Fui asiduo acompañante de mamá en su trabajo. Sobre todo durante los doce meses que pasé sin estudiar primaria debido a consejas de un sicólogo. Ella lo asumió y cargaba conmigo y me llevaba para su trabajo. Durante mis estadías en el Hospital de Coche de Caracas, que era donde ella se desempeñaba como secretaria del Director, me quedaba permanentemente a su lado, y tuve oportunidad de conocer a sus compañeros de
trabajo. A todos, superiores y subalternos, les daba el mismo trato
deferente y cordial, al igual que todos a ella.
Mamá era atractiva físicamente y su carácter y personalidad la
hacían aún más interesante. Blanca, de buen cuerpo y piernas llamativas.
Gustaba de pintarse el pelo de rubio, y así lo llevó durante mucho
tiempo. Siempre vestía con gran discreción, sin hacer resaltar, o más bien
sin dejar resaltar sus atributos físicos, los cuales guardaba con recato a
base de ropa cerrada, formal. Nunca noté a ningún médico propasarse
con ella. Echaban broma y reían alrededor de su escritorio pero siempre
dentro de unas limitaciones sobrentendidas que ella imponía con su
proceder comedido, sin escándalos ni alborotos. Había risas y chanzas
pero todo siempre enmarcado, siempre por motivos legítimos. Nunca noté
que le sucedieran situaciones desagradables con nadie.
Durante su tiempo de trabajo se transformó en una institución y en
la gran referencia. Tanto los médicos como los empleados estaban de
acuerdo en que el verdadero Director de ese Hospital era ella, dada su
habilidad en el trato justo para con todos y dada su permanente disposición a resolver los nudos y que los procedimientos siguieran adelante.
Todos la respetaban y le daban un trato deferente, como para estar
acorde con el de ella. Médico recién graduado que se le acercara con el
interés de hacer pasantías, fuese conocido o no conocido por ella, le
atendía y le buscaba la oportunidad, independientemente de que aquella
persona viniese recomendada o viniese por iniciativa propia.
Cuando alguien se le presentaba en búsqueda de una cama para
algún familiar, nunca le decía que no, y hacía la gestión para conseguirla.
Le bastaba adivinar la verdadera necesidad para actuar en consecuencia.
Con el personal obrero, con los choferes, las cocineras y los
enfermeros era excepcional. No perdía detalle cuando se trataba de
algún aprieto en ellos que fuese de corte humano. Los defendía y
ayudaba en la consecución de sus fines, siempre y cuando fuesen idóneos.
La Dra. Aída Zuleta y mamá.
Hospital de Coche, 1958
Entre estos obreros había uno que me llamaba mucho la atención,
por lo peculiar. Era portugués. Tenía alrededor de 50 años, y era el
encargado de la limpieza de las oficinas, trabajo que ejercía él solo, con
un trapo. Es decir, este hombre se encontraba en el último eslabón de la
cadena de los empleados del Hospital. Sin embargo mamá le daba un
tratamiento con detenimiento, digno y respetuoso. Siempre andaba bien
vestido, con su uniforme de kaki, aseado y bien peinado.
Silverio, que era como se llamaba este personaje, no hablaba muy
bien el español. Yo le entendía muy poco de lo que decía cuando
hablaba. Sin embargo mamá lo entendía a las mil maravillas.
De tanto yo ir por allá le tomé mucho cariño a Silverio, pues
siempre veía que espontáneamente le traía dulces y refrescos a mamá, y
luego se ponía a ejercer sus funciones. Ella de vez en cuando lo ocupaba
para que le hiciese algún mandado dentro del Hospital, y cuando era
fuera, Silverio se iba ufano en su propio carro, un viejo Opel amarillo con
los asientos cosidos, sin adornos ni lujos pero bien cuidado.
Un buen día Silverio se fue a Portugal porque se le murió su mamá,
para lo cual solicitó un permiso de 6 meses, tiempo que quería también
aprovechar para arreglar algunos asuntos personales de la casa que
quedaba en herencia y otros intereses familiares allá en su tierra natal.
Mamá le tramitó el permiso. Sin embargo primero le hizo el
comentario de que le parecía mucho tiempo, pero que lo iba a introducir.
La Junta no concedió los seis meses sino tres. Mamá se apresuró a
escribirle para que conociese la nota, y le hizo una carta hermosa, que
además de dejar sentada la relación de trabajo, denota su cariño por el
personaje y el estilo familiar con el que lo trataba:
Sr.-
Silverio De Ponte Negrinho
Portugal.-
Apreciado Silverio:
Recibí su cartica, mucho lamentamos la muerte de su
mamá, y le deseamos que Dios le dé mucha resignación.
Me apresuro a informarle que la Junta de
Beneficencia, le concedió permiso por tres meses y no por 6 como Ud.-
solicitó, por lo que procure estar aquí para el vencimiento de los 3
meses. En caso de que tenga mucha necesidad de seguir allá por más del
tiempo que le concedieron escríbale al Director o al Administrador
explicando el motivo, pero si desea conservar el cargo procure venirse
para esa fecha.-
Mis familiares y las personas de aquí del Hospital,
aprecian sus saludos y se los retornan.-
Los muchachos estan buenos, acostumbrados en el
colegio, éllos saben que Ud. está en Portugal.-
Muchos saludos para los suyos y deseo que su papá
recupere pronto su salud.
Lo saluda atentamente,
[Firma: María del Valle Manzo de Moros]
María del Valle Manzo de Moros Silverio regresó a los tres meses y se reincorporó a su trabajo.
Daba gusto ver a las mujeres de la cocina cuando se le acercaban
en cambote a saludarla. La alegría en las caras de Eudosia, Nicolasa y
María frente a su escritorio denotaban una relación como de siervas de
Dios con su consejera. Mamá no sabía ser de otra manera. Muchas veces
vi lo que hoy en día entiendo como que fueron lecciones que le dio a
muchos médicos que se le acercaban para pedirle pequeños favorcitos,
que eran algo así como que les pasara horas demás, que les obviara la asistencia, y cualquier otra infinidad de trampitas, a las cuales ella nunca
accedía, pero lo hacía de una manera tan delicada y convincente a la vez,
que aquellas personas, amigas de las pequeñas ventajas, entendían la
sutil reprimenda y se alejaban hasta agradecidos, entre manifestaciones
de respeto y admiración.
Tres meses después de la carta a Silverio dejé de ir al Hospital de
Coche pues en septiembre estaba entrando al Colegio Santo Domingo
Savio de Los Teques, a donde iría a estudiar interno el cuarto grado, luego de un año
libre de aulas y pupitres, tiempo en el que pude recuperarme de un
pasado rudo, sorprendente para mí.
Hasta aquí llegaron mis incursiones a esos predios del Hospital de Coche a las faldas de mamá. Yo no sabía
diferenciar muy bien entre lo correcto y lo incorrecto, entre lo
procedente y lo improcedente, pero todos esos días en los que convivía
con pura gente adulta fueron para mí de un gran aprendizaje, sobre todo
por el hecho de estar presente en una gran cantidad de actuaciones de
mamá ante sus superiores y subalternos hasta del más bajo rango en las
cuales daba ejemplo de humanidad y consideración.
Siempre tuve un interés así como de cuidarla, de no dejar que
pasara trabajo ni amarguras. Pero nunca tuve problemas con eso porque
ella siempre dejaba ver su cara de felicidad y alegría permanente. Se
sentía bien en sus labores. Así lo vi siempre.
Con mi ida, mamá perdió a su mejor celador.
Posando en el jardín
Hospital de Coche, 1958
Post data:
Se jubiló veinte años después de mis acompañadas. Cuando empezó a trabajar en el
Hospital de Coche yo estudiaba en el Colegio San Agustín de Los Jardines del Valle y
cuando terminó, veinticinco años después, sus tres hijos habíamos terminado la
universidad desde hacía ya tiempo. Eso lo logramos por ella, quien siempre nos creó
un ambiente de estudio.
Se trajo varios diplomas. Entre ellos me llamó la atención uno por lo que decía. Se lo
otorgaban la Comisión Técnica y la Junta Médica, en el marco del XI Aniversario de la
inauguración del Hospital ...“como testimonio de su colaboración efectiva y eficaz
que permitió efectuar las Segundas Jornadas Médicas dentro del ambiente de bonanza
y cordialidad que tales eventos requieren”. Aparece sorprendente la palabra
“bonanza”. Aquí la Junta Médica se dejó llevar por la elocuencia de su aura que la ha
envuelto siempre y que ha sido el denominador común de todos sus pasos.
Cuando dejó su escritorio, su silla y su mesita con la máquina de escribir, todos decían
que se había ido el verdadero Director del Hospital.
Unos meses antes de fallecer, estábamos hablando y rememorando, y me manifestó que le gustaría
que sus diplomas tuvieran un marquito para que se conservaran bien y a la vez
poderlos guindar, razón por la cual los busqué, los encontré y los recopilé para
disponerme a cumplir sus deseos.
Tomado de "Cuatro Medallas y Tres Diplomas", 2009, MiCompumedia, José Durabio Moros.-
No hay comentarios:
Publicar un comentario