lunes, 30 de diciembre de 2024

Montañalta, confesiones (Parte I)

     

Sector de Montañalta

     Montañalta. Confesiones (Parte I)
     "La universidad te explica cómo se hace. La vida te enseña a hacerlo".

          Por estas fechas de fin de año terminé mi relación laboral con Vivienda Venezolana, S.A., una empresa muy poderosa, quizás la más en aquella época, en la construcción de viviendas sociales en este país, modalidad de ejercicio profesional a la que le dediqué toda mi vida, pasando por todos los estamentos del ejercicio de la ingeniería civil, es decir, desde asistente de ingeniero hasta dueño de empresas de proyectos, construcción e inspección de obras. Hasta ejercí como viceministro de la Vivienda y Hábitat, en una corta experiencia. 

          En mis albores de esos menesteres, me tocó gerenciar la construcción de una obra inmensa, la cual estaba compuesta por once edificios de diecisiete pisos, con sus adláteres, vale decir: su vialidad, sus estacionamientos y algunos servicios colaterales como una escuela básica y un kinder, amén de zonas verdes, parque, etc., hasta una planta de tratamiento de aguas negras y canalizar un río lidioso, problemático, por la cantidad de sedimentos que arrastraba desde aguas arriba.

          Recuerdo que llegué allí, acompañado de Alberto Abilahoud, dueño del terreno, y de David Issa, dueño de la tecnología para la construcción de los edificios. Era mi primera vez en esos terrenos, y mi primera vez en una construcción tan amplia. 

          Cuando llegamos, nos bajamos los tres, y yo con el grueso rollo de planos cargado bajo mi brazo izquierdo. Éramos el dueño del terreno, el dueño de la tecnología para la construcción de los edificios, y este humilde servidor. Estábamos en un alto desde donde se veía todo el terreno. Caminamos un rato conversando sobre el mismo y echando algunos chistes, siendo Alberto Abilahoud, el dueño de los terrenos, un hombre de muy buen carácter y de personalidad alegre, quien en un momento dado, me dijo: 

          -Bueno Moros, Ahí tienes los planos, y este es el terreno. 

          Listo. Más nada. Se fueron y yo me quedé en esa colina donde estábamos, viendo aquel panorama tan amplio, con las ideas arremolinadas en mi cerebro, pero a la vez emocionado, yo tan muchacho, por el reto que tenía por delante.

          Al poco tiempo ya estaba con un personal de limpieza de los terrenos y armando el equipo que se encargaría de nivelarlo y compactarlo.

          Desde ese día comencé a subir todos los días a los Altos Mirandinos, donde se desarrollaba el proyecto, y por supuesto, a bajar todos los días, ya anocheciendo, para irme a dormir a mi casa. Yo vivía en el Hatillo de Caracas, y a pesar de que tenía familiares muy queridos en las cercanías de la obra, prefería irme a mi casa, pues mamá se quedaba sola, y siempre pendiente de mi regreso, y solamente pensar en eso me removía la basa.

          En ese ir y venir diario por la llamada "carretera panamericana" pude hacerme de una importante experiencia en el manejo de carros por esa vía, muy particular en ese entonces pues, inexplicablemente, se trataba de una vía harto transitada y a gran velocidad y sin embargo no tenía los accesorios necesarios para la guía y defensa del conductor, sobre todo del conductor nuevo, del que la circula por primera vez, o que la ha circulado pocas veces. En aquellos años adolecía, principalmente, de dos deficiencias: falta de defensas laterales y falta de defensas por el eje central, un par de dolencias que provocaron que yo presenciara en vivo cantidad de accidentes, primordialmente por esa falta de la defensa por el eje central, lo cual permitía que cualquier vehículo que viniera bajando que le fallaran los frenos, o que perdiera un caucho, o que se le partiera una punta de eje, o lo que sea, iba a parar al otro lado de la carretera y lo más seguro es que se encontrara de frente con algún otro que viniera subiendo, y ahí venía el desastre. En lo particular, yo recuerdo muy claramente a una camioneta tipo panel, ya con sus años, que se coleó bajando (yo le venía detrás), y efectivamente, fue a parar al otro lado, con la inmensa suerte de que no se topó con ningún vehículo subiendo. Traspasó la vía y se encunetó del otro lado sin mayores consecuencias. Sin embargo, al que venía manejando, un portugués, no le abría la puerta, y, desesperado por el pánico que lo embargaba, comenzó a gritar desesperadamente, solamente pidiendo ayuda. Hasta allá nos llegamos varias personas y logramos abrirle la puerta. Su agradecimiento fue inmenso, pero estaba intacto, sin ningún rasguño.

Hoy en día esa "autopista", pues los carros circulan mucho más rápido de lo que indican los avisos, fue agraciada con la defensa central y, por supuesto, los accidentes se vinieron bastante abajo.

          Ya con esas lecciones, yo siempre subía por la vía lenta. Terminé la obra, y nunca tuve problemas.

          Donde sí tuve bastantes problemas fue en la obra misma, pues la entrada de una construcción de esa envergadura en una zona hasta ese momento apacible, ocasionó una revolución tal, que tuve de visita a una gran cantidad de vecinos del sector, afectados por el ruido inevitable, la inusitada y numerosa circulación de camiones de envergadura, y la "huella" que estos dejaban a su paso, dado por el mal manejo del material que cargaban encima.

          Fueron meses de visitas de todo tipo, tanto así que me volví el jefe de relaciones públicas de la construcción de Montañalta, pero no lo hice tan mal pues a la larga convertí esos malestares en una buena relación, tanto es así que terminé varias veces comiendo en sus casas y yendo a fiestas que preparaban por razones propias de su familia.

          Me llené de visitantes de toda índole, desde atropellantes hasta conciliadores o colaboradores, que hasta me traían comida. Ambas actitudes yo las comprendía, sobre todo la primera, pues hay que ver que a uno le pongan once edificios al lado de la entrada a la urbanización de sus apacibles casas de la noche a la mañana, y sin previo aviso. La verdad es que la experiencia allí me significó catalogarla como de segunda universidad, pero en mi espíritu, estaba con los vecinos, y me extrañó siempre que tan desproporcionado volumen fuese permisado por las autoridades competentes.

          En la próxima parte voy a detallar capítulos inolvidables vividos en Montañalta que me impactaron la vida. Como todo, unos angustiantes y otros agradables, pero, de verdad, que ambos me significaron hermosas amistades que todavía frecuento y disfruto.

Fotografía: Eduardo Bravo, inmuebles


sábado, 30 de noviembre de 2024

Eulogio Moros Moros, un valiente


General Eulogio Moros Moros
(1861 - 1924)

EULOGIO MOROS MOROS, un valiente
En el centenario de su fallecimiento.-



            Ahora, a principios de diciembre, es decir, dentro de muy pocos días, se cumplen cien años del fallecimiento de Cipriano Castro Ruiz, personaje que gobernó a Venezuela entre octubre de 1899 y diciembre de 1908, cuando Juan Vicente Gómez le regaló tremenda sorpresa de reyes al darle un golpe de estado y quitarle el mando, aprovechándose de su ausencia debido a una dolencia que Cipriano tenía y que comenzó a tratarse en París.

            Da la casualidad de que cuando a mi bisabuelo José Jesús Moros Parra, se le ocurrió montarse en Lomas Altas, un cerro de la depresión del Táchira, para ponerse a criar novillos, allí ya estaba don Carmelo Castro instalado desde hacía tiempo haciendo lo mismo, y ya era un finquero bastante bien acomodado, gracias a su constancia en esa labor, no solo para engordarlos y venderlos, sino también para cogerles cría y leche, y elaborar quesos, para bajar a los pueblos vecinos y vender la producción. Era el negocio por excelencia de la época, en esa región de nuestro país.

            Allí en Lomas Altas mi bisabuelo comenzó a hacer familia y tuvo a sus primeros hijos, entre ellos a mi abuelo Eulogio.

            Mi bisabuelo, quien nació un poquito antes de que se muriera Simón Bolívar nuestro Libertador, al paso de los años se convirtió también en un buen finquero, y en el ir y venir de su diario vivir hizo buena amistad con don Carmelo, a quien llamaban "Carmelito" por cariño, y cuando hubo el terremoto que abarcó al departamento colombiano Norte de Santander y al estado Táchira, se unieron al grupo de tachirenses que solicitaron parcela en Capacho Nuevo, el nuevo pueblo a construir, y que iría a sustituir al antiguo San Pedro de Capacho, destruido por el terremoto.

            Ya mi abuelo tenía catorce años, y Cipriano 17 años, pero andaban juntos desde que tenían uso de razón, allá arriba en Lomas Altas.

            Al poco tiempo se conformaron las parcelas en Capacho Nuevo y se hicieron las casas. Don Carmelo tomó la suya y mi bisabuelo la de al lado, por lo que siguieron siendo vecinos.

            Cipriano nació con el espíritu aventurero muy arraigado, y le entusiasmaban los pleitos para resolver buenas causas, y mi abuelo estaba allí, afiliado a él junto con otro grupo de muchachos, quienes se hicieron llamar "Los Amarillos", y defendían la construcción del nuevo Capacho en contra de otro grupo de jóvenes quienes querían todo lo contrario, es decir, defendían la tesis de para qué otro Capacho si lo mejor era reconstruir el viejo y listo. Total que estos enfrentamientos entre ellos ocurrían principalmente por el sabotaje permanente de Los Azules a los trabajos de construcción que se hacían para la creación de Capacho Nuevo.

            Finalmente se hicieron los dos pueblos, y dado el éxito de la defensa de esa causa de hacer el nuevo, el general Eladio Lara, comandante del ejército en la región para ese momento, quiso contratar a la pandilla completa de Cipriano Castro para combatir a un tal Espíritu Santo Morales, quien se había alzado en La Grita. Para la gran sorpresa, los muchachos, comandados por Cipriano, regresaron victoriosos del puente de La Grita y el general Eladio los metió a todos al ejército como suboficiales menos a mi abuelo y a Cipriano, a quienes nombró tenientes.

            De aquí en adelante Cipriano y Eulogio se hicieron llave. A Cipriano una vez lo metieron preso por haber herido de bala al hermano de un sacerdote por violentar a su hermana, y mi abuelo lo sacó de la cárcel, cruzaron la frontera y se refugiaron en Cúcuta. Luego vinieron las escaramuzas políticas contra Crespo, y los dos se volvieron anticrespistas pues ese señor le había dado un golpe de estado a Raimundo Andueza Palacio (1890 - 1892), el presidente de turno, y eso no era legal.

         Luego vino la Revolución Liberal Restauradora, donde mi abuelo hizo junto a Cipriano todo el recorrido desde Capacho, ahora llamado Independencia, hasta Caracas. Luego de tomado el poder, mi abuelo seguía con la causa. Ejerció varios altos cargos hasta que Cipriano se tuvo que ir del país por su enfermedad, y más nunca se volvieron a ver.

            Así surgió la segunda etapa de la vida de mi abuelo, la más difícil, bajo el régimen de Juan Vicente Gómez, en medio del cual falleció en su cama, muy joven, en febrero de 1924.

            Cipriano Castro también murió en 1924, el cuatro de diciembre, en Puerto Rico, también malogrado por Gómez. De tal manera que este año se conmemora el centenario del fallecimiento de estos dos personajes.

            Para mí, mi abuelo fue un valiente. No tanto por sus andanzas con Cipriano Castro, que ya es bastante decir, sino por las peripecias que tuvo que hacer para liberarse de las garras de Gómez, quien lo quiso poner a su servicio en el llano, en un ejercicio poco ortodoxo de la amistad. Es otra historia, pero fue un periodo amargo en el cual, sin embargo, pudo zafarse de la injusticia y del oprobio, y salir exitoso sin el concurso de Gómez, a pesar del peligro inminente de que le forzaran el final de sus tiempos.

            Vaya mi homenaje a mi abuelo con este escrito, en esta fecha, además de mi admiración.

            Y en esta conmemoración centenaria, paz a su alma.


 

domingo, 27 de octubre de 2024

Caraqueñita


Caraqueñita
"Mi caraqueñita buena, tuyo es mi querer". Manuel Caraballo Gramcko.-

        La imagen de este post pertenece al video de mi creación que recrea a la canción "Caraqueñita", cuyo intérprete es el fenomenal Felipe Pirela, quien se estrena en el Long Play "Paula" con Billo Frómeta, el músico dominicano que hizo suya a Caracas, y le dedicó, como ningún otro poeta, sus composiciones, las cuales interpretaron los mejores cantantes de la época.

        Este es el primer Long Play que produce Billo de por vida, denominado "Paula", en honor a la bella modelo y presentadora italiana Paula Bellini. Fue uno de los primeros discos en salir al mercado en 33 rpm, pues hasta ese año, 1960, todo era en 78rpm y 45rpm.

        Con esta canción, "Caraqueñita", Billo comienza de alguna manera a "tocar" a la ciudad que sería su delirio de por vida, a la que luego le compuso decenas de canciones que constituyen una crónica musical de la Ciudad, pues no hubo lugar emblemático de la Caracas de su época que Billo no mencionara en sus canciones, o que no le dedicara una canción.

    "Caraqueñita" es de autoría de un caraqueño, quien era Manuel Caraballo Gramcko, poeta, dramaturgo, periodista y fotógrafo venezolano nacido en Puerto Cabello el 1 de junio de 1883 y fallecido en Caracas el 27 de agosto de 1965. Caraballo Gramcko mantuvo un estudio de fotografía junto con un sello disquero, llamado "Gramcko", donde creó producciones propias en ritmo de salsa, y también produjo ese primer disco de Billo denominado "Paula". Allí se estrenó la canción de su autoría "Caraqueñita", año de 1960, y en un disco producido por él, el primer disco de la Billo's Caracas Boys, donde el cantante de los boleros era el sensacional Felipe Pirela, marabino, quien se luce con esta bella canción.

    Esta canción, se encuentra en FaceBook, en el grupo "Caracas siempre Caracas", de Juan Carlos Briceño, en mi página facebook.com/josedurabio, y también en YouTube, en la dirección https://www.youtube.com/c/JoséDurabioMoros, una colección que se llama "Felipe Pirela con Billo", colección de 44 videos que hice para invocar las 44 canciones que cantó Felipe Pirela para la orquesta de Billo Frómeta, el cantor de Caracas.

Fuentes:
https://www.mcnbiografias.es/
https://www.youtube.com/c/JoséDurabioMoros

lunes, 30 de septiembre de 2024

María sin enaguas

 


María de la Paz Colmenares Parra

 MARÍA SIN ENAGUAS
"La bohème, La bohème, Ça voulait dire, On est heureux". Charles Aznavour

                En 1866 nació María en San Pedro de Capacho, un pueblo pujante donde vivían casi todos los dueños de las fincas de Lomas Altas, el sector de la serranía andina que pasa por la depresión del Táchira. En ese sector estaban las mejores fincas de toda el área, dedicadas a la cría de novillos. En esas alturas montañeras nació Eulogio, hijo de colombianos inmigrantes, que buscaban mejor vida. Al lado de esa Finca, que era de sus padres, tenía la suya Carmelito Castro, el papá del niño Cipriano Castro, nacido tres años antes que él. Como eran vecinos, se criaron muy hermanados, en esa soledad, donde no había mucha gente. Crecieron ambos en Lomas Altas hasta que sucedió el famoso terremoto que destruyó a media Cúcuta, a media Pamplona, y se tragó a San Antonio y a San Pedro de Capacho, el pueblo donde nació María, quien quedó viva de milagro. Eulogio no. Eulogio quedó vivo porque allá arriba en Lomas Altas no se sintió casi nada.

                Guzmán Blanco, el presidente en esa época, prometió toda la ayuda, y fue tan buena que terminaron haciendo un pueblo nuevo, al que llamaron Capacho Nuevo, y el papá de Eulogio aprovechó y, a pesar de que tenía su casa allá arriba dentro de su Finca, aprovechó que estaban asignando parcelas en Blanquizal, donde estaban haciendo el pueblo, y se agarró una al lado de la de Carmelito Castro, el papá del amiguito de su hijo, Cipriano Castro, que ya tenía 17 años y él 14 años, pero eran uña y carne.

                Hicieron sus casas y para allá se mudaron. Cipriano, belicoso desde niño, formó su pandilla en ese pueblo, y Eulogio se metió a formar parte de ella. Se la pasaban en pleitos, y eran tan arrojados que el gobernador del Táchira los contrató para enfrentar a un guerrillero que se había anclado en La Grita. Para allá se fue Cipriano con su pandilla y cuál es la sorpresa que derrotaron a ese individuo, y regresaron triunfantes. El jefe de la guarnición militar de la región quedó tan sorprendido que a Cipriano y a Elogio los hizo tenientes.

                A Eulogio le gustaba mucho una muchacha del pueblo, tanto que la acompañaba a todas partes donde iba: al mercado, a la Iglesia, a la Plaza. En la Plaza había retreta los domingos y los curas de la Iglesia ofrecían un almuerzo bajo toldos, en plena Plaza, al terminar la misa. Al final de uno de esos almuerzos Eulogio, ahora un orondo teniente, acompañó a la muchacha de sus sueños de regreso a su casa, y en el camino se le declaró, y ella le dijo que sí.

                Como ella solo tenía catorce años, le pidió permiso a sus padres para casarse, y se lo concedieron. Se quedaron viviendo en San Pedro de Capacho, en la casa de los padres de Eulogio.

Pasó el tiempo y esta nueva pareja, ambos capachenses, comenzaron a poner a crecer a la familia, y tenían un hijo detrás del otro. Ella se la pasaba parida todo el tiempo. Se habían ido a Lomas Altas a vivir a la Finca porque Eulogio, mi abuelo, comenzó a encargarse de ella pues mi bisabuelo ya estaba cansado. Estando allá arriba en ese proceso, mantenía la férrea amistad con Cipriano Castro, con quien conspiraba a escondidas para sacar a Joaquín Crespo, pues era Presidente por haberle dado un golpe de estado a Andueza Palacios y eso era inconstitucional, entonces los castristas le declararon la guerra.

                Mi abuelo Eulogio era un revolucionario en la clandestinidad. Su hermano, Jefe Civil del pueblo y crespista, sospechaba de eso y le recomendó que se desapareciera porque estaban buscando a los castristas para matarlos sin miramientos.

                Mi abuelo se despidió de su esposa y de sus siete hijos, y se fue a Santa Ana, a llevar vida de simple criador de ganado, pero iba de vez en cuando a visitar a Cipriano, que le quedaba a cuatro horas a caballo, quien estaba exiliado en Cúcuta, temiendo por su vida.

                Salió Crespo y entró Ignacio Andrade a la Presidencia, y Cipriano ahora dijo que Andrade era más de lo mismo, por lo que siguió con sus planes de invadir a Venezuela desde Cúcuta, hasta que un buen día encontró la oportunidad y comenzó esa aventura desde Colombia con un ejército de ochenta hombres, a los que se le fueron anexando otros en el camino, entre ellos mi abuelo, con un batallón de trescientos hombres que había logrado formar en Santa Ana. Se reunieron en Capacho Nuevo, que ahora se llamaba Independencia, y siguieron para Caracas.

                Mi abuela, estoica, se quedó viendo para el cielo, pues su marido le pasó por sus narices a vuelo de pájaro pues tenía que seguir volando con Cipriano para Rubio, de allí para Tononó, y de allí seguir y seguir. Ya tenía tres años que no lo veía, que fue el tiempo que él estuvo camuflado en Santa Ana.

                Cipriano llegó triunfante a Caracas y tomó el poder. Formó su gabinete y a mi abuelo lo nombró gobernador de Vargas. Mientras tanto, mi abuela María seguía haciendo su vida en Capacho. No había nevera, ni colchones, ni acueducto en esa época. Viviendo de la platica que daba la Finca, que había quedado en manos de su hijo mayor, quien la adoraba a ella, y además le daba, por órdenes de mi abuelo, todo lo que producía la venta de los novillos y que él se quedara con lo que producía la venta de queso y leche.

                Con el tiempo los hijos se le fueron yendo para Caracas. Era la ciudad para donde todo el mundo se quería ir. Terminó quedándose con su maraco, su hijo menor, mi papá, de apenas cinco años. Y con su hijo mayor, mi tío Elías, pero este lo que hacía era solamente irla a visitar al pueblo, porque le encantaba la Finca y estaba sembrado en ella.

                Un buen día mi abuelo le vendió su parte de la Finca a su hermano, y le dijo a mi abuela que se fuera para La Guaira con mi papá, y que mi papá le llevara la mochila de dinero que le pagó su hermano por la venta de su parte en la Finca.

                Los dos solitos, ya mi papá de catorce años, se fueron a San Cristóbal en una carreta. De allí siguieron a Michelena. Allí contrataron unas mulas y siguieron en mula hasta Uracá, donde se tomaba el tren, el luego denominado Gran Ferrocarril del Táchira, que los llevaría a Encontrados, un puerto fluvial a orillas del río Catatumbo, luego de pasar primero por cinco poblados, cuales eran Orope, Las Cabullas, La Perra, Laureles, Valderramas y Gallinazo, uno más lejos que el otro.

                Mi abuela cargaba encima a su primera nieta, que se la dieron en San Cristóbal porque eran malos tiempos y mi tía Carlota no la podía criar.

                En Encontrados tomaron un barco, de esos que tenían en la parte trasera una rueda gigantesca, que era lo que lo impulsaba. Ese barco atravesó el río Catatumbo en esa zona en la que no paraba de llover ni de tronar, y luego de siete horas de viaje llegaron a Encontrados. Otra noche que alcanzaba solo para dormir y levantarse, porque temprano en la mañana tenían que seguir el viaje a través del lago de Maracaibo, un viaje de doce horas, que los iba a llevar a la ciudad de Maracaibo. Llegaron a Maracaibo y durmieron en una posada cercana al muelle, y de allí se fueron a tomar el nuevo barco que hacía travesías para Willemstad, la capital de Curazao, y seguía a La Guaira. Este ya era un vapor y tenía dos chimeneas. Lo malo que tenía era que lo que había era un solo espacio para dormir, en el nivel bajo que le seguía a la cubierta, el cual estaba lleno de literas, con dos salones, uno para mujeres y niños menores de doce años, y otro para hombres. Papá dejó a mi abuela en el salón de mujeres y se tuvo que ir para el de hombres a acostarse en la parte de arriba de una de las literas, que fue donde le tocó.

                En nueve horas llegaron a Curazao, donde tuvieron que pasar una noche más, pero dentro del barco, porque lo que hizo fue fondear sin dar salida a los pasajeros que iban a La Guaira, quienes pernoctaron en sus mismas literas.

                Amaneció y salieron para La Guaira. Se pasaron el día viajando hasta que en la tarde, ya para hacerse de noche, llegaron y el barco ancló en la rada de La Guaira, y allí se quedaron una vez más a dormir en las literas, ya acostumbrados a los olores de los sudores y al aire caliente que soplaban los ventiladores que estaban en el techo.

                A la mañana siguiente el barco tocó muelle. Finalmente mi abuela, su nieta, que estaba de brazos, y mi papá, llegaron a La Guaira y ahí mismo a la casa que mi abuelo tenía en esa ciudad.

                Mi papá no importaba, porque era muy joven todavía, pero mi abuela ya tenía cuarenta y tres años, y era la primera vez que veía el mar. Y la primera vez que se montaba en un tren, y la primera vez que se montaba en un barco. Y era la primera vez que iba a ver a mi abuelo después de catorce años, la edad de mi papá, que fue cuando la dejó parida en Capacho y se fue a esconder en Santa Ana.

                Eso fue un amor de responsabilidad extrema lo de mi abuelo con ella. Para colmos, mi abuelo no estaba en La Guaira cuando ella llegó porque ya lo habían cambiado a Margarita, donde Juan Vicente Gómez, ahora el Presidente, lo mandó como Comandante de armas de la Isla. Mi abuelo lo que hacía era visitarla cuando venía a La Guaira de paso para seguir a Caracas a sus reuniones de trabajo, pero le dejaba buen dinero.

                Mi abuela se afilió poco a poco a su nueva vida. Se tomó a su hija Leticia como su guía de la ciudad, y con la buena plata que mi abuelo dejaba, tía Leticia le compraba la ropa que estaba de moda y la llevaba a los mejores restaurantes de La Guaira.

                Mi abuelo, desde allá en Margarita le compró una casa en Caracas, inmensa, que estaba de Alcabala del Valle a Las Peláez, a una cuadra del puente Restauración y al frente de un balneario en el río Guaire, de los más concurridos.

                Mi abuela subió en tren a Caracas y se mudó para esa casa con mi prima la niña Elba, mi tía Leticia y mi papá, pues los otros hijos ya se habían casado y habían empezado a hacer sus vidas.

                De esa época en Caracas es esta foto que acompaño con este relato. Se trata de mi nona en una foto de estudio, en Caracas, un estudio que no pude saber su nombre ni su ubicación, pero es de notar la vestimenta que lleva: una blusa con mangas recortadas al antebrazo y con pechera abotonada, una falda recta hasta la cadera y abotonada abajo, al estilo trotteur, que apenas tocaba el suelo, y el outfit imprescindible: su cartera de mano. Esta afiliación a la moda francesa la aprendió en La Guaira, por donde pasaban todas las novedades antes de subir a Caracas.

                Estaba afiliada ya a la vida citadina y a las costumbres de la época. La demostración es esta fotografía, totalmente a la belle epoque, que era lo que estaba en boga por esos tiempos.

                Ella, después de cuarenta y tres años sumida en Capacho, después de haber criado a siete hijos con una inmensa montaña al frente, rodeada de gente a caballo, durmiendo en estera, porque no existían los colchones, comiendo caliente o tibio todo el tiempo, pues tampoco existían todavía las neveras en Venezuela, y tomando agua de río, que se la dejaban en tinajas traídas en burro hasta la puerta de su casa, se apresuró a comenzar a vivir en la gran ciudad y meterse en lo actual de la ciudad, donde ya no se usaban las enaguas ni el corsé, donde hizo amigas rápidamente, con las que jugaba a las cartas, con su monedero siempre con plata gracias a la esplendidez de su marido, quien nunca la descuidó a pesar de esa vida de matrimonio tan particular en la que ella nunca quiso ir a vivir con él a San Fernando, donde mi abuelo terminó llegando, cuando renunció al uniforme militar para dedicarse a la ganadería. Prefirió esperarlo en Caracas, pues mi abuelo ya le estaba entregando el Hato a su hijo mayor para venirse definitivamente a vivir la plenitud de su tercera edad por fin con su esposa al lado, en la gran Ciudad, pero lo sorprendió la muerte antes de tiempo.

Fotografía: María de la Paz Colmenares Parra, viuda de Moros. Fotografía de estudio, propiedad de mi mamá, quien heredó el portafolio de las pocas fotografías que dejó papá.




jueves, 29 de agosto de 2024

Una solución vergonzosa


Una solución vergonzosa

"Un buen inspector debe tener valentía para sostener los principios".
Ing. Antonio Julio de Guruceaga, Primeras Jornadas Venezolanas sobre Inspección de Obras.-

          En pleno centro de la ciudad de Caracas, en la arteria vial más transitada, y donde se desarrollan las mayores velocidades, permitidas y no permitidas, tenemos uno de los errores viales más notorios y significativos de nuestra ciudad capital. Se trata del ramal que sirve de enlace a la avenida Bolívar con la autopista Francisco Fajardo, hoy denominada Cacique Guaicaipuro, sentido oeste - este. Cabe destacar que con la avenida Bolívar hay un empalme previo que viene de la avenida Lecuna, el cual es de dos canales, que con los tres que trae la avenida Bolívar, suman cinco los canales que contienen a los vehículos que vienen del oeste a incorporarse desde este punto a la autopista Cacique Guaicaipuro, y para ello cuentan solamente con un trayecto que apenas rebasa los ciento cincuenta metros, lo cual está muy por debajo de lo que especifica la norma tomando en cuenta el tráfico en la zona y la velocidad máxima.

           Pero lo más sorprendente es que en este corto trayecto, los cinco canales de circulación mencionados se convierten en dos, lo cual convierte a este tramo en el error vial más grave que tiene la Ciudad.

          Sabemos de la controversia que se presentó con las autoridades de la Universidad Central de Venezuela (UCV) en la oportunidad de la construcción de este ramal, ocasión en la que sus autoridades no permitieron bajo ningún concepto que se tomara parte de los terrenos del Jardín Botánico para el desarrollo vial diseñado. Como se ve, se prefirió transgredir la norma de proyectos viales antes que expropiar los terrenos necesarios, los cuales forman parte del Jardín Botánico. De allí que estemos cargando con este adefesio vial desde hace más de veinte años.

          Hacia el sur y hacia el oeste del Jardín Botánico hay suficientes terrenos los cuales hubiesen permitido una compensación: tratamiento de la tierra y mudanza de las especies a proteger. Y hacia el norte, al atravesar la autopista Cacique Guaicaipuro, está el parque Los Caobos, con tanta fachada hacia la autopista como la que tiene el Jardín Botánico. La necesaria corrección del adefesio vial es una buena oportunidad para integrar el Parque Los Caobos al Jardín Botánico y corregir el empalme de marras para llevarlo a la perfección, como diseño vial, una integración y un reacomodo que enaltecerán a todo el sector y que disfrutaremos y agradeceremos los habitantes de nuestra privilegiada ciudad capital.


martes, 30 de julio de 2024

En el camino aprendí


EN EL CAMINO APRENDÍ
"Es finita la vida, y hay que vivirla amando, / reir desde la aurora, soñar en el ocaso". Dhiaga Cosaint.-

          Tuve la suerte de conocer, hace un tiempo ya, a una persona realmente especial, de esas a las que el alma se les sale con frecuencia, de esas que tienen la cualidad de poder transmitir fluidamente lo que les late en el alma, lo que les dicta su sentir. Me refiero a la poetisa Elizabeth Córdova, cuyo nombre artístico es Dhiaga Cosaint, una mujer de lucha, criada en una familia unida, entre hermanos, cultivada allí, en ese ambiente de amor, de unión, de fieles sentimientos, y que nació con una marcada tendencia a expresar, elocuentemente y con gran calidad, esos sentimientos, pero de manera universal, para el mundo entero, y lo hace gentilmente, de manera sencilla, popular, sin sofismas ni plagada de metáforas. Poemas especiales, humanos, inteligentes, que hasta significan una lección de vida.

          Dhiaga tiene una colección de más de seiscientos poemas, y dos libros. Uno publicado y el otro en el camino. Sus producciones son muy conocidas en otros países, donde es admirada y querida, y bienvenida, porque en varias oportunidades ha sido huésped de honor en ellos, invitada por grupos de admiradores y cultivadores de la buena y bella poesía.

          Traigo acá una pequeña muestra de esa hermosa producción, para que la disfruten en algún momento de paz y serenidad, de manera de permitirle al alma a acompañar, más que a palabras o estrofas, a estas expresiones almáticas, colocadas fluidamente por Dhiaga en un papel, y luego sacadas al aire para el deleite del espíritu de todos, y que nos dan, de soslayo, lecciones de vida; y que nos informan, de paso, que no estamos solos en este mundo tan rápido, tan cambiante, donde los sentimientos cada día son más relegados.

EN EL CAMINO APRENDÍ

En el camino aprendí
que todo momento pasa y que la vida prosigue,
que el tiempo nunca se cansa y el ayer siempre se extingue.

Que ser niños es un juego y jóvenes primavera
y que ambos se fusionan cuando la vejez nos llega.

Que la pasión nos domina y el miedo nos paraliza,
que la costumbre es rutina y todo apego esclaviza.

En el camino aprendí
que la gente a veces cambia cuando el poder les convida,
y aunque el dinero hace falta, jamás nos sana una herida.

Que el valor es fortaleza y ser sumisos nos mata,
que la verdad nos libera y la mentira nos ata.

Que la sapiencia enamora, que nuestra mente hace magia
que el trabajo no deshonra y todo adiós es nostalgia.

En el camino aprendí
que la juventud no cesa cuando la vejez nos alcanza,
que la escuela nos instruye, pero se aprende en la casa.

Que los sueños se persiguen, pero la paz se construye,
que la libertad se exige y la soberbia destruye.

Que el perdón es una cura que nos sana lentamente,
y el rencor es un tormento que nos perturba la mente.

Aprendí en mi caminar
que los hijos no son nuestros sino gaviotas del mar
y cuando crecen sus alas, alzan el vuelo y se van.

Que un amigo es un tesoro que debemos valorar,
y la familia es el templo donde aprendemos a amar.

Que el mañana es muy incierto, que la humildad engalana,
que la muerte es gran certeza, y es la vida enseñanza.
que Dios es fuente de Fe y el amor es esperanza.


miércoles, 19 de junio de 2024

Fallar por la base

Caso de asentamiento de monopilote en una casa.
La estructura no ha fallado, pero la columna está cayendo en vertical,
lo cual lo evidencian las corridas del friso a lo largo
de las juntas con otros elementos estructurales, y la mampostería.

FALLAR POR LA BASE 
"Árbol que nace torcido, nunca su tronco endereza". Refranero popular.-               

                Toda falla estructural, en condiciones normales, en una edificación de columnas y vigas de concreto armado, tiende a ser de lento crecimiento, pero tiene la virtud de anunciarlo, en unas edificaciones mejor que en otras. Claro que las estructuras sometidas a movimientos extremos horizontales, que es el caso de los movimientos sísmicos, ofrecen otro tipo de respuesta, pero es otro caso. Por ejemplo, aquellas edificaciones cuyas estructuras (columnas y vigas) están frisadas, tienden a avisar más rápido de que no pueden más, bien sea por suelos degradados o por infraestructuras inadecuadas. Suelen avisar más rápido que las hechas con acabados en obra limpia, bien sea martillada o lijada, por una razón muy sencilla, y es que el concreto armado es más elástico que el friso de acabado.

                El friso de acabado solamente se defiende bien en micro elasticidades, como las producidas por los cambios de temperatura en el medio ambiente, pero las plasticidades, es decir, aquellos movimientos que no vuelven a su lugar de origen, o se regresan a medias, siempre son detectados por los acabados frisados.

                En Caracas nuestra capital tenemos muchos ejemplos de micro elasticidades y micro plasticidades, de las cuales, gracias a los frisos, algunas se han podido atender a buen momento y se han salvado las edificaciones. 

                Hay un centro comercial en nuestra ciudad, muy popular, que presentó indicios de fallas de infraestructura muy elocuentes, con fisuras y grietas formadas prácticamente a todo lo ancho y largo de las placas de los entrepisos que permitieron actuar con la premura necesaria, tanto es así que hubo tiempo de hacer una rigurosa visión de la situación, y una inmediata conceptualización. Hoy en día el funcionamiento del aspecto estructural  de esa edificación responde perfectamente a los movimientos y a las cargas que recibe. Fue una realidad percatada a tiempo, por lo que fue también una recuperación hecha a tiempo.

                He visto muy de cerca casos de edificios altos, privados, donde hay movimientos diferenciales porque uno o dos pilotes fueron fallando paulatinamente hasta que comenzaron a aparecer los indicios en los frisos de las fachadas y de los interiores de los apartamentos, los cuales cada vez se hacían más elocuentes. En algunas de estas situaciones me ha tocado servir de práctico en el lado de los demandantes, y siempre se trata que se deben a problemas de infraestructura, los cuales suceden mayoritariamente por fallas en el suelo portante debido a falta de un estudio geológico, así sea superficial, a un deficiente estudio de suelos, o se deben a fallas de construcción, o a fallas de proyecto, en cuanto a la escogencia del tipo de infraestructura, de sus dimensiones, y otros parámetros.

                En los edificios, estas deficiencias pueden hacer al edificio inhabitable, dado lo dificultoso que es reparar una falla de infraestructura, que la mayoría de las veces la única solución posible es parar el hundimiento del pilote, o de los pilotes, según sea lo que exista allí, en base al enriquecimiento de la calidad del suelo, para lo cual hay varios métodos, todos costosos, unos más que otros. Pero de allí a recuperar la posición inicial de la estructura, es decir, hacer la alzada del pilote a su posición inicial con la consecuente vuelta de la superestructura a su posición inicial, no he tenido la suerte de haberlo visto en mi vida profesional, pero sí he sabido de algunos casos, como el de la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México, donde el tiempo que se llevó, y el despliegue de recursos técnicos y económicos que se llevó ese magno procedimiento fueron extraordinarios.

                En Venezuela he visto situaciones de fallas de infraestructuras muy de cerca, incluso actualmente, que tengo un caso típico, como se puede ver en la fotografía, con un monopilote. Incluso, en mi trayectoria profesional, he vivido casos donde los propietarios han demandado a las empresas promotoras por situaciones de hundimiento de pilotes con las lamentables consecuencias que se produjeron en sus apartamentos, situación la cual ha puesto en verdaderos aprietos a la empresa promotora, quienes a su vez demandan a la empresa constructora, quienes a su vez hacen lo mismo con el inspector contratado, o con la empresa de proyectos, y ésta con la empresa de los estudios preliminares, en fin, que la tragedia se vuelve una verdadera calamidad, en la cual los propietarios de las casas y los apartamentos no tienen nada que ver, pero son los que sufren más las consecuencias porque al final pierden sus propiedades por lo inhabitables que se tornan.

                La recomendación entonces es que, al adquirir inmuebles, se cercioren de la calidad de la promotora. Averiguarle el currículo a la constructora no está demás, y tampoco está demás que la promotora le emita a cada comprador una póliza de seguro contra fallas estructurales del edificio. Inclusive cerciorarse de que la póliza sea confiable. Yo la sometería a auditoria por empresa competente para certificar su idoneidad. 

                Pareciera que es exagerado lo que acabo de decir, pero se trata de una importante inversión que se tornaría difícil de recuperar, o se tornaría irrecuperable. Y si ya no existe la empresa promotora, o la constructora, como sucede con mucha frecuencia, lo único que quedaría por hacer es lamentarse.


lunes, 17 de junio de 2024

Contigo en la distancia

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CONTIGO EN LA DISTANCIA
"¿Dónde está la memoria de los días que fueron tuyos en La Tierra, y tejieron dicha y dolor, y fueron para ti el universo?". Jorge Luis Borges.-

            No sé a ciencia cierta de qué año es esta foto, pero allí papá luce como un joven de unos dieciocho años. Está con los primeros amigos que hizo en Caracas: Gilberto Martínez y Jacinto Nouel. Él se vino a Caracas desde Capacho de trece años, con mi abuela, una sobrina recién nacida y una mochila de monedas que le mandaba a mi abuelo su hermano, producto de que le había comprado su parte en la finca de la que vivían en la depresión del Táchira. Papá vino comandando ese "batallón" por el ferrocarril del Táchira hasta Encontrados, y de allí para La Guaira en un barco. Estaban dejando al Táchira para siempre.
        Llegaron a La Guaira a una casa que tenía mi abuelo alquilada, y mi papá, quien era el menor, entregó, a sus hermanos, a mi abuela, a mi primita, y a la mochila de real.
        Mi abuelo no estaba allí. Estaba en Margarita. Era Comandante de Armas de esa Isla, donde lo puso Gómez al llegar al poder, pero todavía tenía la casa de La Guaira porque anteriormente era Presidente del Estado Vargas, y al llegar Gómez a la presidencia del país, lo sacó de allí y lo mandó a Margarita.
        Mi papá duró en La Guaira unos cuatro años, porque se mudaron para Caracas a una casa que había comprado mi abuelo, de Alcabala del Valle a Hermanas Peláez (hoy de Alcabala a Peláez), para mi abuela, quien después de tener seis hijos en Capacho (el último fue papá), fue que vino a conocer el mar, y a Caracas, al igual que mi papá. Se deben haber quedado absortos con ese viaje en un barco, y al ver el mar.
        Papá había sacado la primaria en una escuela de San Cristóbal, donde estuvo en una casa que le prestó a mi abuela un hermano de ella, pues ese señor se había venido a Caracas a un cargo importante que le había dado Cipriano Castro. En esa escuela conoció a Isaías Medina, luego presidente de la República. Eran dos niñitos. Luego en La Guaira comenzó el bachillerato.
        Ya en la casa de Caracas, conoció a Jacinto Nouel (sentado en la foto), su primer amigo en la ciudad, quien estaba enamorado de mi tía Leticia y le hacía la corte. Mi papá estaba terminando de sacar el bachillerato, donde conoció a Gilberto Martínez, amigo de toda su vida, el otro que está en la foto; y conoció a la que luego sería su primera esposa, María Adrián. Mi papá, el que está parado del lado derecho de la foto, se graduó luego de bachiller y decidió estudiar dentistería por insistencia de su amigo Jacinto, el novio de mi tía, y Gilberto se fue con él. Jacinto, unos años mayor que papá, ya estaba adelantado en la carrera, y Gilberto y papá estaban comenzando su estudio en la Universidad Central de Venezuela, que funcionaba en lo que hoy en día es el Palacio de las Academias.
        A la larga Jacinto, no sé cómo hizo, se convirtió en dentista del presidente Gómez, y Gilberto y papá montaron un consultorio de Miguelacho a Misericordia. Mi abuelo había dejado la milicia y se había ido al estado Apure a criar ganado, que era lo que le gustaba y hacía en Capacho. Ni papá ni mi abuela lo volvieron a ver más nunca.
        Finalmente se casó mi tía con Jacinto, y al tiempito se murió mi abuelo en Apure. Mi papá se acababa de casar con María y se la llevó a vivir con él a la casa de mi abuela. Al tiempo, a papá lo nombraron secretario de gobierno en el estado Sucre, ya con Gómez en el poder, y se llevó a mi abuela. María no soportó la vida sin papá y se fue a vivir con sus padres de ella. Al tiempito papá dejó el cargo de Sucre porque habían matado al gobernador y se regresó a Caracas, se reconcilió con María y tuvieron otro hijo, una niña.
A papá se le murió María, quien lo dejó con esos tres hijos, ya unos jóvenes. Isaías Medina llegó a la presidencia y lo nombró Director General de Bienes Nacionales. Tengo esa gaceta por allí guardada. Ya viudo, se le murió su mamá, mi abuela, que la tenía viviendo en una casita que hacía esquina frente a la iglesia de San José, no San José del Ávila, sino San José, y la cuidaba su hija mayor. Conoció a mamá por esos días porque esta hija era amiga de ella en la Juventud Católica Femenina que funcionaba también en San José. Papá quedó encantado y empezó a hacerle la corte hasta que se casaron, como a los dos años de haberse conocido.
Enseguida comenzó la paridera, típica de esa época, que las mujeres vivían para parir, cuidar al marido y atender la casa.

El hato que era de mi abuelo en Apure lo cuidaba ahora su hijo mayor, quien murió al año de casarse papá y mamá. A mi papá se lo comió la idea de administrar él mismo el Hato, y empezó a viajar a Apure, unas veces en avión, y la mayoría de las veces en carro.
Mamá pasó todos los cinco años de su matrimonio viviendo esas angustias. Digo todos los cinco años porque papá murió en esa refriega, empeñado en poner a producir al Hato para dejar a mi mamá bien acomodada, y no lo pudo hacer. Para ese momento mamá ya había concebido cinco hijos, uno por año de matrimonio, y parido cuatro, pues el último lo tenía todavía en el vientre, a punto de nacer.
Papá vivió 55 años. Yo tenía apenas dos años cuando se fue. No lo recuerdo, aunque quizás sí me vengan a la mente uno que otro capítulo, muy difusos, pero le agradezco haberme dado la vida, y sus buenas intenciones con mamá.
Bueno papá: para el comercio, hoy es el día del padre, pero para mí, es otra oportunidad para compartir contigo en la distancia. Como todos los años en este día, me jacto de ti. Hoy te regalo mi imaginación, y esta foto, que la coloreé pacientemente, imaginándote. Así que, papá, pasa un feliz día, y me alegra que ya estés compartiendo con mamá por esos lares, una bella persona, muy enamorada de ti siempre, quien te guardó luto por mucho tiempo, nunca se volvió a casar, y nunca se quitó el apellido Moros.
Besos y abrazos en la distancia.

Todas las r

domingo, 9 de junio de 2024

Carare



CARARE
“En las noches claras, resuelvo el problema de la soledad del ser. Invito a la luna y con mi sombra somos tres.” Gloria Fuertes.

          Esta fotografía se ha puesto muy de moda últimamente. La he visto en Facebook, en Instagram, y también en TikTok, y la traen a colación por diferentes motivos, entre ellos, los bultos de colegio que se usaban, y el hecho de que un kindergarten sirviera también como sellado del 5 y 6.

          Yo la conservo porque la recorté de un periódico, hace ya varios años, pero la refiero porque el niño que viene después del que está en el umbral de la puerta, soy yo, de cuando vivíamos mi mamá y sus hijos en la urbanización Delgado Chalbaud, conocida normalmente como Coche. La Escuela se llamaba Rafael Rangel, y ese señor que está atendiendo la salida de los niños es su dueño, el profesor Padilla, quien era muy considerado con mi mamá con el asunto del pago de las cuotas, que siempre estaban atrasadas.

          Allí estuve hasta segundo grado. Me sacaron de esa Escuela porque mamá encontró una oportunidad en el colegio San Agustín de Los Jardines del Valle, que era un colegio católico, su ambición. 

          Salí de la escuela Rafael Rangel con segundo grado aprobado, una promovida galanteada por una nota que aparecía en mi Libreta de Control Escolar que decía: “Definitiva: Excelente”, firmada por Conchita Osío de Bello, mi primera maestra, quien, cuando yo estaba en kinder, las notas que colocaba mensualmente en mi boleta eran radicalmente diferentes, pues siempre hablaban de que mi comportamiento era terrible. La verdad es que no recuerdo a qué se debía ese comportamiento. Lo que sí sé es que a los dos años de estar yo allí, entraron en la Escuela mis dos hermanitos, y, según me contaba mi mamá, desde allí en adelante comencé a ser otra persona.

         Pero en realidad, al ver la foto, me acordé fue de la novia del profesor Padilla, a la que conocí en la casa de él, y era una mujer muy bonita.

         Resulta que el profesor Padilla era soltero, y vivía en uno de los bloques de Coche. Una vez le dio neumonía y recuerdo que mi mamá, siempre atenta con nuestros profesores toda la vida, nos llevó a los hijos para hacerle una visita comenzando la noche. Lo encontramos postrado en su cama, con la ventana abierta y el resplandor de la Luna encima. Estaba pálido como una hoja seca y con la cobija tapándole hasta el cuello.

        Recuerdo esta experiencia como todas las primeras que nos suceden a esas edades tempranas. Allí estaba con él una mujer, más o menos como de la edad de mamá, de cabello negro azabache, bonita, a quien se le notaban dos colores de piel en las manos, en los brazos y en el cuello, como si fuesen charquitos de leche en un delta. Yo quedé impresionado, porque era la primera vez que veía a una persona con la piel de esa manera.

        Todo me pareció muy triste. Solamente al ver al Profesor en ese estado y a la señora con esa piel, me supuse un cuadro de una situación de mutuo auxilio, donde ella lo cuidaba a él y él la protegía a ella, y eso me hizo sentir mejor. La revolución que sucedió en mi mente en ese momento es absolutamente cierta porque así la recuerdo hoy en día. 

         Al regresarnos a nuestra casa, y ante mis preguntas, mamá me explicó lo que le pasaba a esta señora, la novia del Profesor Padilla. Así me informé de las causas del panorama, aprendí algo nuevo, y confirmé con mi mamá la impresión que me había llevado. 

 

lunes, 29 de abril de 2024

Nadie me quita lo bailao


 NADIE ME QUITA LO BAILAO

"Esa hermosa época que se nos presenta en una etapa de nuestras vidas, que hay que saber cómo entrarle y cómo aprovecharla, pero también cómo salirse". Espartaco Santoni

          Para hacerle honor a este blog en cuanto a lo vivido, en este post voy a recordar algunas visitas a locales de comida gourmet de calidad y a locales de diversión en la vida nocturna, a los que en algún momento tuve la suerte de ir, donde me sucedieron algunas particularidades que me ayudan a hacerlos inolvidables.

          Seguramente una buena cantidad de mis contemporáneos recordarán algunos de estos sitios, Muchos de estos locales y sus personajes, entre ellos sus dueños, o artistas, o personas en ellos conocidas, y otras que por diferentes motivos se me cruzaron durante esos menesteres, dejaron, por alguna razón, huella imborrable en mi persona.

         En La Castellana, a media cuadra de la plaza, funcionaba la discoteca Víctor's, que recuerdo que era de Víctor Salicetti, a quien conocía pues sus hijos Harry y Orson estudiaron conmigo en un internado que quedaba en Los Teques. Con el paso de los años ese señor fundó una discoteca en La Castellana y cuando lo supe me fui a curiosear. Primera vez en mi vida que iba a una discoteca. Fue un reencuentro de mucha alegría. Le pregunté por Orson y me contó que lo ayudaba en la administración hasta que emigró a Nueva York, y hoy en día es un especialista reconocido en la escena de la coctelería y dueño de un restaurant en Miami, y por allá se quedó. Una grata noticia pero fui esa única vez a la discoteca Victor's.

         También a un señor llamado Héctor, del Restaurant Héctor's, que quedaba en la Av. Casanova. Este señor no recibía al hombre como recibía a las damas cuando uno llegaba a la mesa. Nos daba a ambos, eso sí, un apretón de manos, pero a ella le obsequiaba una rosa roja, y luego, en su idioma francés, le recitaba el menú a ella, de memoria. Después venían sus amables aclaratorias en español. Un personaje inolvidable.

         Héctor también montó un Héctor’s en Parque Central, al cual visité a pocos días de su inauguración, pues yo tenía mis oficinas en ese Complejo, el cual tenía de todo, y de calidad: desde viviendas y oficinas hasta comercios, restaurantes, bares, cine. Hasta un gran museo de arte contemporáneo tenía. Este Héctors de Parque Central no duró mucho por el pequeño detalle de que él iba mucho más era al de la avenida Casanova.

         En Parque Central también estaba el Restaurant El Parque, donde se concentraron los ojos de sibaritas caraqueños. Allí se hicieron famosas Floria Márquez y Nancy toro, insignes cantantes venezolanas. Era un lugar de gran calidad en las comidas y en la atención, y en el ambiente. Tanto así que provocaba quedarse toda la tarde después de almorzar. Qué de recuerdos en el restaurant El Parque.

         Otro lugar espectacular para bailar y cenar era El Sarao, localizado en Bello Campo. Allí conocí a Armando Biart, quien cantaba para los visitantes, pero él lo hacía como una especie de cortesía pues realmente él era el administrador de ese local. Fui a El Sarao con inversionistas de un proyecto de edificios que yo atendía como ingeniero, de los cuales uno era socio allí. Este señor me invitó esa noche, junto con otros ejecutivos de su empresa, y me presentó a Armando. Allí conversamos un rato. Fue cuando supe que se había iniciado en El Club del Clan, pasando luego por varios grupos musicales hasta que lo entusiasmaron para que administrara El Sarao.

          De allí en adelante mantuvimos una buena amistad, dada su relación con los dueños de la empresa donde yo trabajaba, por donde lo vi pasearse varias veces y compartimos en varias oportunidades, entre ellas una ida a la Isla de Margarita, donde fuimos a ver unos terrenos y nos alojamos en el Hotel Bella Vista.

          Qué me iba a imaginar yo que aquel Armando, persona amable, galán, dicharachero, buen cantante de voz recia y potente, y a quien perdí de vista, había cruzado de nuevo el mar hacia la bella Isla de Margarita, pero esta vez fue para quedarse por allá y desde allá volar a la eternidad.

          Hubo una época en la que canté boleros en Mi Vaca y Yo con el trío Los Henry. Este lugar era de Henri Charriére, el francés que escapó de la Isla del Diablo, de la Guayana Francesa. Este restaurant quedaba en la carretera vieja de Baruta y tenía el atractivo de una vaca amarrada en la entrada, con una campana guindando del cuello, a la que paseaban por dentro del restaurant a la media noche. Fue la primera inversión de Charriére en Caracas. Yo vine a conocer a Charriére muchos años después en Le Garaje, un bar acogedor que quedaba en Chacaíto, y allí le perdí la pista porque una vez fui con su libro en mi mano para que me lo firmara, pero ya había vendido el local.

          Una discoteca espectacular era La Lechuga, ubicada en el centro comercial Los Cedros, de la avenida Libertador, la cual tenía un portero argentino que era estricto para dejar entrar. Allí fui una vez con Carmen Victoria Pérez, actriz, animadora y locutora venezolana, unos años mayor que yo, pero era tan atractiva que no me le negué cuando me invitó a salir a bailar, luego de la segunda vez de tomarnos un café en la panadería de la esquina de nuestras casas, pues éramos vecinos. Nos fuimos a La Lechuga en su Camaro amarillo. La Lechuga era un lugar de vanguardia. Para sentarse había como una especie de gradas forradas de una tela azul brillante, gradas que estaban ubicadas alrededor de la pista de baile, toda una novedad. La música era muy variada y la mejor de la época.

          En el centro comercial Chacaíto estaba la discoteca Eva, de grata recordación. Su dueño era el amable español Miguel Ángel Martínez, quien recibía a los clientes personalmente en la puerta del local, dando la mano y una palmada en el hombro. En ese local conocí a Hilda Carrero, en circunstancias muy particulares, con quien luego tuve una corta amistad y un pequeño flirt, pues terminó casándose con el portugués Juan Fernandes, quien era el dueño de la discoteca City Hall del centro comercial Ciudad Tamanaco (CCCT). Casualmente yo tenía una oficina de proyectos en el CCCT y allí se presentaron Hilda y él a solicitar que les hiciéramos una casa en un terreno que tenían en Prados del Este. Yo no estaba en ese momento, pero luego de la noticia de mis socios, fuimos al terreno el maestro de obras y yo para conocerlo, y para mi sorpresa allí estaba Hilda con su esposo. Nos saludamos con mucho cariño, y luego, en las conversaciones con mis socios, se mostró muy entusiasmada con la idea de que les hiciéramos la casa.

          En el mismo Centro Comercial Chacaíto quedaba el L'Club, del Catire Fonseca, donde tuve oportunidad de ir unas tres veces con unas amigas colegas del hoy extinto INAVI, y una de ellas era amiga de Oscar Bertil, quien era uno de los dueños de ese local y tenía negocios en la construcción. Bertil nos regaló a cada uno un pase al L'Club, creo que por tres meses. A ese local solo fui un par de veces más. Allí me topé con Miguel Ángel Martínez nuevamente, quien me saludó, a pesar de que apenas habíamos cruzado palabra en su local, y me presentó a María Antonieta Cámpoli, ya arquitecta, y a su esposo, y a Mirla Castellanos, esposa de Miguel Ángel, con quien ya tenía varios años de casado. Era un lugar muy acogedor donde asistía gente muy agradable.

          En La Castellana hay que hablar del Sunset, donde cantaba Mateo, de buen repertorio, y enfrente estaba el Number Two con la música de Julio Profeta, quien permitía que gente del público cantara. Allí canté por primera vez en un piano bar, azuzado por el grupo con el que estaba, y luego de cantar se me acercó un señor a la mesa para ofrecerme contrato para que cantara allí todos los viernes, lo cual me sorprendió y por eso mismo, de entrada no acepté. pues, aunque me gusta cantar, siempre lo he hecho como un hobby y nunca he tenido infraestructura como la tienen quienes están en eso, y yo tenía mis compromisos en el mundo de la construcción.

          Frente a la autopista del Este, calle de por medio, en Bello Monte, funcionaba La Peña Tanguera, Este local trajo una vez a un cantante de tangos argentino que se llamaba Rubén Juárez, de muy buena presencia y además buen ejecutante del bandoneón. Luego de oirlo cantar, me gustó tanto su estilo, su voz, sus canciones, que me aprendí las canciones que promocionaba en esa época, que era la de sus inicios. Me puse a buscarlo por Internet y logré su correo electrónico, al que le escribí con la suerte de que me contestó con mucha amabilidad. A la larga hice amistad con él, y en Buenos Aires lo fui a visitar a su dancing, el Café Homero, donde cantaba el que quisiera, y él no cantaba. Allí canté el único tango que me sé bien de memoria pero que no es de él, y dos de él, que me los sabía todos de memoria: Una piba como vos y Canilla. Fue una noche inolvidable. Don Rubén era muy receptivo y me presentaba como su amigo venezolano.

           No quiero hacerlo más largo, pero podría seguir recordando hermosos capítulos de esa hermosa época que se nos presenta en una etapa de nuestras vidas, y que hay que saber cómo entrarle, cómo aprovecharla, y cómo salirse, como decía Espartaco Santoni. Si lo hacemos sin excesos, nos puede durar mucho, y así, muchos serán nuestros gratos recuerdos, y podremos decir: "nadie me quita lo bailao".

viernes, 22 de marzo de 2024

La esquina de La Torre

Esquina "La Torre", Caracas

LA ESQUINA DE LA TORRE. 
Un corazón que nunca muere.
Exclusivo para "La Caracas que nunca muere"

          La esquina de La Torre es una de las cuatro esquinas que hacen vértices a la plaza Bolívar de Caracas, antiguamente Plaza de Armas, y luego Plaza mayor, en tiempos de la colonia. Es la esquina noreste de la Plaza. Se llama así en alusión a la torre de la catedral de la Ciudad, la cual se encuentra allí ubicada.

          El nombre de “La Torre” apareció por primera vez, junto con los primeros nombres de las esquinas de la ciudad, en un plano del año de 1856, reproducido posteriormente por una imprenta llamada Imprenta Republicana de Federico Madriz.

          En esta esquina comienzan las calles del casco central de la Ciudad, las cuales dan origen al damero fundacional, creado en la época del presidente Guzmán Blanco, quien contrató a Cesáreo Suárez y a Don Arístides Rojas para crear un orden en este sentido, y estos dos personajes decidieron que la ciudad de entonces sería dividida por una gran cruz con inicio en la esquina de La Torre, la cual sería el centro de los dos ejes de esa cruz y en ese centro comenzarían las avenidas Norte, Sur, Este y Oeste, las cuales son los ejes primarios de la retícula que forman las primeras cuadras de la Ciudad.

Todo quedó conformado de la siguiente manera:
Las calles Norte comienzan con la Norte 0, que arranca en la esquina de La Torre, y va de allí hacia el norte. Sus calles paralelas se denominan con números pares, es decir: Norte 2, Norte 4, etc, las que se desarrollan hacia el oeste, y con números impares, es decir: Norte 1, Norte 3, etc. las que se desarrollan hacia el este.
Las calles Sur comienzan con la Sur 0, que arranca en la esquina de La Torre, y va de allí hacia el sur. Sus calles paralelas se denominan con números pares, es decir: Sur 2, Sur 4, etc, las que se desarrollan hacia el oeste, y con números impares, es decir: Sur 1, Sur 3, etc. las que se desarrollan hacia el este.
Las calles Este comienzan con la Este 0, que arranca en la esquina de La Torre, y va de allí hacia el este. Sus calles paralelas se denominan con números pares, es decir: Este 2, Este 4, etc, las que se desarrollan hacia el sur, y con números impares, es decir: Este 1, Este 3, etc. las que se desarrollan hacia el norte.
Las calles Oeste comienzan con la Oeste 0, que arranca en la esquina de La Torre, y va de allí hacia el oeste. Sus calles paralelas se denominan con números pares, es decir: Oeste 2, Oeste 4, etc, las que se desarrollan hacia el sur, y con números impares, es decir: Oeste 1, Oeste 3, etc. las que se desarrollan hacia el norte.


     Retícula de las calles del centro de Caracas

           Hoy en día, siglo y medio después, esa nomenclatura permanece en el corazón de la Ciudad identificando sus calles y las prolongaciones que se le han hecho. Un corazón que nunca muere.