martes, 28 de diciembre de 2021

Cinco días después de la Noche de Paz



CINCO DIAS DESPUÉS DE LA NOCHE DE PAZ

…“hay que cuidarse del que no canta, porque algo esconde. Eso lo aprendí de mi madre que fue la primera buena noticia que conocí”. Facundo Cabral


                Enseguida de casarse y como era de esperarse, Natividad, mi abuela, salió embarazada, y le nació un varón exactamente nueve meses después. Mi abuelo Julio arreció en sus quehaceres agrícolas y rápidamente se tornó en un próspero productor de café, tanto, que hasta adquirió otras fincas en los alrededores: “El Pintero”, “La Morenera”, “La Vega de Blohm”, todas convertidas en pocos años en fincas productivas. 

                     Pasarían  los años y allí mismo entre los cafetales de Aragüita, en la Finca de mi bisabuelo pero que era donde vivían Natividad y Julio, vendrían seis muchachos más, año tras año, lidiando todos con las calamidades de la época y las naturales del medio rural de aquellos años: los parásitos, las lombrices, los piojos, las niguas, que se las sacaba mi abuela de los pies con una aguja de coser, sentados de emergencia sobre la mesa de planchar, anécdotas impresionantes que ella contaba. Deambulaban los chinches en los techos, y en el agua la fiebre infecciosa, que llamaban, que le daba sobre todo a los niños, la cual podía ser mortal. De hecho le dio a ese primer hijo, quien pudo salvarse gracias a una cuarentena, al agua azucarada y al jugo de piña.

                  Se pasaron casi una decena de años viviendo y luchando dentro de la Finca, con el olor permanente de la tierra y el mastranto, entre sus ríos y sus siembras de café, hasta que llegó el año de 1920, recién pasada la pandemia de la gripe española, cuando, luego de estar todo ese tiempo rodeados de obreros del campo, pájaros enjaulados, gallinas pica tierra, gallos pirocos, loros, cochinos, perros y gatos, se fueron para el pueblo, a vivir entre la gente, a  tener vecinos y a descubrir amiguitos. 

                Don Julio hizo esa mudanza no solamente por mejores perspectivas de vida para la familia, sino también debido a una consecuencia de amor fraterno: a raíz de la muerte de su papá, Miguel María, ocurrida dos años antes por la pandemia, sus hermanas habían quedado solas en la casa del pueblo. Fue entonces cuando mi abuelo se mudó para una que quedaba justo al lado de la de su papáahora ocupada solamente por aquellas dos amorosas mujeres, la casa donde había vivido su padre hasta que lo sorprendió la gripe española.

              Es así como a partir de ahora los hijos no tendrán más dificultad para ir a la escuela, pues antes les quedaba muy lejos, a casi veinte cuadras, una distancia que iba desde Aragüita hasta la torre del campanario de la Iglesia del pueblo. Algunas veces se iban en una carreta y otras veces a pie y sin perder el ritmo para no llegar tarde de manera que el tío Pancho, el esposo de su tía Josefina y también maestro de la escuela, no les diera en la mano con la palmeta por llegar tarde.

               Casualmente ese mismo año arribaba al pueblo un médico alemán que tendría gran influencia en la modernización de los servicios médicos que se le daban a la gente. Buscando de allá para acá finalmente se hospedó en la Casa de la Virgen, de un blanco limpio y que era propiedad de Doña Carmen Tortolero de Núñez.

               Doña Carmen, a quien le decían mamá Pama, era la mamá de mi abuela Natividad. El médico se llamaba Julio Denmer y la casa se conocía con ese nombre porque en la época colonial fue propiedad de la iglesia católica, y la renta que producía se le dedicaba a las festividades de la Virgen de la Inmaculada Concepción, la patrona del pueblo. 

          El médico Julio Denmer comenzó así sus actividades médicas como partero a domicilio, y una de sus primeras pacientes, por pedido de mi bisabuela, mamá Pama, fue precisamente mi abuela Natividad, quien hasta ahora, como todas las mujeres del pueblo con hijos, siempre había parido en manos de comadronas.

               Es así como en una casa grande de la calle Carabobo de Montalbán, a donde recién se había mudado Don Julio con toda la familia, en ese portal a la vecindad ubicado frente a una calle de tierra, a cuadra y media de la Plaza Bolívar y al lado de la casa de las tías Heriberta y Carmelita, nació, en época de Navidad, Tomasa María del Valle, un 29 de diciembre, día de san Tomás de Canterbury, el santo de turno en el calendario, cinco días después de la Nochebuena, en una familia austera pero próspera, y que no dejaba de seguir creciendo.

              María del Valle, a quien a la postre llamarían solamente Valle, se convirtió en el primer hijo de Natividad y Julio que nacía por fuera de la finca Aragüita, y el primer hijo que no nacía en manos de comadronas. Fue como si todos se hubieran venido de la Finca para esperar en el pueblo a la buena nueva que ahora llegaba, la que marcó un acontecimiento que iniciaba el adiós al aislamiento y a la incertidumbre.

              Natividad tenía apenas veintisiete años y con Valle llegaba a los ocho hijos. El parto no lo atendió ni Hortensia Madroño ni Juliana Mendoza, comadronas las más cotizadas del pueblo, sino que lo atendió este aventurado médico alemán, catire y rosado, que había llegado recientemente al pueblo con sus ropas rucias y su maletín negro, casualmente a la casa de mamá Pama como si hubiese sido mandado por alguien.

                 Faltaban apenas dos días para que terminara el año. Llegado ese día, mi abuela le contaba a mamá que, en la noche temprano, Don Julio y todos se fueron a la misa de fin de año, en la iglesia de la Inmaculada Concepción, a cuadra y media de la casa, y ella se quedó en la casa, obviamente, al cuido de María del Valle, tenida todo el tiempo en sus brazos envuelta en pañales de tela cruda. A poco vendrían de regreso para recibir el nuevo año junto al nuevo miembro de la familia. Llegado el momento, todos estaban en el cuarto de Doña Natividad, inclusive su hermana Gertrudis quien se vino con los hijos y el esposo desde Aguirre. Y estaban también Carmelita y Heriberta, sus tías solteras, quienes vivían en la casa de al lado y acompañaban todos los días a Natividad para conversarla, y el tema casi que solamente era el de lo bien que se veía la niña. 

               Al comenzar las sólidas campanadas de la iglesia, comenzaron a comerse unas uvas que había traído Don Julio, una uva con cada campanada, un deseo con cada uva. Hubo abrazos entre todos y frases de amor y de buenos augurios. No existía electricidad en el pueblo y apenas una lámpara de carburo alumbraba aquel regocijo. Mamá me dice que mi abuela también se comió sus uvas, y por cada uva repetía el mismo deseo: "larga vida para esta niña, larga vida para esta niña".

               Mamá vivió noventa años, y siempre fue devota de la unión familiar y de la paz en la familia, esa misma familia que la rodeó el día de su nacimiento. Y esos hermanos después en sus vidas también tuvieron todos familias ejemplares, unidas y en paz. Paz, como en la que vivió ella toda su vida con todos los que la rodeaban. Paz, como la que la rodeó aquel día de su nacimiento cinco días después de la Noche de Paz. Paz, como de la que conversaba y convencía. Paz, como la que vivió con nosotros sus hijos y la que dejó para nosotros, tal y como dijo San Juan: "La paz les dejo, mi paz les doy".
 

sábado, 25 de diciembre de 2021

El Niño Jesús y la música


Nuestra casa de Coche, la casa de nuestra niñez, aún vive.

 EL NIÑO JESÚS Y LA MUSICA

“...parece que fue ayer, el Rey Melchor se lo hizo bien conmigo, y me trajo una guitarra...” Joaquín Sabina.

          Mamá procuraba darnos vida tradicional en las costumbres y en las creencias. En diciembre nunca faltaba el aguinaldo, un pequeño regalo inesperado, y el regalo que nos traía el Niño Jesús, un regalo siempre acorde con lo que le solicitábamos en nuestras cartas, hechas de lo más decentes.

              Con mis incipientes nueve años, alegre y optimista como siempre he sido, le pedí en mi carta un cuatro, un reloj y cien bolívares. Al abrir los ojos el día 25 en la mañana y asomarme a mis zapatos, efectivamente tenía las tres cosas montadas sobre ellos, mis zapatos negros del colegio, que me había ocupado de pasarles el cepillo para pulirle las grietas y colocarlos justo uno al lado del otro en el centro del piso al pie de mi cama, a la vista, por el lado derecho, que era el lado que daba hacia la ventana porque por allí era que se colaba el Niño Jesús para traernos los regalos. Así como encontré las tres cosas acomodadas arriba de mis zapatos, también encontré a mamá, oronda, allí sentada, al pie de la cama por el lado derecho, pendiente de cuando yo abriera los ojos. Me pareció un milagro aquello de los regalos, y lo que hacía era reírme de asombro, pero no tanto por los regalos en sí mismos, sino por el hecho de que se haya dado aquella expectativa donde efectivamente el Niño Jesús le traía cosas a uno. Me parecía algo mágico. 

               Lo primero que tomé fue el billete de cien bolívares, un billete marrón, nuevo. Me pareció increíble que pudiese tener en mis manos una cosa que tenía tanto valor, según le había oído a mamá, mi fuente de información. Al tener el billete por unos minutos, que lo veía por el anverso y por el reverso, mamá se dirigió a mí con la palabra, y en un tono solemne y firme, me dijo, que como yo era un niño bueno y que quería tanto a su mamá, yo le iba a regalar ese billete de cien bolívares a ella, sugerencia la cual acepté muy de acuerdo, en el instante, y le alargué mi brazo y se lo di, convencido de sus palabras, pues era tal cual como ella había dicho. Por cierto que muchos años después, siendo yo ya todo un hombre, me enteré en conversaciones con ella misma, que el admirado billete se lo había presteado mi esmerado tío Oscar para cumplir con los requerimientos de mi carta al Niño Jesús. Ahora, l cuatro y el reloj sí se quedaron en mi poder.

               Yo no sabía tocar cuatro, por supuesto, y fue ese el que me acercó a la música para siempre. A los pocos días, no recuerdo de dónde, me llegó el método de Oscar Delepiani, con sus gráficos tan elocuentes para las posiciones de los dedos, y con sus canciones, que consistían en las más sencillas para dar los primeros pasos en el cuatro. Primero me interesé en saber afinarlo con el cam-bur-pin-ton. Me lo propuse como un reto. Debía sentirlo en el cerebro al pulsar cuerda por cuerda con mi milagroso pulgar de la mano derecha, tal cual y como lo vi por la televisión, que fue cuando se me grabó esa cadencia. Después de mucho rasgar finalmente aprendí a afinar el cuatro. 

               Empecé mi experiencia con Delepiani, todo un tesoro para mí, hasta que me aprendí con extrema alegría las canciones "Allá en el Rancho Grande" y "Compadre Pancho", que tocaba en todas partes por toda la casa. Allí me quedé durante un tiempo hasta que descubrí "Fúlgida Luna", lenta, cadente y sencilla. Una canción que me descubrió el alma. Me encerraba en el cuarto y la tocaba y la cantaba insistentemente.

               Por las noches mamá era mi auditorio, allá en la salita del piso de arriba. Los dos parados uno al frente del otro con el escritorio de madera de caoba, que había sido de papá, de por medio. Yo tocando y cantando y ella oyendo, danzando con medio cuerpo y palmeteando, sonreída todo el tiempo, viéndome con los ojos disparados fijos en mi cara, para al final decirme, contenida y aplaudiendo: “-bueeeeno. ¡Qué bueno!”.

martes, 23 de noviembre de 2021

La Duquesa de Alba, Duquesa por derecho (y II)

La Duquesa de Alba, Duquesa por derecho (y II).

(Especial para Cinco Noticias)         

           Es impresionante ver cómo de las andanzas soterradas durante la Edad Media de algunos reyes han derivado inmensas fortunas en personas que para poseerlas no han tenido ninguna culpa, y que más bien cada día se sorprenden más porque cada día se enteran de que hay algo más.

        Es el caso de la Señora Cayetana Fitz-James, la Duquesa de Alba, quien es descendiente de un hijo ilegítimo del Rey Jacobo II de Inglaterra. Incluso, algo que ella debe saber seguramente, ese apellido Fitz quiere decir "hijo natural de", pero ella lo llevó siempre con mucho orgullo.

          Jacobo II Rey de Inglaterra, además de haber tenido ocho hijos con Ana Hyde y 12 hijos con María de Módena, ambas esposas legítimas, tuvo aproximadamente diez hijos ilegítimos, entre ellos un varón llamado James Fitz-James ("Hijo de James". "James" es Jacobo en ingles), que lo tuvo cuando todavía no era Rey, con su amante Arabella Churchill, una hija de Sir Winston Churchill, antepasado del primer Ministro Winston Churchill.

          James, nacido en Francia, a los 25 años contrajo su primer matrimonio con la noble holandesa Honora de Burgh, con quien tuvo un solo hijo, llamado Jacobo Francisco Fitz-James (1696-1738), quien nació y murió en Nápoles.

          Este señor era primo segundo de la XIII Duquesa de Alba (España), María del Pilar Teresa Cayetana de Silva Álvarez de Toledo, quien al morir no dejó descendencia, por lo que el Rey Fernando VII ordenó que el hijo de Jacobo Francisco, Carlos Miguel Fitz-James Stuart (1802-1835), la sucediera en el ducado.

          Fue de esta manera que la casa Fitz-James Stuart (inglesa) se entroncó con la casa de Alba (española), siendo Carlos Miguel el XIV Duque de Alba, título nobiliario que después de cuatro generaciones termina cayendo sobre los hombros de María del Rosario Cayetana Fitz-James Stuart y Silva (1926), la XVIII Duquesa de Alba, más conocida como Doña Cayetana, Jefa de la Casa de Alba.

          Doña Cayetana, para colmos, era única hija. Además de Cayetana tiene otros 17 nombres, entre ellos Alfonsa, en honor a su padrino (el Rey Alfonso XIII de España), pero ella dice que es el nombre que menos le gusta.

        Su mamá estuvo enferma de tuberculosis durante seis años, y murió de eso mismo cuando ella tenía apenas ocho años, por lo que la terminaron de educar institutrices.

          Cuando estalló la guerra civil española (1936) su familia se refugió en Londres, y el Palacio de Liria, asiento de la familia, fue casi que totalmente destruido por la aviación franquista, pero afortunadamente sus tesoros se salvaron, pues días antes fueron trasladados a los sótanos del Banco de España.

          Durante la segunda República española, su padre era embajador en Inglaterra, y fue cuando ella aprendió el inglés perfectamente, además del alemán, de manos de una institutriz alemana. También recibía clases de español. Al final de sus días Cayetana hablaba cinco idiomas.

     Cuando estuvo en Inglaterra, en plena segunda guerra mundial, tuvo oportunidad de visitar varias veces a su pariente Winston Churchill y llegó a jugar cartas con la futura reina Isabel II.

        Su primer matrimonio fue, a instancias de su padre, con un ingeniero de apellido Irujo, hijo de un duque y una marquesa, con quien tuvo sus seis hijos. El hombre no se quería casar hasta no terminar sus estudios de ingeniería y ella le dijo: "¿cuál es tu afán de terminar eso si te voy a hacer Duque?”. Se casaron y después él terminó su carrera. Fue una boda calificada como la más cara del mundo, en su época, no superada por la de la Reina Isabel II, celebrada dos meses después.

         Enviudó en 1972 y se volvió a casar seis años después con un hombre once años menor que ella, ex sacerdote e hijo de madre soltera, hecho que causó una gran polémica. Luego de 23 años de matrimonio el esposo se le murió de un cáncer de laringe.

        Siete años después, en 2011 y ya a sus 85 años, se casó por tercera vez con Alfonso Diez, un gran amigo de su anterior esposo, 24 años menor que ella, cuando nadie creía que Cayetana se podría volver a casar. Tanto es así que, cuando murió Miguel Boyer, el esposo de la socialité Isabel Preysler, en los corrillos sociales de España se aseguraba que a sus 61 años Isabel Preysler se podría volver a casar tranquilamente, porque si lo había logrado la Duquesa de Alba ella lo lograría más fácilmente.

          Antes de casarse con Alfonso Diez lo hizo firmar la renuncia a la herencia en un auto convencimiento muy profundo, y repartió antes el legado a sus hijos. "Alfonso solo me quería a mí. Ahora todo eso de la firma ya ha pasado gracias a Dios y a lo peleona que soy", dijo en relación al tema.

        Se dice que Cayetana es la mujer con más títulos nobiliarios de todas las épocas. Tuvo seis ducados, un condado-ducado, veinte condados, 17 marquesados y un vizcondado.

           Cayetana heredó propiedades por toda España, entre ellas el Palacio de Liria en Madrid y el Palacio de Las Dueñas en Sevilla; un caserón en San Sebastián y una propiedad en Cana Salada, Ibiza. Pero la más majestuosa de sus residencias es el Palacio de Monterrey, en Salamanca, provincia que contiene al Ducado de Alba, además de la Casa Solar en el mismo Ducado, que es parte de un castillo que nunca se terminó de construir. Todo esto la hizo poseedora de una de las fortunas más grandes de Europa.

         En el 2011 la Duquesa adelantó el reparto de su herencia personal entre sus seis hijos, valorada en mil millones de euros, pero ella iba a continuar administrando y gerenciando el patrimonio. Al respecto dijo: "Les he ayudado cuando ha hecho falta, pero ellos ya son mayorcitos"

        Además de autora, también fue modelo, musa y mecenas. La casa Alba posee una colección de arte valorada en dos mil millones de euros, siempre administrada por ella. Poseyó dos tablaos flamencos en sus palacios, como buena admiradora y ejecutante de ese baile, y un estudio de pintura en su Hacienda Buena Vista.

      Si Escocia se hubiese independizado del Reino Unido, ella hubiese sido una fuerte candidata al trono por ser descendiente de la dinastía Estuardo, reinante en Escocia por más de dos siglos.

        Cayetana fue un producto de la monarquía española, donde heredó por derecho esa inmensa fortuna en bienes. Fue una mujer que no se caracterizó por ser bella, pero con mucha personalidad, y con una buena figura, tanto que fue pintada y esculpida por artistas de gran renombre.

       Publicó sus memorias en dos partes. Una en 2011 ("Yo, Cayetana"), un libro poco revelador, catalogado de "decepcionante" por la crítica, y otra en 2013 ("Lo que la vida me ha enseñado") donde expresó: "Como dijo el poeta, confieso que he vivido, en lo bueno y en lo malo, y aquí está esta página de mi filosofía de vida, para contarles lo que la vida me ha enseñado".

       Cayetana es considerada ejemplo de vida, la cual llevó con mentalidad optimista hasta el final, siempre atada a principios católicos, protocolares y monárquicos, sin escándalos y sin mayores excesos más que los tolerables. En sus últimos días vivió con su marido Alfonzo de un palacio en otro. Murió a sus 88 años, con una voz precaria que casi no le salía y en silla de ruedas producto de serias dolencias, sin embargo, nunca perdió su buen humor y sus ganas de vivir.

José Durabio Moros

martes, 19 de octubre de 2021

La Quinta Las Mercedes (y II)

 



La Quinta Las Mercedes (y II)
"Un frondoso árbol de mango piña es lo que engalana la vista".
                                                            Johanna Osorio Herrera

(Especial para Últimas Noticias)

          La Quinta Las Mercedes, conocida por los vecinos como “La Casona”, fue la casa de habitación del expresidente Eleazar López Contreras durante su mandato y un poco más. Esa casa, a pesar de las retaliaciones que surgieron a raíz del golpe de estado de 1945, quedó viva, al igual que la memorial vivienda Quinta Las Barrancas, de Isaías Medina Angarita, pero no se salvaron de ser expropiadas por el gobierno de facto entrante tras esa primera asonada golpista de la era moderna en Venezuela, al igual que la casa original del mismo expresidente López, la Quinta María Teresa. Tres hermosas casas o quintas ubicadas las tres en el sector La Quebradita de Caracas.

          Sin embargo, la Quinta María Teresa, llamada así en honor a la esposa de López Contreras, fue demolida en el año de 1970 por "el progreso". Era tan valiosa como la Quinta Las Mercedes en cuanto a contenido arquitectónico, pues era de estilo mudéjar, ornamentada y majestuosa. En ella vivió también Medina Angarita durante cuarenta y nueve meses, pues se la alquiló su antecesor mientras le hacían Las Barrancas, que por cierto la abandonó inconclusa pues le dieron el golpe militar y tuvo que irse a vivir al cuartel San Carlos de Caracas.

         Ambas edificaciones, la Quinta Las Barrancas y la Quinta Las Mercedes, están aún en pie, siendo Las Barrancas la verdaderamente viva, dado que un luminoso día el gobierno de turno decidió restaurarla y hoy en día es asiento de una institución oficial. El problema grave es el de la otra casona, la Quinta Las Mercedes, ya que está totalmente abandonada desde el año de 1984, cuando dejó de ser sede del Liceo Pablo Acosta Ortiz debido a un franco deterioro por falta de mantenimiento.

         Esta otrora hermosa casa ya va para cuarenta años en vaivenes improvisados, y desorientada. Su arquitectura andaluza está cada vez más deteriorada habiendo sido objeto de robo de todos sus detalles de diseño tales como las rejas, los revestimientos de pisos, las puertas, el techo y las ventanas, habiendo sido calificada como… “cueva de aspecto lúgubre y tétrico, de olor putrefacto, habitada por personas en situación de calle”.

        Qué hay que hacer para que el de las posibilidades económicas se apiade de este monumento histórico, ya declarado patrimonio cultural, y lo saque del abandono en el que está sumido, y que se logre restaurarlo y transformarlo en un recinto para la cultura, en honor además a un insigne venezolano, el presidente que inició la transición hacia la democracia en Venezuela.




martes, 31 de agosto de 2021

Dolor y lluvia

Dolor y lluvia
Los buenos momentos se convierten en buenos recuerdos; los malos momentos, en buenas lecciones. –

Un familiar muy querido tenía un dolor que ya no podía soportar, y no sabía cómo quitárselo. Entonces vi en una red social a personas pidiendo a Dios que se lo quitara, en una especie de velada virtual, pero no vi nada materializado para ayudarla a quitárselo. Tal información me llegó en plena lluvia intensa, hace poco, en la mañana.

Dolor y lluvia me llevaron a La Guaira, hacia donde ya estaba más o menos enrumbado con mi mente, pues llovía y llovía desde que me había levantado, muy temprano ese día, y ya estaba cayendo la tarde, y no cesaba de llover en La Guaira, una lluvia densa y constante.

Por ahí cerca está Macuto, pensaba, y en toda esa zona ocurrió la denominada vaguada hace ya varios años, y a Macuto se deslizó el piedemonte del cerro el Ávila, sus capas superiores, y recorrieron la extensa explanada previa a la playa, llevándose por delante todo lo construido desde que sucedió aquella primera vaguada en los años ‘50.

Entre esas casas estaba la de mi hermana, una bella construcción de dos plantas, límpida, acogedora, que quedó solo para ser observada por quién sabe qué seres que pudieran haber estado entre las arenas que bajaron de la montaña, porque los que estaban en esa casa en ese momento y en todas las demás, tuvieron que salir corriendo para subirse a los techos, y de allí caminar desesperadamente por sobre las otras casas, aguas abajo, hasta que, luego de la penosa trayectoria, lograr ponerse a salvo en las terrazas de la iglesia del pueblo.

Todo sucedió muy rápido, y en ese pequeño lapso, se les movió la basa, les cambió la vida. Mi hermana salió de allí al poco tiempo para irse a vivir donde uno de sus hijos, a otra ciudad, lejana, tanto, que más nunca pudo volver a Macuto ni de visita. Allí quedaron tapiadas, además, todas sus enjundias, en sus closets, en sus gavetas.

A los pocos años murió. Y la casa de Macuto también desapareció bajo la tierra para siempre, y allí debe estar. No fueron personas ni enfermedades. Fue la lluvia la que ocasionó el inesperado cambio de rumbo, y quién sabe si ese cambio la acercó a la meta, y quién sabe si tenía que ser así, o eso fue un accidente.

La verdad es que no sabemos dónde ni cuándo vamos a llegar a la meta. Solo sabemos dónde estamos, pues la vida solo da para eso. Ya no es la vida que fue, ni la que será. Es la que es hoy, y no solo eso; es solo el momento que estamos viviendo hoy, por lo que debemos vivirlo intensamente, no bebiendo a cántaros, comiendo a rabiar, teniendo sexo exacerbado o robando para disfrutar. Vivirla intensamente es ser honestos cada minuto en todo. Allí están las lecciones de nuestro pasado para convencernos. De nuestro pasado solo debemos tomar los buenos recuerdos y las lecciones, porque nuestro pasado fue un aprendizaje. Nos daremos cuenta que de él solo nos sirve lo que aprendimos. No hay nada como aprender todos los días.

Y del futuro no sabemos nada. No debemos esperar nada de él, porque el futuro es una utopía, un acertijo, un bombo de lotería. Nunca estaremos lo suficientemente preparados para enfrentarlo, pero mientras mejor apertrechados nos encuentre, mejor congeniará con nosotros. Es ineludible que debemos prepararnos para el futuro, y ayudar a los demás a prepararse, pero no solamente a nuestros hijos, a nuestra familia, sino a todo el que tengamos cerca, escalonando por los motivos por los que los tenemos cerca.

Ocupémonos entonces, en nuestra vida, en nuestro hoy, en nuestro momento, de vivir intensamente. De armar, de crear, de inventar, pero para enseñar, colaborar, y ser útiles. Y así, en esa intensidad, cultivaremos cada vez más nuestro espíritu, y, sin querer, seremos felices, algo que es meramente espiritual, un estado interior que llegará automáticamente gracias a ese modelo de vida, un estado que, para que suceda, solo necesitamos vivir intensamente.

En la vida, el dolor y los cambios de rumbo son momentos muy probables, que deben encontrarnos preparados, lo cual es muy fácil si vivimos intensamente. Después de resentirme por lo que le pasó a mi hermana con su casa en aquella inolvidable vaguada, celebro que haya sido una mujer de vida intensa, alegre, optimista, emprendedora y con una sonrisa todo el tiempo. Ella forma parte de mis recuerdos, porque, del pasado, solo las lecciones y los buenos recuerdos. 


martes, 13 de julio de 2021

DEMMER

DEMMER
“Lo que uno ama en la infancia, se queda en el corazón para siempre”. Rousseau

          Por allá por los inicios de los años veinte llegó a Venezuela en solitario, un inmigrante alemán, solamente con una maleta, su profesión de médico y unos cuantos papiermarks, la moneda alemana de aquellos tiempos, en el bolsillo. De La Guaira subió a Caracas y se instaló en una pensión.

          Comenzó a salir para ir conociendo a la ciudad capital del país que había seleccionado para huirle a las secuelas que había dejado la primera guerra mundial en Alemania, tanto sociales como económicas, donde sucedían atentados frecuentes contra judíos y comenzaba una hiperinflación inédita.

          Con el tiempo se fue alejando de los alrededores de la pensión. Ya dominaba mucho mejor el español, y en un momento dado conoció a una joven venezolana, hija de un señor de apellido Granados, coleccionista de peces, una vocación que lo llevó a fundar un acuario que se llamaría "Agustín Codazzi" y que años después sería donado a la Universidad Central de Venezuela y que estaba ubicado en los alrededores de la gran ciudad. Al poco tiempo se casó con ella y se fueron de Caracas.

          Por alguna razón fueron a dar a Montalbán, una apartada población de los altos de Carabobo. Allí comenzaron a buscar alojamiento hasta que supieron que había una señora llamada Carmen Tortolero de Núñez, quien tenía una casa grande y que podría ofrecerles hospedaje. La localizaron, conversaron con ella y lograron que Doña Carmen les cediera un cuarto.

          Julio Demmer, que era como se llamaba este inmigrante alemán, era un hombre de suaves modales, muy blanco, de ojos azules y tez rosada. Comenzó a darse a conocer en el pueblo como médico, ofreciendo sus servicios a domicilio, ya que no tenía consultorio. Entre sus ofrecimientos estaba el de médico tratante de mujeres embarazadas y el de partero, para atenderlas en sus casas en el momento que fueran a dar a luz.

          Doña Carmen era la mamá de mi abuela Natividad, quien tenía 27 años para el momento. Ya estaba casada y tenía siete hijos en su haber, todos traídos al mundo por Hortensia Madroño o por Juliana Mendoza, las dos comadronas del pueblo. Para la fecha de estar ya asentado el Dr. Demmer, mi abuela estaba nuevamente embarazada.

          Mi bisabuela habló con él para que le atendiera el parto, y es así como el 29 de diciembre de ese año, en una casa de la calle Carabobo de Montalbán, nació mi mamá, el primer hijo de mi abuela no atendido por una comadrona; esta vez fue por las cálidas manos de Julio Demmer, médico partero.

          A partir de esa experiencia, los tocayos Julio Demmer y mi abuelo Julio Manzo hicieron una estrecha amistad, abultada de admiración y cariño mutuo.

          La debacle en los precios del café debido a la Primera Guerra Mundial hizo que mi abuelo abandonara la agricultura y se fuera de Montalbán. Emigró para Valencia con toda la familia y luego para Caracas, entusiasmado con un buen cargo que le asignaron en la Gobernación. Demmer continuó en el pueblo, pero al poco tiempo le siguió los pasos. Se mudó también para Caracas y se convirtió en el médico de la familia y hasta de la mascota de mi abuela, que se llamaba Fiat, un perro pequeño, blanco con manchas negras, de pelo corto y grandes orejas. Fiat lloraba de alegría cada vez que Demmer llegaba a la casa.

          Mi abuelo murió años después, pero Demmer llegó a hacerse tan familiar que no dejaba de visitar a mi abuela una o dos veces a la semana. Y si mi abuela no le salía por alguna razón, se quedaba en el recibo solo, jugando con Fiat, hasta que se le hacía de noche tarde, y se iba, cerrando la puerta silenciosamente.

          Así fue durante mucho tiempo, hasta que mi abuela también murió. Demmer siguió yendo a la casa. Saludaba a mis tías y a mi mamá y se quedaba en el recibo, ahora a estar con Fiat, hasta que llegó el momento en el que dejó de ir. Desde allí en adelante Fiat se la pasaba en el recibo, montado arriba de una de las poltronas, la que quedaba justo al frente de la puerta.

          Lo último que supe de Demmer fue por una información que me dio mi mamá, de que se hizo un viaje desde Caracas hasta el Campo de Carabobo a pie, teniendo más de ochenta años, y el inédito acontecimiento salió en el periódico. Esa noticia fue siendo yo muy niño, y hasta el Sol de hoy.

          Pero tengo conciencia de Demmer desde los últimos años de mi abuela en vida y un poco más, que pude verlo varias veces, la mayoría de ellas sentado con Fiat, solitario en el recibo, ensimismado. Prefería estar así a tomar el periódico o alguna de las revistas que allí estaban.

          Este es el mes en el que sucedió la ida de La Tierra de mamá, y es el año de su centenario. Reflexionando sobre eso me acordé de Demmer, una persona con quien me encariñé sin saber lo que era eso. A tan corta edad tampoco sabía que había atendido a mi abuela cuando dio a luz a mi mamá, y fue muchos años después que me di cuenta que era alguien extremadamente agradecido. 

          Un día entendió que tenía que desaparecer, pues se había acabado el cariño de mis abuelos junto con ellos, y tenía que desprenderse de todo lo que se los recordara.


Fuentes:
Cuatro medallas y tres diplomas. 2009, J.D. Moros, Micompumedia
Composición fotográfica: Gustav Gerneth: https://www.lainformacion.com/mundo/ & 
perro terrier: https://pixabay.com/es/photos/animales-perro-jack-russell-terrier-3331794/, con Pixabay License


sábado, 5 de junio de 2021

El nuevo basquetbol en Venezuela

 

        Hay que ver lo importante que es para la juventud que la Superliga haya logrado levantar el basquetbol en Venezuela desde el año pasado, un comienzo lleno de dificultades, donde después de conformarse los grupos hubo la renuncia de tres equipos importantes, y como si fuera poco, la pandemia, que obligó a hacer el campeonato en un sistema denominado burbuja, que es de imaginar. Jugar sin fanáticos el basquetbol es muy distinto a tener la celebración de las canastas que provenga de las gradas, donde, además de los fanáticos, están los amigos y la familia.

         Las sanciones que le hizo la FIBA a varios equipos de la LPB le hicieron mucho daño al basquetbol venezolano este año de 2019, asi como las desaveniencias internas en la LPB, una realidad mas que preocupante para buena parte del espectro juvenil, tanto masculino como femenino, situación hoy en día superada por la Superliga, idea de Hanthony Coello y un grupo de promotores deportivos y propietarios de equipos, una organización novedosa y con un futuro inmenso.

          Da gusto ver a los jugadores de Trotamundos de Carabobo celebrar su triunfo, tras una dura serie final ante Guaiqueríes de Margarita, sobre todo verles su alegría porque el torneo se haya retomado, declaraciones a las que se unieron todos los jugadores, incluyendo a los del equipo de Guaiqueríes y estoy seguro que a los integrantes del resto de los equipos, que lo que les interesa es jugar, tener la oportunidad de competir, de medirse ante otros jugadores y equipos.

Mi primer equipo
de basquetbol
Yo tuve la oportunidad de jugar basquetbol en mi juventud para el equipo del estado Miranda, cuando no había liga ni equipos profesionales, y lo que más nos entusiasmaba era conocer y luego jugar con colegas jugadores desconocidos de otros estados, medirnos con ellos para luego congeniar, conversar y compartir. Esas son experiencias que forjan valores en los jóvenes, y que se transmiten a sus amigos e incluso se transforman en ejemplos de actitudes de vida para los fanáticos. De allí la importancia del deporte en la juventud. Verlo y practicarlo, y, en este caso, del basquetbol en particular, que, gracias a la hazaña de la supervivencia de la Superliga, reforzada y repotenciada, vemos un panorama amplio para este deporte tan emocionante y de tanta fanaticada en nuestro país.