martes, 17 de marzo de 2020

Carlos y su circunstancia


 




Carlos y su circunstancia
Cuando un ángel aparece, se queda para siempre.


          Cuando Carlos vino al mundo, se encontró con que lo que le esperaba no se adecuaba a lo que él traía. El estilo de vida, el modo de desplazarse de la gente, cómo hablaban, eran estilos incompatibles. Sin embargo, veía, respiraba y, lo que es mejor: sentía.

          Tuvo la suerte de superar su primer trance: que lo aceptara la vida. De allí en adelante él haría lo demás.

          Ser cuadraplégico donde casi nadie lo es, involucraba definitivamente que había que hacerse su propio mundo, pero no iba a ser fácil pues, necesariamente, había que contar con alguien de este mundo.

          Comenzó la vida de Carlos malamente. A raíz de su nacimiento, ellos se separaron. No vio más nunca a su padre, una consecuencia de no haber nacido bien, de no haber nacido de este mundo, un punto menos a sumar a los que ya traía perdidos. No importa. La tía, la abuela le metían la mano.

          Entre sus familiares, y entre sabores y sinsabores pudo superar su infancia. De allí en adelante llegaron otras personas. Ya era algo externo al núcleo familiar, pero el afán por vivir superaba los sobresaltos. Fueron varios años, nuevos años existiendo en los días que le pasaban hasta que le llegó un ángel.

          Carlos tenía parálisis cerebral. No caminaba. Tenía un brazo inútil. No hablaba. Solo se hacía entender. 

          Su ángel lo tomó de dieciocho años, y de allí en adelante se integró más a su espectro, de apariencia limitado, pero no para él. Comenzó a ser feliz en su universo. Siempre aseado, bien alimentado, bien vestido. No se quejaba de incomodidades. Comenzó a utilizar su idioma abiertamente. Comenzó a conversar con sus tres palabras, sus gestos y sus expresiones, donde su sonrisa aparecía frecuentemente.

          Comenzó a gustarle la música, comenzó a cantar. En poco tiempo, todo quedó listo. No tuvo que hacer más para meterse en el mundo de los demás porque su ángel caído del cielo se metió en el de él. Le comenzó a entender su idioma, sus miradas, sus gestos. Aprendió qué lo alegraba y qué lo entristecía, una empatía que desarrolló el amor mutuo con tanta intensidad que Carlos se sentía pleno cuando su ángel dormía con él.

          Así transcurría su delicada vida, pero él no se daba cuenta. Sus crisis pasaron a ser parte de él, y las aceptaba, y las procesaba. Sus faltas de aire, sus dificultades fisiológicas, eran atendidas con precisión y rápidamente, para que saliera rápido del trance, para que no sufriera. Había alguien que lo sacaba de la muerte a cada momento, y ese era su ángel, que lo acompañaba de día y de noche.

          Hubo un día en que su magno protector tuvo que apartarse de su lado por alguna justa circunstancia y eso bastó para la crisis fatal. Ya ese ángel era parte de su vida plena, y al faltarle en ese fortuito evento, fue como haberle quitado un órgano vital.

          A Carlos se lo llevaron para el hospital. Cuando su ángel se enteró, acudió enseguida pero ya era tarde. Carlos, a sus veintidós años, se fue de este mundo, y del suyo propio. Las manos de un extraño quien aparentaba saberlo todo, no pudo descubrirlo esencialmente.

          Su ángel que lo guardaba, que lo sostenía, que lo entendía, quedó abatida. Carlos había dado su última batalla. Se había ido el único que participaba con ella en el mundo de él. Se quedó inerme con las manos llenas de esas herramientas que le permitían acceder al sino de Carlos, que le garantizaban sostenerle su hálito, y sus grandes alegrías.

          Perturbada en su soledad, comenzó para ella una nueva vida sin un aliado de fondo, vital. Ese, se le había ido. La admiración por sus acciones llenas de pureza, quedó estancada. En poco tiempo las consideraciones desaparecieron, las excusas aparecieron. Los efectos del tiempo comenzaron a hacer estragos.

          El único agradecido, el de las esencias, se le había ido. La única que ha ido a su tumba desde que se fue, es ella. Ni el nombre tiene su tumba, pero las flores de su ángel siempre aparecen.

Nohe: del pasado, las experiencias, y los buenos recuerdos. La satisfacción de haberlo hecho todo, es tu fortaleza. La vida sigue y tendrás nuevas alegrías.