viernes, 29 de agosto de 2014

El balcón del pueblo

(Especial para Últimas Noticias)
El Palacio de Miraflores fue construido entre 1884 y 1893 en medio de interrupciones y grandes tropiezos debido a las ausencias obligadas del Presidente Joaquín Crespo, su concebidor y promotor, y a lo encrespado del terreno. Además lo empezó un constructor italiano y lo terminó uno español. Ya se había obtenido el cemento moderno, pero el mismo se aprende a aplicar de forma correcta y eficiente es a partir de los inicios del Siglo XX, que entre otras cosas se determina que sus características de resistencia comienzan a decrecer a los 100 años.
El Palacio de Miraflores es una edificación terminada de construir en el Siglo XIX, hace más de 120 años, cuando todavía se aplicaban teorías experimentales en el uso del cemento, además de que en el transcurso de ese tiempo ha sido objeto de importantes reparaciones.
El General Cipriano Castro fue el primero en ocuparlo, a raíz de haberlo alquilado luego de un gran susto que pasó en la Casa Amarilla durante el terremoto de 1900, cuando saltó por un balcón a la calle y de milagro solamente se falseó un tobillo. Desde ese día ese balcón es famoso, situado de Principal a Conde.

Otro balcón que se hizo muy famoso es el denominado Balcón del Pueblo, ubicado en una de las fachadas del Palacio de Miraflores. En la última celebración del Presidente Chávez compartida desde allí con una numerosa aglomeración de gente, se pudo ver cómo en ese estrecho espacio se encontraban apretujados nada menos que la flor y nata de los dirigentes del gobierno, incluyendo al propio Presidente. Antes de futuras apariciones allí valdría la pena revisar la composición estructural y el estado en que se encuentra la placa de piso que constituye ese balcón que dadas sus características, muy posiblemente no fue concebido para soportar a tanta gente ya que forma parte como decía antes de una edificación que tiene más de 120 años de construida.

martes, 12 de agosto de 2014

600 Mil Viviendas: El Inicio de la Cuesta.

Cada año nacen menos personas en Venezuela. Venimos disminuyendo nuestra tasa de crecimiento y también el número de personas por hogar. El INE habla de que ya llegamos a 30 millones y que tenemos 7,7 millones de hogares, pero que cada hogar está formado por 3,9 personas, bastante menos que hasta hace poco, que estaba formado por 5,4 personas. Es decir, la meta de las famosas 100 mil casitas por año no era una cifra caprichosa sacada de la manga por el presidente Rafael Caldera. Obedecía a estos simples análisis, los mismos que señalan que ese índice interanual llegó en el 2011 a las 110 mil casitas, llevando el déficit total en ese momento a los 2 millones de viviendas.

No era cuento. Era una situación crítica y creciente con la cual nadie había podido. Por ello la solución debía ser estructural. Pasaron 25 años y parecía que no nos dábamos cuenta que estábamos trabajando con esquemas equivocados que permitían que el aterrador déficit siguiera creciendo indetenible y que el dinero invertido se siguiera yendo por un pozo sin fondo y no nos fijábamos en que la esencia del problema estaba en la figura intermediaria que a pesar del desastre seguía tan campante y al necesitado, eternamente ávido, le seguían llegando, cuando le llegaban, las migajas: obras demoradas, incompletas y de baja calidad, pues había que satisfacer primero a la vorágine intermediaria. Tuvieron que pasar 25 años más para que cayéramos en cuenta de que a la vivienda necesaria no se la podía seguir poniendo en manos de terceros, lo cual se había tornado perverso. Que había que eliminar esa intermediación e involucrar al eterno doliente en todas las etapas en la seguridad de que la fuerza de su necesidad y sus poderes creadores le darían el impulso definitivo para alcanzar sus metas con el apoyo directo y permanente del Estado. Se requería pues una mentalidad universal y con suficiente poder que rompiera con esos esquemas y pusiera directamente en las manos de la gente a la vivienda necesaria.

Fue entonces cuando apareció la figura del Presidente Chávez con su Gran Misión Vivienda Venezuela. De no haberse dado esa extrema determinación, hubiésemos seguido en la eterna inercia con el déficit creciendo todos los años, las protestas en las puertas de las oficinas públicas y la lucha represiva contra las invasiones. Es así como desde que empezó la Gran Misión Vivienda se ha doblegado el crecimiento del déficit y adicionalmente se ha disminuido el déficit viejo bajándolo de 2MM a 1,7MM. 

Pero a pesar de la magna iniciativa la lucha es larga y el camino no es fácil, porque no es fácil construir 200 mil viviendas al año y además todos los años. Si se quiere un déficit cero, a ese ritmo (si se mantiene) se va a lograr, pero en el año 2030, lo cual pareciera mucho tiempo. La ventaja está en que si no hay descuido la experiencia vivida irá disminuyendo las dificultades e irá aumentando los rendimientos, y estas dos variables podrán acercar en buena medida esa fecha tan esperada donde finalmente se logre el aún inimaginable déficit cero.

José Durabio Moros

lunes, 11 de agosto de 2014

Cuesta arriba Parque Caiza


(Especial para Últimas Noticias)

Hace tiempo presenté al antiguo Minfra un proyecto para hacer el nuevo cementerio de Güiria, dada su necesidad. El terreno que me dieron como disponible era tan escarpado que diseñarle la vialidad no me fue fácil. Tanto fue el control de mis inspectores que tuve que rehacerlo tres veces.

Yo me pregunto porqué a los proyectistas de todas las urbanizaciones apostadas en las colinas al sur de nuestro Río Guaire no les hicieron lo mismo: todas con una vialidad de acceso empinada, desagradable y peligrosa. Subir a Colinas de Santa Mónica, a Colinas de Bello Monte o a Los Naranjos es recordar todos los días a los proyectistas y a las autoridades de aquella época, responsables de por vida de la antieconómica, peligrosa, antipática, y única manera de llegar allá arriba.
Lo peor es que la dejadez y la ligereza vial en nuestra apurada capital continúan como si nada y lo vemos de nuevo en Lomas de Parque Caiza, donde ha surgido un gran sector urbano de la colapsada ciudad de Caracas, que ya no hayan dónde construirle. Lo que hay allí no se ve desde abajo, pero es impresionante la cantidad de edificios y la altura autorizada.
Mi hijo compró allí su apartamento, y haciendo el recorrido para ir a conocerlo me di cuenta que lo que les espera a todos es una subida de más de cinco kilómetros, longitud que es el doble de la bajada de Tazón. Le medí la pendiente y me dio muy superior a la de ese tramo de autopista, construido irresponsablemente y que ha producido más muertes que una guerra civil. Pero eso no es todo: se trata de un trayecto angosto y de muchas curvas, buena parte de ellas cerradas y sin protección. En fin, un peligroso adefesio violatorio de toda norma de vialidad, construido a punta de ojo y que atenta contra la vida.
Esa situación es grave desde el punto de vista urbanístico, y amerita atención inminente de las autoridades. Por simple humanidad se debe ejecutar un proyecto vial idóneo, con el concurso de los promotores que allí han construido y del gobierno regional para de esta manera humanizar el angustioso acceso. Salvarle los vehículos a tanto compatriota es la otra cosa, pues todos llegan recalentados allá arriba y con la cadena de los tiempos cada día más distendida, así sean rústicos; y aunque no lo noten todos van a morir a la mitad de su vida útil.
José Durabio Moros

En un sismo la vida


En un sismo la vida (Publicado en Últimas Noticias)

Hay eventos naturales cuyos sucesos no podemos predecir, como los terremotos. Allí no nos queda otra que estar preparados. El terremoto de Haití fue de 7 grados en la escala de Ritcher (Mb) y duró un minuto. Le llevó la vida a doscientas mil personas. El terremoto de Chile fue de 8,8 Mb y duró un minuto y medio. Le llevó la vida a ochocientas personas, a pesar de haber tenido 1,8 Mb más que el de Haití y haber durado medio minuto más.
Este movimiento telúrico, equivalente a mil bombas atómicas, se llevó menos del medio por ciento de las vidas que cobró el terremoto de Haití, lo cual nos deja ver la inmensa influencia de la calidad del lugar que habitamos y de la oficina donde trabajamos, para sobrevivir a estos eventos.
En Venezuela, el 80% de la población vive en zona sísmica y en ese eje están ubicadas grandes ciudades como San Cristóbal, Mérida, Caracas y Cumaná, por mencionar algunas, con sus altos y modernos edificios, pero también con sus viejas casas coloniales y sus cinturones de ranchos. Nunca hemos sido sometidos a pruebas de movimientos sísmicos mayores de 7 Mb como promedio, siendo el de 1812 el que más superó ese valor sin llegar a 8 Mb. El más cercano a nuestras generaciones fue el de 1967, sucedido en Caracas y que no llegó a los 7 Mb, pero debido a él se desplomaron tres edificios residenciales y murieron algo más de doscientas personas.
Desde ese entonces, no hemos sido sometidos a una prueba parecida. Da la casualidad que desde ese entonces es que en Venezuela se edifica con restricciones normativas, habiendo sido revisadas dichas normativas apenas dos veces: en 1982 y en 2001. Desde 2001 no se han hecho revisiones y la palabra Covenin no se conoce desde 2004.
No nos descuidemos con la calidad. No esperemos que se dé la Tercera Profecía. Ante la aparición de tal avalancha de tecnologías de construcción propias y extrañas, hay que actualizar las normativas para nuestras edificaciones, dejadas de un lado desde hace casi quince años.
Ing. José Durabio Moros

domingo, 10 de agosto de 2014

Los Guardianes del Caroní


(Especial para Últimas Noticias)
La cuenca del río Caroní es uno de los sitios donde más llueve en el mundo. El promedio de lluvia es de 2900 mm, con zonas en donde llega a 6000 mm anuales, es decir, más de siete veces de lo que llueve en promedio en la ciudad de Caracas. Eso significa que el rendimiento de agua de la cuenca es de una magnitud excepcional por lo que el caudal promedio del río Caroní es muy superior al de ríos famosos en el mundo, como el Nilo, el Danubio o el Columbia, en cuyos cauces se han construido también grandes presas.
Además, son 9 millones de hectáreas, donde mucho más de la mitad son bosques vírgenes, garantes de que el agua llegue al río sin quedarse en el camino.
Más que al Niño, un visitante malcriado que nos fastidia y luego se va, a la cuenca es a la que hay que cuidar y mimar.
Aquí no hay Niño que valga si le damos un tratamiento de niña mimada a la Cuenca del Río Caroní, nunca bien atendida, a pesar de que sabemos lo que hay que hacer.
Es con los indios que hay que contar, pero la minería y el turismo los están desplazando.
No hay planes de ordenamiento ni reglamentos de uso. Hay actividades degradantes del ambiente, como la minería del oro y de diamantes, que tumban árboles y contaminan y sedimentan los afluentes.
La actividad minera y los incendios de vegetación, muchos provocados por conuqueros para abrir caminos o aumentar sus espacios, son los que han ocasionado el mayor impacto ambiental, localizados en la Reserva Forestal La Paragua, la zona protectora Sur del estado Bolívar y en el Parque Nacional Canaima, donde está el 60% de los pemones, no incorporados al cuido de la cuenca.
Convirtamos a los pemones en un gran ejército de guardianes y defensores de la cuenca del Río Caroní. El territorio es extenso y de difícil acceso, lo que dificulta su vigilancia y el control total del área.
Con entrenamiento y la logística y el apoyo aéreo de la Guardia Nacional, estos venezolanos, habitantes, amantes y grandes conocedores de la zona, pueden ejercer una definitiva labor para garantizar el ciclo hidrológico en la cuenca y por ende toda el agua que necesitemos.
José Durabio Moros