lunes, 30 de diciembre de 2024

Montañalta, confesiones (Parte I)

     

Sector de Montañalta

     Montañalta. Confesiones (Parte I)
     "La universidad te explica cómo se hace. La vida te enseña a hacerlo".

          Por estas fechas de fin de año terminé mi relación laboral con Vivienda Venezolana, S.A., una empresa muy poderosa, quizás la más en aquella época, en la construcción de viviendas sociales en este país, modalidad de ejercicio profesional a la que le dediqué toda mi vida, pasando por todos los estamentos del ejercicio de la ingeniería civil, es decir, desde asistente de ingeniero hasta dueño de empresas de proyectos, construcción e inspección de obras. Hasta ejercí como viceministro de la Vivienda y Hábitat, en una corta experiencia. 

          En mis albores de esos menesteres, me tocó gerenciar la construcción de una obra inmensa, la cual estaba compuesta por once edificios de diecisiete pisos, con sus adláteres, vale decir: su vialidad, sus estacionamientos y algunos servicios colaterales como una escuela básica y un kinder, amén de zonas verdes, parque, etc., hasta una planta de tratamiento de aguas negras y canalizar un río lidioso, problemático, por la cantidad de sedimentos que arrastraba desde aguas arriba.

          Recuerdo que llegué allí, acompañado de Alberto Abilahoud, dueño del terreno, y de David Issa, dueño de la tecnología para la construcción de los edificios. Era mi primera vez en esos terrenos, y mi primera vez en una construcción tan amplia. 

          Cuando llegamos, nos bajamos los tres, y yo con el grueso rollo de planos cargado bajo mi brazo izquierdo. Éramos el dueño del terreno, el dueño de la tecnología para la construcción de los edificios, y este humilde servidor. Estábamos en un alto desde donde se veía todo el terreno. Caminamos un rato conversando sobre el mismo y echando algunos chistes, siendo Alberto Abilahoud, el dueño de los terrenos, un hombre de muy buen carácter y de personalidad alegre, quien en un momento dado, me dijo: 

          -Bueno Moros, Ahí tienes los planos, y este es el terreno. 

          Listo. Más nada. Se fueron y yo me quedé en esa colina donde estábamos, viendo aquel panorama tan amplio, con las ideas arremolinadas en mi cerebro, pero a la vez emocionado, yo tan muchacho, por el reto que tenía por delante.

          Al poco tiempo ya estaba con un personal de limpieza de los terrenos y armando el equipo que se encargaría de nivelarlo y compactarlo.

          Desde ese día comencé a subir todos los días a los Altos Mirandinos, donde se desarrollaba el proyecto, y por supuesto, a bajar todos los días, ya anocheciendo, para irme a dormir a mi casa. Yo vivía en el Hatillo de Caracas, y a pesar de que tenía familiares muy queridos en las cercanías de la obra, prefería irme a mi casa, pues mamá se quedaba sola, y siempre pendiente de mi regreso, y solamente pensar en eso me removía la basa.

          En ese ir y venir diario por la llamada "carretera panamericana" pude hacerme de una importante experiencia en el manejo de carros por esa vía, muy particular en ese entonces pues, inexplicablemente, se trataba de una vía harto transitada y a gran velocidad y sin embargo no tenía los accesorios necesarios para la guía y defensa del conductor, sobre todo del conductor nuevo, del que la circula por primera vez, o que la ha circulado pocas veces. En aquellos años adolecía, principalmente, de dos deficiencias: falta de defensas laterales y falta de defensas por el eje central, un par de dolencias que provocaron que yo presenciara en vivo cantidad de accidentes, primordialmente por esa falta de la defensa por el eje central, lo cual permitía que cualquier vehículo que viniera bajando que le fallaran los frenos, o que perdiera un caucho, o que se le partiera una punta de eje, o lo que sea, iba a parar al otro lado de la carretera y lo más seguro es que se encontrara de frente con algún otro que viniera subiendo, y ahí venía el desastre. En lo particular, yo recuerdo muy claramente a una camioneta tipo panel, ya con sus años, que se coleó bajando (yo le venía detrás), y efectivamente, fue a parar al otro lado, con la inmensa suerte de que no se topó con ningún vehículo subiendo. Traspasó la vía y se encunetó del otro lado sin mayores consecuencias. Sin embargo, al que venía manejando, un portugués, no le abría la puerta, y, desesperado por el pánico que lo embargaba, comenzó a gritar desesperadamente, solamente pidiendo ayuda. Hasta allá nos llegamos varias personas y logramos abrirle la puerta. Su agradecimiento fue inmenso, pero estaba intacto, sin ningún rasguño.

Hoy en día esa "autopista", pues los carros circulan mucho más rápido de lo que indican los avisos, fue agraciada con la defensa central y, por supuesto, los accidentes se vinieron bastante abajo.

          Ya con esas lecciones, yo siempre subía por la vía lenta. Terminé la obra, y nunca tuve problemas.

          Donde sí tuve bastantes problemas fue en la obra misma, pues la entrada de una construcción de esa envergadura en una zona hasta ese momento apacible, ocasionó una revolución tal, que tuve de visita a una gran cantidad de vecinos del sector, afectados por el ruido inevitable, la inusitada y numerosa circulación de camiones de envergadura, y la "huella" que estos dejaban a su paso, dado por el mal manejo del material que cargaban encima.

          Fueron meses de visitas de todo tipo, tanto así que me volví el jefe de relaciones públicas de la construcción de Montañalta, pero no lo hice tan mal pues a la larga convertí esos malestares en una buena relación, tanto es así que terminé varias veces comiendo en sus casas y yendo a fiestas que preparaban por razones propias de su familia.

          Me llené de visitantes de toda índole, desde atropellantes hasta conciliadores o colaboradores, que hasta me traían comida. Ambas actitudes yo las comprendía, sobre todo la primera, pues hay que ver que a uno le pongan once edificios al lado de la entrada a la urbanización de sus apacibles casas de la noche a la mañana, y sin previo aviso. La verdad es que la experiencia allí me significó catalogarla como de segunda universidad, pero en mi espíritu, estaba con los vecinos, y me extrañó siempre que tan desproporcionado volumen fuese permisado por las autoridades competentes.

          En la próxima parte voy a detallar capítulos inolvidables vividos en Montañalta que me impactaron la vida. Como todo, unos angustiantes y otros agradables, pero, de verdad, que ambos me significaron hermosas amistades que todavía frecuento y disfruto.

Fotografía: Eduardo Bravo, inmuebles


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