sábado, 23 de diciembre de 2023

Mi más alegre despertar



MI MÁS ALEGRE DESPERTAR 
“El veinticuatro en la noche/Todas las estrellitas/Titilan sin cesar. Todos están muy dichosos/Porque el Niño Jesús/Muy pronto ha de llegar...” Billo Frómeta.

          Mamá procuraba darnos vida tradicional en las costumbres y en las creencias. En diciembre nunca faltaba el aguinaldo, un pequeño regalo inesperado, y el regalo que nos traía el Niño Jesús, un regalo siempre acorde con lo que le solicitábamos en nuestras cartas, hechas, aunque algo abultadas de lo más decentes. 
          Con mis incipientes nueve años, alegre y optimista como siempre he sido, le pedí en mi carta un cuatro, un reloj y cien bolívares. Al abrir los ojos el día veinticinco en la mañana y asomarme a mis zapatos, efectivamente tenía las tres cosas montadas sobre ellos, mis zapatos negros del colegio, que me había ocupado de pasarles el cepillo para pulirle las grietas y colocarlos justo uno al lado del otro en el centro del piso al pie de mi cama, a la vista, por el lado derecho, que era el lado que daba hacia la ventana porque por allí era que se colaba el Niño Jesús para traernos los regalos. Así como encontré las tres cosas acomodadas arriba de mis zapatos, también encontré a mamá, oronda, allí sentada, al pie de la cama por el lado derecho, pendiente de cuando yo abriera los ojos. Me pareció un milagro aquello de los regalos, y lo que hacía era reírme de asombro, pero no tanto por los regalos en sí mismos, sino por el hecho de que se haya dado aquella expectativa donde efectivamente el Niño Jesús le traía cosas a uno. Me parecía algo mágico. 
          Lo primero que tomé fue el billete de cien bolívares, un billete marrón, nuevo. Me pareció increíble que pudiese tener en mis manos una cosa que tenía tanto valor, según le había oído a mamá, mi fuente de información. Al tener el billete por unos minutos, que lo veía por el anverso y por el reverso, mamá se dirigió a mí con la palabra, y en un tono solemne y firme, me dijo, que como yo era un niño bueno y que quería tanto a su mamá, yo le iba a regalar ese billete de cien bolívares a ella, sugerencia la cual acepté muy de acuerdo, en el instante, y le alargué mi brazo y se lo di, convencido de sus palabras, pues era tal cual como ella había dicho. Por cierto que muchos años después, siendo yo ya todo un hombre, me enteré en conversaciones con ella misma, que el admirado billete se lo había facilitado mi esmerado tío Oscar para cumplir con los requerimientos de mi carta al Niño Jesús. 
           El cuatro y el reloj sí se quedaron en mi poder. Yo no sabía tocar cuatro, por supuesto, y fue ese el que me acercó a la música para siempre. A los pocos días, no sé de dónde pero me lo supongo, me llegó un librito cuyo título rezaba "Método para tocar cuatro", de Oscar Delepiani, con sus gráficos tan elocuentes para las posiciones de los dedos, y con sus canciones, que consistían en las más sencillas para dar los primeros pasos en el cuatro. Primero me interesé en saber afinarlo con el cam-bur-pin-ton. Me lo propuse como un reto. Debía sentirlo en el cerebro al pulsar cuerda por cuerda con mi milagroso pulgar de la mano derecha, tal cual y como lo ví por la televisión, que fue cuando se me grabó esa cadencia. 
           Después de mucho rasgar finalmente aprendí a afinar el cuatro. Empecé mi experiencia con Delepiani, todo un tesoro para mí, hasta que me aprendí con extrema alegría las canciones "Allá en el Rancho Grande" y "Compadre Pancho", que tocaba en todas partes por toda la casa. Allí me quedé durante un tiempo hasta que descubrí "Fúlgida Luna", lenta, cadente y sencilla. Una canción que me descubrió lo que es el alma. Me encerraba en el cuarto y la tocaba y la cantaba insistentemente. 
          Por las noches mamá era mi auditorio, allá en la salita del piso de arriba. Los dos parados uno al frente del otro con el escritorio de madera que había sido de papá de por medio, yo tocando y cantando y ella oyendo, danzando con medio cuerpo y palmeteando, sonreída todo el tiempo, viéndome con los ojos disparados fijos en mi cara, lo cual fue el corolario de aquella mañana de un veinticinco de diciembre, que se constituyó, hasta hoy en día, en mi más alegre despertar.

domingo, 30 de julio de 2023

Cuesta arriba Parque Caiza (y II)


Cuesta arriba Parque Caiza (y II)
"En cinco años tendré mi casa y tres motores fundidos" Usuario.
(Especial para Últimas Noticias)

          Hace un tiempo presenté al Ministerio de Obras Públicas un proyecto para hacer el nuevo cementerio de Güiria, dada su necesidad. El terreno disponible era tan escarpado que diseñarle la vialidad no me fue fácil. Tanto fue el control de mis inspectores que tuve que rehacerlo tres veces.

          Yo me pregunto porqué a los proyectistas de todas las urbanizaciones apostadas en las colinas al sur de nuestro río Guaire no les hicieron lo mismo: todas con una vialidad de acceso empinada, desagradable y peligrosa. Subir a Colinas de Santa Mónica, a Colinas de Bello Monte o a Los Naranjos es recordar a los proyectistas y a las autoridades de aquella época, responsables de por vida de la antieconómica, peligrosa, antipática, y única manera de llegar allá arriba.

          Lo peor es que la dejadez y la ligereza vial en nuestra apurada capital continúan como si nada y lo vemos de nuevo en Lomas de Parque Caiza, donde ha surgido un gran sector urbano de la colapsada ciudad de Caracas, que ya no hayan dónde construirle. Lo que hay allí no se ve desde abajo, pero es impresionante la cantidad de edificios y la altura autorizada.

          Haciendo un recorrido dedicado, me di cuenta que a lo que están sometidos todos los que allí viven es a una subida de más de cinco kilómetros, longitud que es el doble de la bajada de Tazón. Le medí la pendiente y me dio muy superior a la de ese tramo de autopista, construido irresponsablemente y que ha producido más muertes que una guerra civil. Pero eso no es todo: se trata de un trayecto angosto y de muchas curvas, buena parte de ellas cerradas y sin protección. En fin, un peligroso adefesio violatorio de toda norma de vialidad, construido a punta de ojo con un tractor y que atenta contra la vida.

          Esa situación es inaceptable desde el punto de vista urbanístico, por lo que amerita atención de las autoridades. Salvarle los vehículos a tanto paisano se hace esperar, pues todos llegan irremediablemente recalentados allá arriba y con la cadena de los tiempos cada día más distendida, así sean rústicos; y aunque no lo noten todas ellas van a morir a la mitad de su vida útil. 

          Por simple humanidad se debe ejecutar un proyecto vial idóneo, con el concurso de los promotores que allí han construido y del gobierno regional para de esta manera humanizar el angustioso acceso. 

José Durabio Moros

jueves, 29 de junio de 2023

Las fugitivas

 


LAS FUGITIVAS

"Déjennos aquí. ¡Gracias!"

          Hace ya algunos años, en un lluvioso día domingo por la tarde, iba yo saliendo del Hotel Cumanagoto de Cumaná hacia Cumanacoa a visitar a mi amigo Elvio, y en ese instante me encontré a Soraya, a quien había conocido hacía pocos años en la época de cuando pagué mi noviciado como ingeniero civil, que la empresa donde estaba recién empleado me mandó al Guri para hacerle unas casitas a los trabajadores. Allá conocí a Elvio y a Soraya, a Soraya en el comedor que da a la represa, con su vista excepcional y con ella adentro, una mesonera atenta y encantadora. La emoción del reencuentro nos permitió desechar al taxi que ella tenía reservado para devolverse a Puerto La Cruz y nos fuimos a Cumanacoa, poco a poco y oyendo música. 


        Íbamos felices rememorando los días, cuando, en un instante, el trayecto le hizo recordar a su hija Yumiris, hoy ya casada y con hijos, que la tuvo interna por aquellos tiempos en un colegio de monjas de Cumanacoa precisamente por su trabajo, que no le permitía atenderla. Resulta que a Yumiris, de 14 años de edad en la época, la expulsaron porque se había jubilado con otras cinco compañeras de mayor edad, que lo hacían con frecuencia para irse a Cumaná a las discotecas con los novios, pero para ella era su primera vez con la mala suerte de que las agarraron y las botaron a todas. 


        Me cuenta Soraya que el grupo que la tentó a irse lo hacía los viernes de todas las semanas a casi las once de la noche, que se salían de sus dormitorios, le abrían la puerta a un salón, y por la ventana se escapaban al patio trasero, el cual recorrían y al final del trayecto estaba la cerca donde había un hueco que tenían camuflado con ramas y monte crecido para que las monjas no se dieran cuenta. De allí caminaban hasta la carretera para pedir cola y llegarse hasta Cumaná donde se encontraban con los novios y se iban a bailar y a beber, cosa que Yumiris no sabía hasta que se lo dijo un joven esa misma noche, amigo de todas, que se la llevó al traspatio y la sentó en un banco apiadándose de ella, al verla risueña y sorprendida. 


        Esa noche, ya entradas las 3 de la madrugada, se regresaron con los novios en sus carros que las dejaron a una cuadra del colegio. Al llegar, oyeron unos murmullos en la Iglesia como si fuesen ánimas rezando y se metieron corriendo todas asustadas y cuando brincaron la ventana del salón se encontraron con la madre superiora y dos monjas más que las estaban esperando. Todas las monjas estaban despiertas arrodilladas rezando ante el Santo Cristo. Al día siguiente todas las fugitivas estaban recogiendo su ropa y haciendo maletas para un inesperado viaje de regreso a sus hogares. 


     Sorprendido me preguntaba que qué suerte tuvieron esas niñas para que a esas altas horas de la noche no hubiesen sido raptadas y violadas, con tanta juventud aventurera, alcohólica y drogadicta por esas carreteras, en noches de fines de semana, y me cuenta Soraya que ese riesgo lo tenían dominado porque al montarse en el carro que les daba la cola sacaban picos de botella que tenían en los bolsos y viajaban todo el trayecto con eso empuñado, apoyado en sus piernas y apuntando hacia arriba, una sorprendente coincidencia que yo había vivido hacía cuatro años de nuestro reencuentro, cuando estaba en ese trayecto a altas horas de la noche con Elvio, mi maestro de obras, quien vivía en Cumanacoa y lo llevaba a Cumaná a pernoctar para salir al día siguiente hacia Puerto Ordaz. 


       Aquella noche nos abordó un grupo de niñas rogándonos la cola y al poco rato nos quedamos congelados Elvio y yo ya con las seis niñas adentro. Las tres que estaban adelante efectivamente sacaron picos de botella, mas no las de atrás. Todas estaban serias y calladas. Las de adelante habían pedido la ventana al montarse por lo que Elvio tuvo que arrimarse al centro y sentarse a mi lado. Ante tamaña sorpresa yo coloqué las dos manos en el volante y Elvio cruzó los brazos. Nadie dijo una sola palabra hasta que llegamos a Cumaná y en un momento dado una de ellas rompió el silencio: “déjennos aquí. ¡Gracias!”

sábado, 13 de mayo de 2023

El Hospital





Mamá frente a su trabajo, el Hospital de Coche, 1958

El Hospital
"Yo soy el que te espera en la estrellada noche. El que bajo el sangriento sol poniente te espera". Pablo Neruda.-

          Fui asiduo acompañante de mamá en su trabajo. Sobre todo durante los doce meses que pasé sin estudiar primaria debido a consejas de un sicólogo. Ella lo asumió y cargaba conmigo y me llevaba para su trabajo. Durante mis estadías en el Hospital de Coche de Caracas, que era donde ella se desempeñaba como secretaria del Director, me quedaba permanentemente a su lado, y tuve oportunidad de conocer a sus compañeros de trabajo. A todos, superiores y subalternos, les daba el mismo trato deferente y cordial, al igual que todos a ella.

          Mamá era atractiva físicamente y su carácter y personalidad la hacían aún más interesante. Blanca, de buen cuerpo y piernas llamativas. Gustaba de pintarse el pelo de rubio, y así lo llevó durante mucho tiempo. Siempre vestía con gran discreción, sin hacer resaltar, o más bien sin dejar resaltar sus atributos físicos, los cuales guardaba con recato a base de ropa cerrada, formal. Nunca noté a ningún médico propasarse con ella. Echaban broma y reían alrededor de su escritorio pero siempre dentro de unas limitaciones sobrentendidas que ella imponía con su proceder comedido, sin escándalos ni alborotos. Había risas y chanzas pero todo siempre enmarcado, siempre por motivos legítimos. Nunca noté que le sucedieran situaciones desagradables con nadie.

          Durante su tiempo de trabajo se transformó en una institución y en la gran referencia. Tanto los médicos como los empleados estaban de acuerdo en que el verdadero Director de ese Hospital era ella, dada su habilidad en el trato justo para con todos y dada su permanente disposición a resolver los nudos y que los procedimientos siguieran adelante. Todos la respetaban y le daban un trato deferente, como para estar acorde con el de ella. Médico recién graduado que se le acercara con el interés de hacer pasantías, fuese conocido o no conocido por ella, le atendía y le buscaba la oportunidad, independientemente de que aquella persona viniese recomendada o viniese por iniciativa propia. Cuando alguien se le presentaba en búsqueda de una cama para algún familiar, nunca le decía que no, y hacía la gestión para conseguirla. Le bastaba adivinar la verdadera necesidad para actuar en consecuencia. Con el personal obrero, con los choferes, las cocineras y los enfermeros era excepcional. No perdía detalle cuando se trataba de algún aprieto en ellos que fuese de corte humano. Los defendía y ayudaba en la consecución de sus fines, siempre y cuando fuesen idóneos. 

 
La Dra. Aída Zuleta y mamá.
Hospital de Coche, 1958

            Entre estos obreros había uno que me llamaba mucho la atención, por lo peculiar. Era portugués. Tenía alrededor de 50 años, y era el encargado de la limpieza de las oficinas, trabajo que ejercía él solo, con un trapo. Es decir, este hombre se encontraba en el último eslabón de la cadena de los empleados del Hospital. Sin embargo mamá le daba un tratamiento con detenimiento, digno y respetuoso. Siempre andaba bien vestido, con su uniforme de kaki, aseado y bien peinado. Silverio, que era como se llamaba este personaje, no hablaba muy bien el español. Yo le entendía muy poco de lo que decía cuando hablaba. Sin embargo mamá lo entendía a las mil maravillas. De tanto yo ir por allá le tomé mucho cariño a Silverio, pues siempre veía que espontáneamente le traía dulces y refrescos a mamá, y luego se ponía a ejercer sus funciones. Ella de vez en cuando lo ocupaba para que le hiciese algún mandado dentro del Hospital, y cuando era fuera, Silverio se iba ufano en su propio carro, un viejo Opel amarillo con los asientos cosidos, sin adornos ni lujos pero bien cuidado. 

          Un buen día Silverio se fue a Portugal porque se le murió su mamá, para lo cual solicitó un permiso de 6 meses, tiempo que quería también aprovechar para arreglar algunos asuntos personales de la casa que quedaba en herencia y otros intereses familiares allá en su tierra natal. Mamá le tramitó el permiso. Sin embargo primero le hizo el comentario de que le parecía mucho tiempo, pero que lo iba a introducir. 

          La Junta no concedió los seis meses sino tres. Mamá se apresuró a escribirle para que conociese la nota, y le hizo una carta hermosa, que además de dejar sentada la relación de trabajo, denota su cariño por el personaje y el estilo familiar con el que lo trataba: 

Sr.-
Silverio De Ponte Negrinho
Portugal.-
                     Apreciado Silverio:
                     Recibí su cartica, mucho lamentamos la muerte de su mamá, y le deseamos que Dios le dé mucha resignación. Me apresuro a informarle que la Junta de Beneficencia, le concedió permiso por tres meses y no por 6 como Ud.- solicitó, por lo que procure estar aquí para el vencimiento de los 3 meses. En caso de que tenga mucha necesidad de seguir allá por más del tiempo que le concedieron escríbale al Director o al Administrador explicando el motivo, pero si desea conservar el cargo procure venirse para esa fecha.-
                     Mis familiares y las personas de aquí del Hospital, aprecian sus saludos y se los retornan.-
                     Los muchachos estan buenos, acostumbrados en el colegio, éllos saben que Ud. está en Portugal.-
                     Muchos saludos para los suyos y deseo que su papá recupere pronto su salud.
                     Lo saluda atentamente,
                                           [Firma: María del Valle Manzo de Moros]
                                                  María del Valle Manzo de Moros

          Silverio regresó a los tres meses y se reincorporó a su trabajo. 

          Daba gusto ver a las mujeres de la cocina cuando se le acercaban en cambote a saludarla. La alegría en las caras de Eudosia, Nicolasa y María frente a su escritorio denotaban una relación como de siervas de Dios con su consejera. Mamá no sabía ser de otra manera. Muchas veces vi lo que hoy en día entiendo como que fueron lecciones que le dio a muchos médicos que se le acercaban para pedirle pequeños favorcitos, que eran algo así como que les pasara horas demás, que les obviara la asistencia, y cualquier otra infinidad de trampitas, a las cuales ella nunca accedía, pero lo hacía de una manera tan delicada y convincente a la vez, que aquellas personas, amigas de las pequeñas ventajas, entendían la sutil reprimenda y se alejaban hasta agradecidos, entre manifestaciones de respeto y admiración. 

          Tres meses después de la carta a Silverio dejé de ir al Hospital de Coche pues en septiembre estaba entrando al Colegio Santo Domingo Savio de Los Teques, a donde iría a estudiar interno el cuarto grado, luego de un año libre de aulas y pupitres, tiempo en el que pude recuperarme de un pasado rudo, sorprendente para mí. 

          Hasta aquí llegaron mis incursiones a esos predios del Hospital de Coche a las faldas de mamá. Yo no sabía diferenciar muy bien entre lo correcto y lo incorrecto, entre lo procedente y lo improcedente, pero todos esos días en los que convivía con pura gente adulta fueron para mí de un gran aprendizaje, sobre todo por el hecho de estar presente en una gran cantidad de actuaciones de mamá ante sus superiores y subalternos hasta del más bajo rango en las cuales daba ejemplo de humanidad y consideración.

           Siempre tuve un interés así como de cuidarla, de no dejar que pasara trabajo ni amarguras. Pero nunca tuve problemas con eso porque ella siempre dejaba ver su cara de felicidad y alegría permanente. Se sentía bien en sus labores. Así lo vi siempre. 

          Con mi ida, mamá perdió a su mejor celador. 


Posando en el jardín
Hospital de Coche, 1958

Post data:

                    Se jubiló veinte años después de mis acompañadas. Cuando empezó a trabajar en el Hospital de Coche yo estudiaba en el Colegio San Agustín de Los Jardines del Valle y cuando terminó, veinticinco años después, sus tres hijos habíamos terminado la universidad desde hacía ya tiempo. Eso lo logramos por ella, quien siempre nos creó un ambiente de estudio. Se trajo varios diplomas. Entre ellos me llamó la atención uno por lo que decía. Se lo otorgaban la Comisión Técnica y la Junta Médica, en el marco del XI Aniversario de la inauguración del Hospital ...“como testimonio de su colaboración efectiva y eficaz que permitió efectuar las Segundas Jornadas Médicas dentro del ambiente de bonanza y cordialidad que tales eventos requieren”. Aparece sorprendente la palabra “bonanza”. Aquí la Junta Médica se dejó llevar por la elocuencia de su aura que la ha envuelto siempre y que ha sido el denominador común de todos sus pasos. Cuando dejó su escritorio, su silla y su mesita con la máquina de escribir, todos decían que se había ido el verdadero Director del Hospital.

                 Unos meses antes de fallecer, estábamos hablando y rememorando, y me manifestó que le gustaría que sus diplomas tuvieran un marquito para que se conservaran bien y a la vez poderlos guindar, razón por la cual los busqué, los encontré y los recopilé para disponerme a cumplir sus deseos.

Tomado de "Cuatro Medallas y Tres Diplomas", 2009, MiCompumedia, José Durabio Moros.-

martes, 4 de abril de 2023

El puente


El puente.

"Bajé mi mirada dimitente para no mirar el puente".-

          Me vi con mi uniforme de gala. No era para menos: era el acto de fin de año. Empezó por la tarde, en la capilla, a la que le ponían una inmensa cortina roja que tapaba el altar y aquello se convertía en un acogedor teatro. Había una gran cantidad de carros y gente mayor bien vestida. Cantamos el himno nacional y de seguidas el padre Paredes, el depauperado vacilador, nuestro cadavérico compinche de todas las noches, nos dio inspirado su palpitante discurso de debut de ceremonias. Le siguió el pasmoso William Pino, un compañerito bajo de estatura, moreno y de pelo ensortijado, quien se lanzó dentro de un paltó azul y unos pantalones blancos que ambos le quedaban cortos con un soneto que lo agigantó por la pasión que le puso. Al terminar, vino la sorprendente Schola Cantorum con sus trovas pulcras, llenas de armonías. De seguidas comenzó la entrega de medallas y diplomas y con ello las tensiones. Empezaron por los premios de excelencia y de conducta. No sentí mi nombre en esa primera tanda, yo todo expectante, pero sí en la segunda, donde me paré a recibir una medalla y un diploma por conducta distinguida. Me invadió la desazón pues me esperaba el premio máximo pero me aseguré una justificación para la presencia de mamá allí. Vinieron luego los premios de religión. Al final de todos los condecorados fue que me nombraron. Me paré de nuevo a recibir mi medalla del primer lugar del colegio en religión, una dulce sorpresa, un premio atribuible principalmente a mi docilidad y a mi paciencia. Después vinieron los de aplicación. Sabía que habría algo para mí pero nunca el primero, ya que Reinaldo Pacheco siempre me aventajaba en las boletas semanales. Efectivamente: me paré nuevamente a recibir otra medalla y otro diploma porque había obtenido el segundo lugar en aplicación de mi salón. Finalmente vinieron los de colaboración donde también recibí una medalla y un diploma. Total que me paré cuatro veces sin arrepentimiento a recibir mis cuatro medallas y mis tres diplomas. Cuando la cinta de alguna de esas medallas traspasaba mi cabeza y terminaba en mi cuello, me emocionaba porque lo que me tocaba ahora era verle la cara a mamá. Regresar a mi puesto era para disfrutar porque efectivamente se me daba el oráculo. La encontraba sonriente y aplaudiendo sin abandonar unos ojos fulgentes, reconciliados. Me sentaba a su lado también sonreído, también palmeando sin recato, compartiendo su alegría, entre viéndola y viendo hacia adelante, pendiente, porque sentía que me faltaban más medallas. Hasta que se acabó la repartición y el acto terminó. 

          Cuando salimos de nuestra ermita y coliseo a la vez ya la noche se estaba apoderando del día. Había poca luz y comenzaba a caer una lluvia fuerte, cada vez más ruidosa. Nos juntamos a un lado del pasillo arrebolados los cuatro. Mamá lucía elegante con un vestido amarillo de flores doradas y mi hermana toda de blanco, con medias por los tobillos y zapatos impecables. En un ejercicio de mi melancolía sentí un ligero vacío porque sabía que el precio que tenía que pagar era alto, pues se me acababa el colegio, ese sitio tan espectacular, mi cofre de sorpresas, de novedades, la cajita que desde que la abrí todo fueron descubrimientos. Mi dicha era porque me sentía un triunfador, y el botín era la plena sonrisa que anegaba a mamá en nuestra farfulla y en su paráfrasis con la gente, lo cual era suficiente. Una actitud que goleaba al pasado y justificaba todo mi esfuerzo. Pasaba por mi mente todo lo grato de la experiencia, reciente y menos reciente. Del año pasado me quedó incrustado Jaime Molina, un seminarista al que sentía mi amigo que nos daba clases pero le tocó irse a Italia. Le estuve escribiendo y contándole todos los hechos hasta ese momento, pero no pudo verme en mi circunstancia final, todo ribeteado. Ahora que me iba del Colegio menos lo iría a ver.

           Mamá se fue para Caracas con sus medallas y sus diplomas, en su carro y con mi silente hermana, siendo ya de noche y un poco tarde. El día siguiente amaneció límpido, con el cielo azul y las nubes de un blanco casto. El sol estaba radiante y bajo él apareció mamá de nuevo, con su pelo rubio, quien volvió muy temprano con mi hermana a buscarnos a mi hermano y a mí. Nos encontró emocionados, bañados y vestidos ya con nuestro equipaje preparado. Nosotros mismos acomodamos todo en la maleta llenos de autoridad. Nos despedimos de todo el mundo. Pasamos risueños un buen rato en eso. Hasta que al fin nos metimos los cuatro en nuestro carro Pancho. Mi hermana adelante y nosotros dos atrás. Vaya sensación. Mamá sobre su esterilla que le atenuaba lo hundido de un enterizo asiento, colocada bien cerca del volante, con el pie izquierdo recto sobre el pedal del cloche y dándole bomba a la chancleta antes de pasar el suiche. Se nos ahogó el motor, una vez más, por lo que tuvimos que esperar un rato. Finalmente prendió. Volvió a estirar sobre el pedal su pierna izquierda al máximo y empujó la palanca de cambios hacia arriba, con todo su cuerpo. Después de un traqueteo de engranajes, entró el retroceso. Retrocedimos y en lugar de poner la primera velocidad, puso la segunda, su atavismo. Fue sacando el pie izquierdo del pedal muy poco a poco y a la vez iba hundiendo el derecho en el acelerador. Vino un largo patinar del cloche y los consabidos corcoveos hasta que finalmente comenzamos a rodar. Yo me sonreía y disfrutaba viendo y viviendo todos esos eventos ya conocidos. Llegó el final. La última mirada al cenobio había sido hacía pocos instantes, mientras retrocedíamos en medio de tantas particularidades, cuando me quedó de frente la ventana que estaba delante de mi cama cuando llegué, ese ventus con el que me dormía viendo a su través la silente lobreguez de todas las noches. 

          Salimos del Colegio y en minutos llegamos al puente que nos separaba de Los Teques, más bien un pontón angosto sin aceras y con defensas bajitas. Era como simbólico. Cuando hacíamos excursiones teníamos la sensación al pasarlo de que atrás había quedado lo seguro y que estaba empezando la gran aventura. Cuando terminamos de pasarlo sentí el vahído de aquella sensación. Detrás se quedaron nada menos que mi extenso cuarto, mi inmenso salón de estudio y reflexiones, mi mesa de comer siempre compartida y mi patio de jugar. Bajé mi mirada dimitente para no ver el puente. Lo pasamos y seguimos rodando en silencio oyendo a mamá que hablaba todo el tiempo. No importaba que el carro no tuviera radio porque ella era nuestro radio. Cuando levanté mi cabeza la vi presuntuosa y ufana, sonriente, con su pelo pintado de amarillo que le encantaba y me encantaba, manejando con una sola mano y con el otro brazo apoyado en la ventana, con el codo hacia afuera, como siempre. Su cuerpo pegado al volante y su cabeza altiva tratando de ver completo delataban su entusiasmo por enfrentar el nuevo trecho que empezábamos a recorrer. Me alegré tanto que me olvidé del puente y de toda la larga vida que atrás quedaba. Cruzamos tantas esquinas hasta que por fin salimos de Los Teques. 

          Tomamos la vía de El Tambor. Al poco tiempo nos encontrábamos en la carretera Panamericana con sus curvas y sus bajadas, rumbo a Caracas, en corro, con los vidrios abiertos y la brisa abrazándonos, felices, con mamá al volante y todo el tiempo por la vía lenta, la más segura.

Fuente: "Cuatro medallas y tres diplomas", J.D. Moros. Micompumedia, 2009.-

sábado, 25 de marzo de 2023

ETA y Óscar, tal y como me lo contaron

Heriberta Manzo Pérez y 
mi tío Óscar Manzo Núñez

ETA y Oscar, tal y como
 me lo contaron
Anécdotas sabrosas familiares que siempre quiero rescatar.

          Corría el año de 1944. Yo ni remotamente había nacido. Estaba de presidente Medina Angarita. Ya había demolido el viejo barrio El Silencio y estaba construyendo los edificios. Mi papá y mi mamá estaban de novios oficiales y mi abuelo Julio, el papá de mi mamá, tenía para el momento casi quince años viviendo en Caracas desde que dejó la agricultura en su querido pastizal de Aragüita de los alrededores de su pueblo Montalbán de Carabobo, debido a la debacle del café por la Primera Guerra Mundial.

          Mi abuelo Julio tenía tres hermanas, y las tres vivían en Montalbán. Dos de ellas eran solteras, y para ese año vivían juntas en la casa que había sido de sus padres, en lo que hoy es la calle Carabobo de ese pueblo bendecido, con un clima ideal, en una casa que quedaba a cuadra y media de la iglesia, y que tenía un solar tan grande que ocupaba un cuarto de manzana. Inmenso. La casa todavía existe y está en manos de descendientes directos de mi abuelo Manzo. 

          Ellas fueron Heriberta y Carmelita. La Tía Heriberta era un poema de mujer. Heriberta era bajita y gorda. Carmelita era alta y flaca. Eran Ita y Eta, las dos solteras de la familia. Eta era líder, mandona. Era el gerente de la casa. Era la referencia de Carmelita. “Como diga Heriberta”. “Vamos a preguntarle a Heriberta”, eran frases en Carmelita muy frecuentes. Cuando tenía hambre le decía: “Heriberta, tengo la nariz fría...”. Pero Eta era frágil y amorosa. Le encantaban las matas y las flores, a las que les prodigaba fervoroso cuidado desde la mañana temprano. Vivía de su fe en Dios y del amor por su familia. A los hijos de su hermano Julio les profesaba una especial tibieza. Tenía su mesa de los santos, donde con frecuencia colocaba bajo el mantel una locha para los sobrinos, quienes hurgaban y la encontraban. Eta la escrupulosa: No tocaba dinero con las manos. Decía que las monedas eran sucias, y que los pordioseros se las metían en los oídos. 

          Todos estos cuentos me los echaba mi mamá, con quien tuve la dicha de vivir muchos años en sus últimas épocas. La mejor y más grata interlocutora que he tenido en mi vida.

         Hay una carta de Heriberta que es una joya. Delicada, lenta, con una caligrafía clarísima, que da gusto leer. Se la hizo en 1944 a su sobrino Oscar, mi siempre admirado y querido tío Óscar, con quien converso frecuentemente. Oscar es el hermano menor de mi mamá. Heriberta hizo esta carta conmovida por otra que le hizo Oscar a ella. Heriberta de 80 años y Oscar de 13 años, quien estaba en el seminario en Caracas: 

14-5-44. Mui querido Oscar! Tuve ayer la grata sorpresa de recibir tu carta y en ella la linda Imagen de la S Vírgen de Coromoto de quien soy yo tan devota, y tanto le debo. Mil gracias. Dispensa que te escriba con lapiz pero desde Diciembre que me dio mui fuerte la gripe me quedó la vista penosa, y como tu eres de tanta confianza, no me privo del placer de escribirte. Cuanto me alegro de que estes bien en el Seminario! Si Dios y la Sma Virgen me conceden algún día volver a Caracas tendre el placer de ir al seminario. Por acá todos buenos, solo Carmelita tiene una afección en la boca ella fue a Caracas y se reconoció con Dr. Martín Vegas y se esta haciendo un tratamiento que le dio. Sergio Julio Jesús y Cármen buenos, y Julio J ba a entrar en la escuela pronto. Torcuato, en Caracas con C y los niñitos, Jesus, vive con nosotras es un famoso compañero, esta empleado en la junta eleccionaria Augusto y Santiago se fueron para Caracas S con su broma de la rodilla, él fue con Sergio a Tinaquillo a reconocerse con un afamado Doctor español que vive allá le ofreció curarlo, pero que le quedara la pierna tiesa y S no quiso, el esta mui gordo y de buen color, el mal parece que no le afecta el organismo pero no lo deja trabajar como el quiere. Dispensame los borrones es de la devilidad que me dejo la gripe como un recuerdo Dios y la Sma V no la dejen volver. Carmelita y Jesus te abrazan. No te preocupes por los examenes que tu eres muy joven y tienes tiempo para estudiar, con mucho gusto te encomendare al Señor y a la Sma Virgen y á Sn Bosco que fue gran protector de la juventud para que Ellos te saquen felizmente. Te abraza y bendice tú tia que te quiere y te recuerda con placer. Eta.
 
          Heriberta ya había venido a Caracas, porque cuando chiquita era muy consentida por su papá, quien se la traía con él cuando era senador, sobre todo cuando había carnavales, muy esperados y concurridos, y se quedaban a dormir en el Arzobispado. Carmelita era la primera vez que venía a la gran Ciudad, cuando fue a recetarse con el Dr. Martín Vegas de esa afección en la boca que Heriberta le menciona a Oscar en su carta. 

          Santiago se quedó con la pierna tiesa y así murió. Oscar al poco tiempo se salió del seminario. 

           Heriberta murió a los dos meses de escribir esta carta. La muerte se la produjo esa misma gripe a la que hacía referencia que volvió a pesar de los ruegos, que no le permitía ver bien, que no le permitió ver más. Y Carmelita, su hermana y compañera de vida y soledad, murió un poco después, ese mismo año, debido a los trastornos digestivos, a los trastornos que la aquejaban, causantes de su quedada. 

          Si Carmelita hubiese sobrevivido a sus problemas digestivos, no hubiese soportado la vida sin Heriberta.

martes, 28 de febrero de 2023

El ejemplo de Margot

Margot Friedländer, en un homenaje en Berlín.
Lleva puesto el collar de ámbar, que siempre la acompaña.

El ejemplo de Margot
«Lo que pasó no se puede cambiar, pero esto es por ustedes». 
Margot Friedländer (n 1921), en relación a su libro. 

             La señora Margot Friedländer regresó a Berlin a sus 88 años y desde entonces se dedicó a advertir a los jóvenes sobre el extremismo. En el año de 1943, a sus 22 años, bajo plena persecución nazi, se escondió en el distrito de Kreuzberg, Alemania, en un apartamento de una pareja que apenas conocía, donde sabía que su madre acababa de estar. Le dijeron que había ido a reunirse con Ralph, su hijo varón, pero la verdad era que la Gestapo la había sacado de ese apartamento y se la había llevado a Auschwitz, de donde no salió más nunca. Le entregaron su bolso, que contenía una agenda y un collar de ámbar, y le transmitieron su último mensaje: “intenta hacer tu vida”. 

            Margot cumplió cien años en 2021. Los cien años de Margot, la sacada de su madre de ese apartamento, su agenda y su collar de ámbar, me hicieron recordar a la mía, sacada de su casa lúcida y sin su aprobación. Tengo sus tres últimas agendas y su anillo de matrimonio, cosas que no fue que me dieron, sino que recuperé milagrosamente: las agendas antes de que desmantelaran su biblioteca violentamente, y el anillo después de que me lo negaran varias veces. El collar de ámbar de su madre, Margot no se lo quita para nada. Me trajo a la mente el collar de perlas que le regalé a la mía, desaparecido misteriosamente de su casa.

           Lo que sucedió con la madre de Margot desde que la sacaron de su casa ya no es un lado oscuro. Ella lo alumbró en su libro. Y se ha narrado en muchas publicaciones, por lo que lo sabe todo el que se haya paseado por este, un caso muy relatado, y que fue la motivación de Margot, su hija, para emprender el trabajo de hacer un libro sobre esa historia final. Con él da conferencias en las escuelas y universidades de Alemania sobre El Holocausto y el amor por su madre, diferente a todos sus amores, como ella dice. “Me escuchan con atención”, comenta, sobre los estudiantes. “He recibido -no sé-, 1000 cartas. Les digo: lo que pasó no se puede cambiar, pero esto es por ustedes”.

 
"Intenta hacer tu vida"
Margot Friedländer, 2014

          Me leí el libro, un poema al amor. Su narración de los acontecimientos siempre va acompañada por el agradecimiento, y por la admiración, el respeto y el amor al personaje de su vida. Es una catarsis que drena todo lo que tenía que decir, debido a lo cual, y como ella misma pregona, ahora se siente mejor. Así lo creo, porque simplemente no se puede vivir con tanta verdad escondida. 

          Ante tantos libros técnicos que hice, mi madre me dijo un día: “ahora quiero ver el espiritual”. Con esa motivación le hice un homenaje al describir pausadamente cien años de su entorno y los primeros cuarenta años de su vida*, en los cuales se cuajó una hermosa personalidad moldeada desde muy abajo, de pleno equilibrio, vivida con intensidad, adornada de alegría, amor y esperanza, donde la constancia, la paciencia, el optimismo y la dignidad nunca faltaron. 


Bautizo de 4M3D

          Desde que se fue, siempre he sentido que me faltó completar aquella primera cronología con una segunda parte, y narrar para la posteridad hechos claros y otros no tan claros que destacan lo límpido y aclaran lo turbio, sobre todo los últimos, en los que se defendió a base de pura dignidad. 

"El lado oscuro" (en edición)

         Este libro tuvo sus buenas fuentes de información, pero también su fuente de inspiración: Margot Friedländer y su valentía. Aunque lo que pasó no se puede cambiar, mi mayor deseo es que su lectura sirva para despertar algunas mentes dormidas que se basan en la fragilidad y la indefensión para el maltrato inconsciente. 

*Cuatro medallas y tres diplomas, JDMoros, Ed. MicompuMedia, 2009.-


sábado, 7 de enero de 2023

Feliz Navidad


 FELIZ NAVIDAD

“En diciembre las cosas son más hermosas, las estrellas titilan maravillosas. Los niñitos esperan a su Pájaro Loco a su Pato Pascual, que lucen orgullosos el día veinticinco porque es la navidad...” José Luis Rodríguez 

Papá ya tenía 8 años de haberse ido y mamá tres años trabajando como secretaria de mi primo Aurelio en el Hospital de Coche. Exprimiendo su cuarto grado desarrolló su redacción propia y ya sacaba desde hacía tiempo cartas y oficios en máquina de escribir. 

A raíz de las recomendaciones del sicólogo, se vio obligada a escribirle una carta al Padre Prefecto del Colegio Don Bosco.

Ciudadano
Padre Prefecto del Colegio “Don Bosco”
Valencia Edo.- Carabobo.-

Muy Reverendo Padre Prefecto: 

Me dirijo a Ud. respetuosamente, en ocasión de hacer llegar a su conocimiento, que mi representado José Durabio Moros Manzo, a quién Ud. deferentemente acogió como alumno del internado de ése Instituto, no podrá continuar por los momentos, debido a que por presentar ciertos trastornos de tipo emocional, al regresar a la casa después del mes que estuvo en el colegio, tuve necesidad de consultar con un médico especialista en estos problemas de los niños, el cual me aconsejó no regresarlo al internado, hasta no tener siquiera dos años más de edad.- 

Oportunamente pasaré por la Secretaría del Colegio a cancelar la deuda pendiente, ya que los recibos que me han pasado ameritan reconsideración, tomando en cuenta el tiempo que el niño estuvo en el Plantel.-

Pido a Ud. disculpe la demora que ha tenido esta participación, pués además de la situación anormal en que estabamos, esperaba la opinión del médico.-

Reciba para Ud. el Padre Director y demás profesores, el respeto y agradecimiento de José Durabio.-

Sin más por los momentos, me suscribo, reiterándole mis sentimientos de respeto y aprecio. Atentamente,

María del Valle Manzo de Moros

La situación anormal en la que estábamos era lo de la caída de Marcos Pérez Jiménez y los acontecimientos previos. 

De esta manera se soterró definitivamente toda posibilidad de volver al internado de Valencia. Me quedé en mi casa sin poder entrar a estudiar en ninguna parte debido a la época del año, cuando todos los colegios ya habían iniciado clases desde hacía tiempo.

Hacía pocos meses Pérez Jiménez había huido a República Dominicana. A media cuadra quedaba la Seguridad Nacional, el blasón de sus desmanes. Se acababa de firmar el Pacto de Punto Fijo y había tensiones porque existían reductos clandestinos de la dictadura. A Pérez Jiménez lo sucedió Wolfgang Larrazábal y se convocaron elecciones para hacerlas en diciembre de ese mismo año.

Mi inactividad escolar no me procuraba tareas ni otras formalidades. Generalmente lo que hacía era que me quedaba inerte en la casa, allá en el Este 6 de El Conde, una casa a la que se le veía desde lejos su pino alto en el jardín del frente que papá adornaba en navidad; tenía la fachada de color marrón chocolate y el número 172 arriba del portón. Vivíamos allí nuevamente desde que nos vinimos de Coche tras el pesaroso óbito de abuelita. Me quedaba con Benigna, que era la señora de la cocina, y con mis tías, Justina y Lourdes, la recién casada y la novia, ambas con gentiles inmigrantes italianos.

Al poco tiempo me hice de amiguitos y con ellos tomaba la calle, donde vi y viví tantas experiencias, algunas sórdidas, pero siempre desde la barrera, sin involucrarme. Tenía la peculiaridad de prescindir de mis afectos cuando veía en ellos algún comportamiento impropio, y los rechazaba de una manera muy particular, en el sentido de que los seguía tratando al verlos en la calle, pero ya no salía con ellos ni los invitaba a mi casa. Eso me pasó con dos solamente, ambos muy callejeros.

Mi actividad más emocionante en el transcurso de ese año fue debido a mis dos tías. La casada ocupaba la sala de la casa con su reciente esposo, y tenían una nena de un año, que era la sensación. La soltera con su consecuente novio que era muy simpático, un novio reciente, quien se hizo mi amigo. Yo acompañaba a mi tía Lourdes la soltera en sus diligencias, en su carro, y me encantaba. Salíamos con frecuencia. Mi tía, zalamera y obsequiosa, a veces nos llevaba a los tres hermanitos, en el asiento de atrás todo el tiempo, a dar vueltas por allí cerca. Generalmente el recorrido era por el este 8, que quedaba una cuadra más abajo. Lo que hacíamos realmente era darle la vuelta a la manzana. Una vez, en una de esas vueltas que generalmente eran por la noche temprano, ya para tomar la curva que nos ponía en el Este 6, la calle donde vivíamos, tuvimos que detenernos en una zona que llamaban El Triángulo, una manzana que tenía esa forma y que conformaba un 355 En el Limbo puente por debajo del cual pasaba el río Anauco, que venía desde La Candelaria. Tuvimos que detenernos porque había una pequeña cola. En ese momento pasó a nuestro lado un hombre joven corriendo desaforadamente, y cuando ya se había adelantado unos tres carros delante, sonaron varios disparos y el hombre cayó al piso, sin fuerza en las piernas. Nosotros nos quedamos en silencio, sin quitarle la vista de encima. En el mismo momento pasó a nuestro lado un grupo de hombres también en carrera, con armas en las manos. Se terminó la cola y avanzamos tranquilamente. Tuvimos que pasar por el lado del hombre tiroteado. Ya los que estaban armados habían rodeado el cuerpo inerte, metiéndose sus pistolas en los bolsillos. Había una gran persecución a los reductos perejimenistas y esto generaba muchas tensiones. 

Llegó diciembre y las elecciones las ganó Rómulo Betancourt con la mitad de los votos. Al igual que el año pasado, volvimos a hacer el nacimiento y también el arbolito, con sus bolas de colores de esas que se parten de nada, sus lucecitas y una capa que era como un velo de nieve que lo cubría todo y por donde se trasparentaban las luces que le dejaban a su paso atractivas aureolas concéntricas. También contábamos con el nacimiento que era estructuralmente de cajas vacías y una tela de coleto encima teñida con genciana verde. A nosotros solamente nos dejaban poner algunas figuritas. La gruta de la Sagrada Familia era de anime echa a mano y coloreada con témpera. Esa la había hecho yo el año pasado en el Colegio San Agustín y mamá la conservaba.

Disfrutaba jocundo de todo aquel ambiente hasta que llegó la noche del último día del año. Allí estábamos festivos mi tía la recién casada, su anua hija y su condigno esposo italiano; además la entrañable tía Lourdes, mamá y nosotros tres. Vino Giorgio el novio de tía, con un flux marrón, su acento italiano, sus bigotes negrísimos y su inolvidable sonrisa, cargado de discos y de dos botellas de vino. Tía Lourdes era la encargada de poner la música con los discos de 78 rpm de Giorgio, de acetato grueso duro e inflexible con canciones de navidad y para la ocasión. Me encantaba una que decía ...”yo no olvido el año viejo, porque me ha dejado cosas muy buenas. Me dejó una chiva una burra blanca una yegua negra y una buena suegra”. Había otra magnánima que nos ponía tía Lourdes que decía: “Arre que llegando al caminito, aquibichú, aquibichú. Aquibichú que mi burrita anda siempre despacito y no quiere caminar. Anda anda burriquita que no quieres caminar. Echa un pasito pa´lante y echa un pasito pa´tras.” Me gustó tanto que me leí lo que traía escrito el envoltorio del disco. Para mí, esa era la canción más bella. Eran una flauta dulce y un tambor tocado con una baqueta de vara de palo con un forro de cuero en el extremo. Daba tres golpes profundos y marcaba el compás de un ritmo pringoso que me provocaba bailarlo dando saltitos tal y como lo hacía El Indio Araucano.

Al sicólogo lo tenía catalogado como mi mejor amigo secreto