Carlos y su
circunstancia
Cuando un
ángel aparece, se queda para siempre.
Cuando
Carlos vino al mundo, se encontró con que lo que le esperaba no se adecuaba a
lo que él traía. El estilo de vida, el modo de desplazarse de la gente, cómo
hablaban, eran estilos incompatibles. Sin embargo, veía, respiraba y, lo que es
mejor: sentía.
Tuvo la
suerte de superar su primer trance: que lo aceptara la vida. De allí en
adelante él haría lo demás.
Ser
cuadraplégico donde casi nadie lo es, involucraba definitivamente que había que
hacerse su propio mundo, pero no iba a ser fácil pues, necesariamente, había
que contar con alguien de este mundo.
Comenzó la
vida de Carlos malamente. A raíz de su nacimiento, ellos se separaron. No vio
más nunca a su padre, una consecuencia de no haber nacido bien, de no haber
nacido de este mundo, un punto menos a sumar a los que ya traía perdidos. No
importa. La tía, la abuela le metían la mano.
Entre sus
familiares, y entre sabores y sinsabores pudo superar su infancia. De allí en
adelante llegaron otras personas. Ya era algo externo al núcleo familiar, pero
el afán por vivir superaba los sobresaltos. Fueron varios años, nuevos años existiendo
en los días que le pasaban hasta que le llegó un ángel.
Carlos tenía
parálisis cerebral. No caminaba. Tenía un brazo inútil. No hablaba. Solo se
hacía entender.
Su ángel lo
tomó de dieciocho años, y de allí en adelante se integró más a su espectro, de
apariencia limitado, pero no para él. Comenzó a ser feliz en su universo. Siempre
aseado, bien alimentado, bien vestido. No se quejaba de incomodidades. Comenzó a
utilizar su idioma abiertamente. Comenzó a conversar con sus tres palabras, sus
gestos y sus expresiones, donde su sonrisa aparecía frecuentemente.
Comenzó a
gustarle la música, comenzó a cantar. En poco tiempo, todo quedó listo. No tuvo
que hacer más para meterse en el mundo de los demás porque su ángel caído del
cielo se metió en el de él. Le comenzó a entender su idioma, sus miradas, sus
gestos. Aprendió qué lo alegraba y qué lo entristecía, una empatía que
desarrolló el amor mutuo con tanta intensidad que Carlos se sentía pleno cuando
su ángel dormía con él.
Así
transcurría su delicada vida, pero él no se daba cuenta. Sus crisis pasaron a
ser parte de él, y las aceptaba, y las procesaba. Sus faltas de aire, sus
dificultades fisiológicas, eran atendidas con precisión y rápidamente, para que
saliera rápido del trance, para que no sufriera. Había alguien que lo sacaba de
la muerte a cada momento, y ese era su ángel, que lo acompañaba de día y de
noche.
Hubo un día
en que su magno protector tuvo que apartarse de su lado por alguna justa
circunstancia y eso bastó para la crisis fatal. Ya ese ángel era parte de su
vida plena, y al faltarle en ese fortuito evento, fue como haberle quitado un
órgano vital.
A Carlos se
lo llevaron para el hospital. Cuando su ángel se enteró, acudió enseguida pero
ya era tarde. Carlos, a sus veintidós años, se fue de este mundo, y del suyo
propio. Las manos de un extraño quien aparentaba saberlo todo, no pudo
descubrirlo esencialmente.
Su ángel que
lo guardaba, que lo sostenía, que lo entendía, quedó abatida. Carlos había dado
su última batalla. Se había ido el único que participaba con ella en el mundo
de él. Se quedó inerme con las manos llenas de esas herramientas que le permitían
acceder al sino de Carlos, que le garantizaban sostenerle su hálito, y sus
grandes alegrías.
Perturbada
en su soledad, comenzó para ella una nueva vida sin un aliado de fondo, vital.
Ese, se le había ido. La admiración por sus acciones llenas de pureza, quedó
estancada. En poco tiempo las consideraciones desaparecieron, las excusas aparecieron.
Los efectos del tiempo comenzaron a hacer estragos.
El único
agradecido, el de las esencias, se le había ido. La única que ha ido a su tumba
desde que se fue, es ella. Ni el nombre tiene su tumba, pero las flores de su
ángel siempre aparecen.
Nohe: del
pasado, las experiencias, y los buenos recuerdos. La satisfacción de haberlo
hecho todo, es tu fortaleza. La vida sigue y tendrás nuevas alegrías.
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