.

Montero, La Quinta y Santa Ana fueron impactantes descubrimientos, y escalonaron hacia arriba una subida donde el primer peldaño lo pisé en Caracas, en mi casa de Coche. En Montero descubrí el campo, y se me encimó en forma de una pradera que rodeaba al punto donde yo estaba, donde yo llegaba, lleno de paredes blancas y techos rojos, paredes atacadas de sol y débiles para repelerlo, porque todas eran de un blanco puro y se rendían a la resolana, resolana que junto a la fiebre que me dio también me rindió. Ambas cosas me acaloraron tanto el cuerpo que me llegó hasta el alma. La indiferencia de mis primos me entristeció el corazón hasta que apareció Yolanda con sus palabras en la puerta de mi cuarto. Pensé que esa era la vida, y estaba dispuesto a asumirla.

La Quinta me reconfortó porque aquel abandono y soledad que había sentido el año pasado en Montero, siempre sudado, y que creí que siempre iba a ser así, se quedó atrás gracias a mis primas y sus piñatas que me recibieron todas sonreídas cuando volví al año siguiente y luego al otro; un año fue de tapara y el otro fue de cartón forrado de papel crepé, guindadas ambas entre el frescor de los mangos que rodeaban la cancha, frescor que no sabía de dónde provenía pero que sentía tan hondo que suspiraba profundo y me enrumbaba el talante.

El año siguiente fue el último, y me tocó en Santa Ana. Me desprendí de prejuicios y me adapté al ambiente. Ya no pensaba en sudores, calores, fiebres, soledades, abandonos, oscuridades ni indiferencias. No hubo las piñatas de La Quinta pero la mata de mango que estaba a la puerta de la casa de la finca era inmenso, y ponerme debajo de él me era suficiente. Ver a Like divertirse con sus muñequitos de vaquero bajo aquella grandiosa sombra coronaba el escenario y todo eso me bastaba; tanto me gustaba, que me resultaba hasta más excitante que el mismo hecho de yo divertirme.